Pánico en el Transiberiano

Título original: Pánico en el Transiberiano / Horror Express

Año: 1972 (España, Gran Bretaña)

Director: Eugenio Martín

Productores: Bernard Gordon, José María Ramos, Gregorio Sacristán

Guionista: Eugenio Martín, Bernard Gordon [no acreditado], Julian Halevy [no acreditado] sobre un argumento de Arnaud D’Usseau

Fotografía: Alejandro Ulloa

Música: John Cacavas

Intérpretes: Christopher Lee (Alexander Saxton), Peter Cushing (Dr. Wells), Alberto de Mendoza (Pjardov), Silvia Tortosa (Condesa Irina Petrovsky), Telly Savalas (Kazan), Julio Peña (Inspector Mirov), Ángel del Pozo (Yevtuchenko), Helga Liné (Natasha), Georges Rigaud (Conde Petrovsky), Alice Reinhart (Ms. Jones), José Canalejas (Soldado ruso), Juan Olaguivel (Criatura), Víctor Israel (Maletero), José Jaspe (Konev), Vicente Roca (Jefe de estación), Barta Barri (Telegrafista 1), Hiroshi Kitatawa (Krasinsky), José Marco (Vorkin), Allen Rusell (Capitán O’Hagan), Faith Clift (Pasajera norteamericana)…

Sinopsis: El profesor Alexander Saxton se dispone a emprender viaje a Londres en el famoso Transiberiano con un extraño homínido congelado, hallado en una cueva de Siberia. En el viaje el científico coincide con los condes Petrovsky, quienes son acompañados por el monje Pjardov, y su colega y rival el profesor Wells. Poco antes de partir un ladrón es hallado muerto junto al baúl, y ya durante el viaje aparece el cadáver del guarda ocupando el lugar de la criatura. A partir de ese momento, una mortal e inteligente forma de vida se esconde entre el pasaje.

Realizada en régimen de coproducción con el Reino Unido, Pánico en el Transiberiano es, objetivamente hablando y para quien esto suscribe, la mejor película encuadrada dentro del ecléctico y ambiguo término de fantaterror hispano, habiendo devenido con el transcurso de los años en un film de culto a lo largo y ancho del planeta. Curiosamente, y al igual que sucede en otros exponentes del fantástico patrio – sirva como ejemplo el de otra de nuestras master pieces, El sonido prehistórico a.k.a. El sonido de la muerte (1964), de José Antonio Nieves-Conde -, su génesis no surge de una iniciativa autóctona, sino que se origina fuera de nuestras fronteras, siendo fruto de una serie de circunstancias y coincidencias que, con ayuda de los astros, se conjugaron a favor del proyecto.

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En realidad, el film nace del interés del productor norteamericano afincado en Europa Philip Yordan por amortizar la maqueta de un tren que había adquirido en Londres para un film previo, El desafío de Pancho Villa / Pancho Villa / Vendetta (1972) – no siendo este el único punto en común existente entre ambos títulos, como ya veremos más adelante -, unido a la disponibilidad de los lujosos escenarios interiores del tren que aparecían en la coetánea producción británica rodada en España Nicolás y Alejandra (Nicholas and Alexandra, 1971) de Franklin J. Schaffner. Con la idea en mente de hacer una película cuyo marco de acción fuera un ferrocarril, Yordan, guionista de la excepcional Johnny Guitar (Johnny Guitar, 1954) y por aquel entonces dueño de los estudios Madrid 70 sitos en Daganzo – los cuales años más tarde pasarían a ser propiedad de Juan Piquer Simón -, contrató a otro perseguido por la caza de brujas del mccarthismo como lo era él mismo, Arnaud d’Usseau, quien desarrolló una idea sobre la que Julian Halevy (1) – seudónimo de Julian Zimet – y Bernard Gordon, también integrante de la lista negra de los estudios americanos y, a la sazón, productor del film y autor de los diálogos de prácticamente todas las superproducciones que Samuel Bronston realizara en nuestro país, construyeron un guión en cuya escritura también intervino el encargado de su realización, Eugenio Martín, quien acometió el trabajo como parte del acuerdo que había suscrito con Yordan por tres films, siendo esta el título que finalizaría el contrato tras el wéstern El hombre del Río Malo / Bad Man’s River (1971), y la referida cinta sobre Pancho Villa.

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Para protagonizarla, Yordan se hizo con los servicios de los dos máximos exponentes del cine de terror de la época, los británicos Christopher Lee y Peter Cushing, cuya presencia, unida a la buena factura técnica de la cinta, su temática y su ambientación victoriana, han llevado a más de uno a creer de forma errónea que se encontraba ante una producción de la Hammer. Como era habitual en sus colaboraciones, ambos actores interpretan dos papeles contrapuestos, aunque, como novedad, los dos no tendrán más remedio que acabar por unir sus fuerzas para hacer frente a la amenaza que les acecha. De este modo, Lee da vida a un rígido científico para el que su trabajo es su única preocupación, justo al contrario que el personaje de Cushing, un doctor algo más dicharachero y con un sentido del humor típicamente british, que incluso, en un momento dado, hace un guiño a su doctor Frankenstein en la secuencia en la que realiza la autopsia de una de las primeras víctimas de “la criatura”, trepanación craneal incluida. No obstante, el concurso del más celebre Van Helsing de la gran pantalla a punto estuvo de no producirse, ya que, según parece, una vez en Madrid, un Cushing afligido por la reciente perdida de su esposa le comunicó a Bernard Gordon su deseo de dar la “espantada”, al no verse con fuerzas para acometer el trabajo. Por fortuna, su buen amigo Christopher Lee, quien ya se encontraba en España rodando, terminaría por convencer al recordado actor para que participara en el proyecto.

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Junto con estos dos emblemáticos actores, el trío de estrellas se completa con el estadounidense Telly Savallas, quien, siguiendo con los nexos de unión entre la película y el ficticio biopic sobre Pancho Villa, había sido el protagonista de ésta, encarnando aquí de forma esplendida un papel cuasi anecdótico pero de vital importancia para el desarrollo de la trama: el del irónico jefe de la partida de cosacos cuya aparición en la historia acelerará los acontecimientos. Estos tres nombres internacionales son secundados por un ramillete de característicos del cine de género europeo de la época, caso de Silvia Tortosa, Ángel del Pozo, Helga Liné, Víctor Israel, Georges Rigaud o José Jaspe. De entre ellos destaca por derecho propio la labor de Julio Peña como el inspector de policía encargado de esclarecer los extraños hechos que se suceden en el tren, y la del argentino Alberto de Mendoza en el rol de Pjardov, una especie de trasunto de Rasputín, cuya concurrencia, unida a la de los personajes de Lee y Cushing, sirve para poner de manifiesto la eterna lucha entre ciencia y religión, y que en este caso finalizará sin un ganador claro, pese a que esta última no acabe muy bien parada.

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Mixtura entre cine de ciencia ficción y de terror, adelantándose de este modo en varios años al quizás más famoso híbrido entre ambos géneros, Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) de Ridley Scott, Pánico en el Transiberiano se sustenta, principalmente, en un guión construido de forma notable salvo por un par de detalles aislados, caso de su precipitado final, en el que no dejan de sucederse las sorpresas, lo que, unido al ritmo narrativo in crescendo con el que se desarrolla la cinta, hace que desde el primer momento logre despertar y atrapar el interés del espectador sin darle ni un solo segundo de respiro. Repleto de ideas interesantes y atractivas, como puede ser la forma de matar de la criatura, en la oscuridad, absorbiendo los conocimientos de sus víctimas e, incluso, los propios cuerpos de éstas para utilizarlos como huéspedes, lo que entronca con algunos de los temores más atávicos del ser humano como son el miedo a la oscuridad y el recelo a perder la identidad propia, el libreto, en el que tampoco faltan algunos afortunados momentos de humor negro con frases realmente brillantes, algunas de las cuales han pasado a la historia del fantástico mundial – “¿Monstruos nosotros? ¡Imposible: somos ingleses!” o “- ¿Y si el monje es inocente? – Da lo mismo, tenemos más” -, gira alrededor de un argumento harto sugerente: un científico británico encuentra congelado en una cueva de Manchuria el cuerpo de un primate prehistórico, del cual sospecha que pueda tratarse del eslabón perdido en la cadena evolutiva del hombre. Más sorprendente que este hallazgo será lo que se esconde en el interior del fósil, un ente alienígena que, en el transcurso del viaje en ferrocarril en el que es trasladado, dejará al descubierto su verdadera naturaleza, sembrando el terror entre el pasaje.

Muchas han sido las referencias que se han señalado como posibles influencias de esta trama, siendo la más recurrente la que tiene como protagonista la adaptación del relato ¿Quién anda ahí? (Who Goes There?) de John W. Campbell Jr. El enigma… ¡de otro mundo! (The Thing… from Another World, 1951) de Christian Nyby [y Howard Hawks], si bien una de las más claras, y sobre la que habitualmente se suele pasar por alto, es el de la novela de Agatha Christie Asesinato en el Orient Express (Murder on the Orient Express, 1934), la cual sería llevada a la pantalla por Sydney Lumet, precisamente, al año siguiente al de la fecha de producción de la película que nos ocupa.

A las ya indicadas virtudes tanto de su libreto como del trabajo de su cuadro interpretativo, hay que añadirle un acabado formal muy por encima de lo que solía ser habitual en nuestro cine de terror, gracias a la excelente fotografía del gran Alejandro Ulloa, a los vistosos efectos especiales y conseguidos maquillajes de Julián Ruiz y, sobre todo, a la buena mano de la realización de Eugenio –Gene– Martín, quien acierta a plasmar en la narración la atmósfera claustrofóbica implícita en la premisa de la historia, haciendo gala de un excelente manejo del suspense, y evitando regodearse en el efectismo que la monstruosa presencia de la criatura pudiera ocasionar; más al contrario, tal vez consciente del más que posible pobre diseño de la misma, limita sus apariciones a contados planos en los que solo pueden percibirse su rostro y una de sus extremidades. Siguiendo esta línea, también es admirable la buena dirección de actores que realiza Martín, quien, lejos de lo que podría esperarse al estar encabezada por un trío de intérpretes de tanto nombre y valía, consigue convertir al conjunto en una película cuasi coral.

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En el haber del conjunto hay también que apuntar la partitura compuesta para la ocasión por el músico de origen griego John Cacavas (2), contratado a sugerencia de su buen amigo Telly Savalas, con quien años después viviría el mayor éxito profesional de ambos, la serie de televisión Kojak, y el buen uso que como refuerzo dramático se hace del tema principal, pasando de ser una inocente melodía silbada por el supervisor de equipajes a convertirse tras el asesinato de éste a manos de la criatura en un auténtico presagio de muerte, anunciando su solo sonido las funestas nuevas andanzas del mal que habita en el convoy, para terminar acompañando los títulos de crédito finales con un cierto aire entre melancólico, tétrico y evocador.

Por último, no podemos terminar sin dejar constancia de un par de detalles curiosos, el uno no muy conocido y el otro, más que probablemente, fruto de la casualidad. El primero de ellos tiene como protagonista al énfant terrible del cine español, Iván Zulueta, quien fue el responsable de los títulos de crédito de la película. El otro se encuentra en la escena en la que los cosacos revividos y cegados atacan en la oscuridad a base de mandobles de espada a los personajes de Silvia Tortosa y Christopher Lee, secuencia que guarda un gran parecido con ciertos momentos de la tetralogía creada por Amando de Ossorio y protagonizada por sus heréticos Templarios que habían conocido su debut el año anterior con La noche del terror ciego, y que aquella misma temporada estrenaría su primera secuela con El ataque de los muertos sin ojos.

José Luis Salvador Estébenez

(1) Coincidencias de la vida, Halevy, en colaboración del argumentista de la cinta, Arnaud d’Usseau, sería el autor del guión de otra cinta de temática fantástica rodada aquel mismo año, Psychomania [vd: Psicomanía,1973] de Don Sharp, protagonizada por unos motoristas zombies (!).

(2) Conforme a lo escrito por Ángel García Romero en Antología del cine fantástico español de la revista-fanzine Quatermass, dentro de la sección “El fonógrafo del pánico”, con anterioridad Cacavas ya había colaborado con Martín en la banda sonora de la mencionada El desafío de Pancho Villa, si bien la partitura original del heleno sería posteriormente sustituida con motivo del estreno español de la película por otra, obra de Antón García Abril.

18 comentarios en “Pánico en el Transiberiano

  1. Excelente film!! Para mi, junto a las pelis de Ibañez Serrador, lo mejor que se ha hecho con el género en nuestro pais. Tengo por ahi una reseña de este film que subiré en un futuro, pero gracias a esta he descubierto multitud de anécdotas que desconocía.

    Saludos!!

  2. En este país se ha hecho sobrado cine fantástico y de terror español de una más que honrosa calidad. Claro que sí!

    Haber que nos tienes preparado para mañana…

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