Hasta el momento tus ensayos cinematográficos habían estado relacionados en mayor o menor medida con la que es tu profesión en la vida civil, esto es, la materia jurídica. ¿Qué te lleva a interesarte por un tema en principio tan alejado de tus habituales temáticas como es la Primera Guerra Mundial?
Bueno, es la historia de un solapamiento. Hace cinco años llegó a mis manos Los cuatro jinetes del Apocalipsis, una película de Rex Ingram de 1921. A partir de ahí la curiosidad me llevó a intentar averiguar el porqué de la persistencia en nuestra memoria visual e incluso en la crítica, de la versión de Vincente Minnelli de 1962, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, cuando la novela de Blasco Ibáñez se desarrollaba en la Primera. Este libro es el intento de recuperar un cine bélico que permanece prácticamente en el olvido. Por otro lado, en el cine club de la Fundación Cajasol presento todo tipo de películas, y no quería quedarme encasillado escribiendo solo de cine jurídico. Además, en tiempos de tanto utilitarismo educativo y formación especializada no está de más recuperar algo de ese hombre renacentista que abordaba las más diversas disciplinas.
Pese a lo que pudiera parecer en un principio, La Primera Guerra Mundial en el cine. El refugio de los canallas dista mucho de ser un ensayo cinematográfico al uso. Por el contrario, se trata de una obra interdisciplinar en la que utilizas el cine como herramienta para analizar la Historia, un estilo que, como tú mismo indicas en el libro, apenas tiene tradición en nuestro país…
Es cierto que existen libros que hablan de las relaciones del cine con la Historia, pero yo he querido relacionarlos directamente. Por otro lado, hay ensayos del cine de la Gran Guerra que analizan los grandes clásicos, o libros sobre la historia de la guerra con algún capitulo menor dedicado al cine que la reproduce. He intentado romper compartimentos algo estancos ofreciendo las causas, desarrollo y consecuencias de la contienda de 1914 mientras les incrustaba a modo de pequeñas piezas de un gran mosaico, escenas de decenas de películas que han reconstruido aquella tragedia.
En vista de su carácter híbrido, ¿a qué público está orientado el texto, al cinéfilo o al apasionado por la historia?
A ambos públicos, pero es imprescindible ser, al menos, aficionado al cine. Para conocer la historia de la Gran Guerra ya hay magníficos libros editados en España, aunque pocos recogen también las repercusiones sociales y científicas de la contienda. Sin embargo, para el mundo del cine es una temática muy novedosa por la incomprensible laguna bibliográfica sobre el conflicto no solo en español, sino también en el mundo anglosajón.
A este respecto resulta muy ilustrativo el que dividas el texto en dos grandes bloques, cada uno de los cuales bautizas con el significativo nombre de «Una guerra de cine» y «Un cine de guerra»…
«Una guerra de cine» recorre el conflicto desde sus orígenes hasta las consecuencias del Tratado de Versalles a través de apuntes históricos, militares, sociológicos y económicos ilustrados por el centenar de películas que pude ver sobre los mismos. Este formato conlleva el riesgo de repetición de películas o escenas dentro del mismo capítulo o incluso del mismo apartado, lo que puede despistar o confundir al lector, pero merecía la pena intentarlo como renovada forma de llamar la atención sobre un cine injustamente olvidado.
«Un cine de guerra», la segunda parte más breve, reproduce el esquema más tradicional de los ensayos acerca de la historia del cine relacionada con algún tema, en este caso la Primera Guerra Mundial. Desde que en 1914 comenzó a filmarse la guerra para hacer la guerra, las diferentes etapas de la historia del cine relacionadas con aquella contienda han pasado por una época dorada en el periodo de entreguerras, el olvido tras la Segunda Guerra Mundial y la recuperación para la pantalla por el cine pacifista a partir de Senderos de gloria (1957). De ahí a nuestros días ha servido tanto para renegar de la guerra en abstracto como para reivindicar los mitos fundacionales de jóvenes naciones.
Como ya anuncias desde el propio subtítulo, tu recorrido historiográfico por los distintos acontecimientos que conformaron la Gran Guerra está presidido por el claro posicionamiento crítico con el que recalcas el sinsentido de aquel conflicto en el que millones de hombres fueron mandados a la muerte por la obstinación de unos dirigentes políticos y militares más preocupados por no se sabe qué oscuros intereses…
Cuando se comienza a hablar de la guerra en abstracto todos estamos en contra, incluso el militarista más furibundo. Pero si se sigue conversando empiezan las excepciones, justificaciones, atribuciones de culpa al que tira la primera piedra…Una de las característica de la Segunda Guerra Mundial fue la crueldad de los nazis y sus aliados con la población civil, crueldad que le devolvieron los soviéticos cuando ocuparon Alemania. Por eso no estoy tan de acuerdo con que la crítica militar presida mi libro. Una de las características de la Gran Guerra -una más- fue la especial crueldad de los altos mandos militares con sus propios soldados, lo que se ha visto reflejado en el cine en multitud de películas desde Senderos de gloria a fines de los años cincuenta. Pero es un aspecto más de los que desarrollo en el libro. El problema no está en la cámara de Stanley Kubrick, de Joseph Losey en Rey y patria, de Francesco Rosi en Hombres contra la guerra o en El pantalón de Yves Boisset, ni en la pluma de este escritor, sino en la tozudez de los hechos históricos.
Es más, si no hubiera sido por el cine, documental en este caso, seguiría en el olvido más absoluto una de las mayores ignominias de la historia militar cuando firmado el armisticio el 11 de noviembre de 1918, a las 5,30 horas de la mañana, no entraba en vigor hasta las 11. En esas cinco horas varios generales franceses y estadounidenses mandaron a sus hombres tomar posiciones que a las 11,01 horas ocuparían pacíficamente. Alrededor de 10.000 hombres murieron y ningún general fue juzgado. También hubo excepciones como el general Sherwood que se negó a enviar a sus hombres a esta última atrocidad, o el general Petain, que logró imponer su estrategia de permisos periódicos a los soldados y rebajó las ejecuciones disciplinarias en el ejército galo; curiosamente, “el héroe de Verdún” acabaría siendo considera el mayor traidor de Francia por el pacto de su gobierno de Vichy con Hitler.
En muchos sentidos la Primera Guerra Mundial supone un punto de inflexión en el desarrollo de la humanidad, hasta el punto de que podemos mantener que, sin ella, el mundo no sería tal cual hoy lo conocemos. De entre los muchos cambios en las estructuras sociales y adelantos tecnológicos que trajo consigo se encuentra la toma de conciencia del cine como medio transmisor de ideas y arma propagandística. Incluso revelas un dato bastante desconocido para el aficionado como es que dos herramientas narrativas tan propias del lenguaje cinematográfico como son la profundidad de campo y el plano en picado nacen durante el rodaje de uno de aquellos documentales con los que los gobiernos en liza trataban de concienciar la opinión de sus ciudadanos…
El historiador Norman Stone ha escrito que desde 1914 a 1918 la guerra pasó de la franco-prusiana de 1870 a la de 1939. Yo iría más lejos, pues la convulsión mundial de aquellos cuatro años transformó todos los órdenes de la vida en Occidente. Probablemente esos cambios hubieran llegado sin esa guerra, pero nunca con la celeridad con la que lo hicieron. Vuelve a servirnos de ejemplo el cine: nadie puede negar que el desarrollo de Hollywood superaría a franceses e italianos más pronto que tarde, pero el conflicto aceleró la supremacía de la industria estadounidense desde 1918. Por otro lado, a golpe de equivocación se fue convirtiendo en un arma propagandística indispensable. Cuando estalló la guerra, todos los aliados coinciden en usar el nuevo medio que vende patriotismo mediante imágenes que no necesitan ser leídas por una sociedad cuyas capas más humildes –con un altísimo índice de analfabetismo- irán al frente convencidas de conquistar la gloria. Además, esas filmaciones se exhiben por todo un país a los tres días de rodarse. Sin embargo, también en esto los alemanes fueron muy prusianos, despreciando hasta 1917 las posibilidades de un medio que desconocían porque confiaban plenamente en su jerárquica y disciplinada organización militar. Goebbels se aprenderá bien la lección…
Con respecto a las innovaciones técnicas, siempre cabe la controversia acerca de las atribuciones. Es posible que algunos pioneros franceses, rusos o el mismísimo Griffith estuvieran ya trabajando sobre nuevos planos antes de la contienda, pero la revolución de las nuevas lentes para la inteligencia militar germana, los planos de ángulo imposible que los cámaras filmaron en algunas batallas para salvaguardar su pellejo, o la forzada necesidad de filmar en alto a 65.000 prisioneros rusos tras la batalla de Tanneberg para vender en Alemania el éxito de su victoria, supusieron toda una revolución en la, hasta ese momento, frontal forma de rodar cine.
Y sin embargo, a pesar de esta importancia cinematográfica, la filmografía sobre el tema es bastante escasa si la comparamos con la deparada por otros conflictos bélicos recientes, como puede ser la Segunda Guerra Mundial o nuestra Guerra Civil. ¿Hasta qué punto esta falta de “malos oficiales” a la que aludíamos antes ha provocado que la Gran Guerra parezca permanecer en un segundo plano en la conciencia popular?
No estoy tan de acuerdo en que sea escasa, más bien hablaría de desconocida. La filmografía que he visto supera las ciento diez películas, y tengo constancia de otros cincuenta o sesenta films más. Por supuesto, mucho más extensa que la lista de films de Vietnam o la Guerra Civil española. Solo la supera la Segunda Guerra Mundial aunque en calidad solo le daré un dato: busque alguna película de la Segunda Guerra Mundial en cualquiera de los cientos de listas que pululan por ahí sobre las obras maestras del cine. No encontrará ninguna. Sin embargo, hallará asiduamente El gran desfile, La gran ilusión o Senderos de gloria. Este olvido, injusticia o como lo quiera llamar es lo que intento paliar con este libro. Resulta sorprendente la enorme laguna bibliográfica sobre el cine de un tiempo que todavía tuvo poco reflejo en imágenes pero que ya no pudo continuar sin ellas.
Y es que durante décadas esa guerra lejana de causas no muy claras y con unos malos no muy bien definidos, no interesó a nadie y el cine no fue una excepción. La propaganda de la Guerra Fría exigía un enemigo nítido del pasado reciente contra el que ejemplificar la lucha de las democracias occidentales o la gran potencia comunista, y los nazis eran perfectos para eso. Por otro lado, era normal que en la segunda mitad del siglo XX la Guerra de 1939 eclipsará a su hermana menor de 1914, sobre todo porque explicaba en parte el mundo de la Guerra Fría a la vez que atraía la atención mundial sobre la investigación y reconstrucción del holocausto judío para cuyas magnitudes del horror no estaban preparadas ni la ciencia histórica ni las artes. Desde luego, no fue una época propicia para recuperar la menoría de una guerra en la que muchos soldados de todos los ejércitos temían más a sus propios generales que al enemigo. Los “oficiales malos” quedaron bien resguardados ante la carencia de “malos oficiales” de la Gran Guerra.
Es curioso que, frente al relativo olvido de las principales potencias implicadas por recuperar la Gran Guerra como escenario cinematográfico y, con ello, la barbarie que allí se produjo, otras jóvenes naciones participantes hayan acudido a ella como base para reafirmar el nacimiento de su identidad nacional…
No cabe duda de que países como Nueva Zelanda, Australia o Canadá encontraron su reivindicación internacional en esa guerra, lo que también les sirvió para autoafirmarse como pueblos distintos de la metrópolis británica. El cine ha ayudado a ello con Gallipoli, Jinetes de leyenda, Chunuk Bair o Passchandaele. Lo mismo ocurrirá en algunos países de Europa con la finesa La orden o la estonia Nombres en mármol.
Dado que una de las intenciones que persigues con La Primera Guerra Mundial en el cine. El refugio de los canallas es la de divulgar la filmografía ambientada durante la contienda, ¿cuales de estos títulos destacarías por sus valores artísticos?
Por mucho que haya visto más de cien películas sobre la Gran Guerra, pocas dudas tengo en destacar El gran desfile, La gran ilusión o Senderos de gloria. También merecen un reconocimiento las dos cintas de Tavernier, La vida y nada más y Capitán Conan. Sin duda el director francés fue el impulsor de toda una corriente de cine de recuperación de la memoria militar gala. La estela la han seguido una decena de películas de cambio de siglo que parecen haber ajustado cuentas con el olvido oficial.
¿Y cuál es la película que, en tu opinión, mejor lo ha reflejado?
En una película es difícil representar un acontecimiento tan complejo pero, sin duda, Senderos de gloria es «la película» de la Primera Guerra Mundial. No solo elevó la trinchera a la categoría de icono de la contienda, sino que se convirtió en «lo que ocurrió allí» para generaciones que han crecido con el cine como único referente histórico. El subtítulo del libro homenajea a esta memorable cinta de Kubrick.
Aparte de estos títulos más o menos populares, también te haces eco de otros ejemplares bastante desconocidos procedentes de cinematografías poco habituales que en muchos de los casos se corresponden a países del bando perdedor. ¿Cómo conseguiste acceder a este material?
Además del estadounidense, el cine de los aliados recogido en el libro va desde películas italianas, británicas o de la prolífica Francia, hasta cintas neozelandesas, australianas, canadienses o rusas. Como la historia la escriben los vencedores y la reconstrucción cinematográfica no es una excepción, las mayores dificultades estuvieron en el bando perdedor. Prescindiendo de los obvios problemas de acceso al cine anterior a los años veinte, sin duda el cine nazi ha sido el mayor reto, porque las películas del Tercer Reich siguen siendo difíciles de encontrar en España. Parece como si las distribuidoras tuvieran miedo a que las acusaran de apología de la Shoá por editar filmes como Grupo de Choque 1917, una interesantísima película del nazi convencido Hans Zöberlein. Amazon, el Festival de Cine Europeo de Sevilla donde he podido ver mucho cine invisible del este de Europa, e internet han paliado en alguna medida tales carencias. No cabe duda de que este libro no hubiera podido reseñar tantas películas sin las nuevas tecnologías.
La otra gran dificultad de acceso estuvo, curiosamente, en el cine español: en muchas ocasiones no sabes quién tiene una copia o quién es el dueño de los derechos, o cuando lo encuentras, te piden un dineral por darte una copia para investigación de un film que duerme el sueño de los justos en el sombrío rincón de algún sótano de la productora de turno. Por su parte, las administraciones y televisiones no te las ceden para investigar, prácticamente nadie te cede o vende una película para investigación. Esto solo produce una satisfacción: sentirte un héroe homérico ante tantas trabas, desidia y ausencia de miras. A pesar de todo, el libro reseña media docena de películas españolas que se acercan a la Gran Guerra. Por ejemplo, espero que pronto alguien edite Los que no fuimos a la guerra, una joya que Julio Diamante dirigió en 1962 y cuyo desconocimiento general resulta inexplicable.
Toda esta serie de trabas no ha sido impedimento para que dediques un capítulo en exclusiva a la participación patria en el conflicto desde un punto de vista histórico y cinematográfico, y que depara no pocas sorpresas…
Es cierto que salvo el omnisciente cine estadounidense, las demás industrias cinematográficas nacionales se suelen dedicar casi en exclusiva a la historia propia. Quizás eso explique que la neutralidad española en la Gran Guerra haya atraído tan poco a nuestros directores, considerando que no es un periodo histórico atractivo por la ausencia de protagonismo nacional. Sin embargo, solo la falta de curiosidad por buscar o inventar historias interesantes permiten que hechos como la oficina pro cautivos que instauró el rey Alfonso XIII durante la Gran Guerra pueda seguir en un absoluto olvido, a pesar de tratarse de la primera organización de ese tipo que se creaba en la Historia, obviamente por las descomunales proporciones que alcanzó el conflicto. Gracias a la intercesión de este organismo, salvaron la vida cerca de 100.000 personas entre civiles y soldados de ambos bandos; por la directa intervención regia sobrevivieron celebridades como el actor y cantante Maurice Chevalier, o el bailarín ruso Nijinski. Peor suerte corrieron las intermediaciones por la enfermera británica Edith Cavel, el zar Nicolás II y su familia o el hijo del escritor Rudyard Kipling. También en el olvido cinematográfico ha quedado la historia de nuestros legionarios al servicio de Francia, o de ese filón narrativo que sería el personaje de Manuel Bravo Portillo, todo un jefe de policía de una gran ciudad como Barcelona que durante años estuvo al servicio de una potencia extranjera. Por ello, resulta sorprendente que todo ese ambiente de espías, aventureros, conspiraciones y luchas de clase en la España de la Primera Guerra Mundial, no exista prácticamente para el cine español. Aún así, como te digo, hemos podido recuperar media docena de películas que, si bien no están en las trincheras, sí reflejan de algún modo las consecuencias de la neutralidad española en aquel conflicto.
Dentro de la filmografía de los diferentes países implicados en la Gran Guerra de la que te haces eco, me ha sorprendido la ausencia de representantes nipones…
Con respecto al cine japonés sobre la Gran Guerra, no conocía una sola película hasta que durante esta entrevista Carlos Díaz Maroto me ha puesto sobre la pista de Tsingtao yosai bakugeki meirei, literalmente algo así como Orden de bombardear la base de Tsingtao, aunque en inglés se conoce como El asedio de Fort Biscmarck, nombre que los germanos daban su base naval en China. Parece ser una película de 1963 de Kengo Furusawa sobre el asedio nipón de la base alemana de Tsingtao en 1914, que se nombra en el libro sin referencia cinematográfica. Es lo grande que tiene abrir la veda bibliográfica sobre un tema, las nuevas aportaciones son constantes y tan enriquecedoras como ésta que ocupa un vacío del libro sobre la filmografía de uno de los vencedores de la guerra; un hecho no muy conocido pero el Imperio del Sol Naciente estuvo en el bando de los vencedores. Quizás también explique la carencia de películas porque el frente bélico del Pacífico fue insignificante en tiempo y espacio y se limitó a una carrera entre los japoneses bajando desde el norte, y australianos y neozelandeses subiendo por el sur, para quedarse con las pocas colonias germanas en Oriente.
Por si no hubiera quedado suficientemente claro, a lo largo del texto evidencias la extraordinaria labor de documentación realizada; no solo en lo referente a la materia cinematográfica, sino también histórica, siendo constante el goteo de citas procedentes de otras obras. Ya que en algún pasaje haces referencia indirecta a ello, ¿cuanto tiempo te llevó todo el proceso de recopilación y documentación?
Desde el primer momento tuve claro que mezclar directamente el cine con la historia de esa guerra requería una amplia documentación en ambos campos. Por eso junto a historiadores de la talla de Barbara Tuchman, decenas de libros, documentales y otras fuentes audiovisuales, durante estos años he tenido la suerte de leer a escritores de la categoría de Robert Graves, Sassoon, Jünger, Musil o Zweig, que fueron testigos directos de aquella guerra; cinco años de documentación que ya nunca terminará, porque lo que acabé fue el libro pero no la investigación. De hecho, se anuncia para estos días la publicación en España, por primera vez, de los diarios de 1914 a 1918 de Jünger.
Ya que estamos con el tema, y perdona mi ignorancia, ¿podrías explicar a qué se refieren las cifras que aparecen entre paréntesis secundando las numerosas citas que acomodas a lo largo del texto?
Creo que es la forma más ágil que se utiliza para referenciar las citas. Si en la bibliografía final solo consta un libro del autor, incluyo entre paréntesis la página donde está la cita o su pensamiento; si tiene varios libros en la bibliografía final, se les diferencia con el año de edición del de la cita y el número de página tras el mismo.
Aparte de los típicos apartados dedicados a la bibliografía y al índice de películas comentadas, incluyes también un listado cronológico de films ordenados según los hechos históricos y temáticas a las que aluden, lo que de entrada me parece muy útil para aquellos lectores que quieran indagar por su cuenta en la representación de algún capítulo concreto de la guerra…
Los libros con cierta vocación enciclopédica deben contener el mayor número posible de referencias de búsqueda para el lector. En este caso, los más cercanos al cine probablemente preferirán el índice de películas, pero también pensé en los apasionados de la Historia: debían tener una ágil herramienta para buscar rápidamente cualquier aspecto del escalofrío que recorrió el mundo entre 1914 y 1918, con su correspondiente reconstrucción cinematográfica.
A la vista de todos estos aciertos parciales, es una lástima las abundantes erratas que afean el aspecto formal de la obra, por lo demás magnífica…
Por el sur decimos que las prisas solo son buenas para los delincuentes y los malos toreros, y algo de eso ha habido al cierre de la edición. Decía Chaplin que en el verdadero artista siempre hay un descontento que conduce, precisamente, a la creación. Uno debe ser consciente de sus limitaciones y saber que nunca será un artista pero aspira a ser un correcto artesano. Por eso, me queda un cierto descontento con ese aspecto formal del libro que tu acertada apreciación critica.
Por cierto, La Primera Guerra Mundial. El refugio de los canallas ha aparecido cuando falta un año para que se cumpla el primer centenario de la Gran Guerra. ¿En algún momento llegaste a plantearte la posibilidad de que su salida coincidiera con el aniversario, para poder así aprovecharte del interés mediático por el tema que a buen seguro se producirá durante esas fechas?
Siempre lo pensé, pero con sus tiempos. El valor editorial del libro no está en España, donde el recorrido de los ensayos que no hablan de la historia propia es muy limitado. Mi interés estaba en publicarlo un año antes aquí para, después, intentar editarlo con tiempo en Estados Unidos, Reino Unido, Francia o Alemania a mediados de 2014. Para la mayoría de estos países sí será un centenario muy existencial, y este libro puede ser una buena apuesta editorial.
Y además de estos planes, ¿qué otros proyectos tienes de cara al futuro relacionados con el campo editorial?
Bueno, actualmente trabajo en un libro de cine jurídico iberoamericano y otro proyecto, menos avanzado, en el que profundizo en el cine español de la Primera Guerra Mundial. Hace pocos días me han confirmado que antes de que acabe el año saldrá publicado Sin noticias de Ivanhoe, un libro de relatos en el que intento recorrer el siglo XX en ocho cuentos.
Deseándote de antemano la mejor de las suertes para estas futuras obras, y antes de dar por terminada la entrevista, no quisiera perder la oportunidad de preguntarte por tu relación con La bandera negra, la desconocida ópera prima de Amando de Ossorio en cuyo conflictivo rodaje ambientaste, incluso, la trama de tu primera novela publicada, Lejos de Thelema…
Cuando en 2003 comencé a buscar material para mi primer libro sobre los abogados y la justicia en el cine español -temática inexistente en esos momentos en nuestra bibliografía cinematográfica-, me topé con esta extrañísima joya desconocida en nuestros libros de cine salvo en la antología que Pérez Perucha había coordinado para Cátedra en 1996. Resultaba inexplicable la invisibilidad de un monólogo contra la pena de muerte rodado en pleno franquismo. La búsqueda fue apasionante hasta conseguir el expediente administrativo sobre el rodaje clandestino en 1956 y una entrevista con el único superviviente de aquella gesta, el productor Javier Pérez de Rada. Cuando se publicó el ensayo, creí que aquella increíble historia no podía terminar ahí y la convertí en novela, lo que agradeceré siempre a la editorial Almuzara. Lamentablemente, corrió la misma suerte que la película. Si se conociera la cinta de Ossorio junto con La tía Tula, El diablo también llora, La piel quemada o La busca, por citarte solo cinco ejemplos de películas que no son de Berlanga ni Bardem, muchos de los que han hablado estos años de la edad dorada del cine español en referencia a Amenábar y compañía, tendrían que dedicarse a otra profesión que no tuviera nada que ver con la crítica de cine.
José Luis Salvador Estébenez