Kung Fu contra los siete vampiros de oro

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Título original: The Legend of 7 Golden Vampires

Año: 1974 (Gran Bretaña / Hong Kong)

Directores: Roy Ward Baker, Chang Cheh [no acreditado]

Productores: Don Houghton, Vee King Shaw

Guionistas: Don Houghton, Vee King Shaw [no acreditado]

Fotografía: John Wilcox, Roy Ford

Música: James Bernard

Intérpretes: Peter Cushing (Dr. Van Helsing), David Chiang (Hsi Tien-an / Hsi Ching), Julie Ege (Vanessa Buren), Robin Stewart (Leyland Van Helsing), Shi Szu (Hsi Mei-chiao), John Forbes Robertson (Conde Drácula), Robert Hanna (consúl británico), James Ma (Hsi Ta), Liu Chia-Yung (Hsi Kwei), Chen Tien-Loong (Hsi San), Shen Chan (Kah), Fong Lah Ann (Hsiu Sung), Wong Han Chan (Leung Hon), David de Keyser (voz de Drácula)

Sinopsis: En 1880, el supremo guardián del culto de los siete vampiros de oro viaja desde China a Transilvania para pedir al Conde Drácula que le ayude a devolver el poder a los vampiros que protege. El Príncipe de las Tinieblas, confinado en su castillo, acepta brindar su auxilio no sin antes adoptar la apariencia del oriental para escapar así de su prisión. Ya en 1904, el profesor Van Helsing llega junto a su hijo Leyland a la China imperial para dar una conferencia en una universidad local sobre vampirismo. Allí, tras la burla sufrida por parte de los asistentes debida a su incredulidad sobre el tema, conoce a una joven que procede de una remota aldea, la cual, asegura, sufre periódicamente el ataque de los vampiros de oro. 

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El aumento de la competencia junto al agotamiento del modelo que hasta entonces había sido su principal marca de estilo propiciaría que, coincidiendo con la llegada de los años setenta, la Hammer iniciara un proceso de renovación acorde a los gustos del momento. Los nuevos aires de cambio se plasmarían especialmente en sus aproximaciones a la temática vampírica, mediante la potenciación de su contenido erótico y la mezcolanza genérica. Fruto de este contexto sería la denominada trilogía Karnstein, compuesta por The Vampire Lovers [vd: Amor entre vampiros; tv: Las amantes vampiro; dvd: Las amantes del vampiro, 1970], Lust for a Vampire [tv/vd: Amor entre vampiros, 1971] y Drácula y las mellizas (Twins of Evil, 1971), o esa maravillosa e infravalorada rara avis que es Captain Kronos: Vampire Hunter [vd: El cazador de vampiros / Capitán Kronos: cazador de vampiros; tv: Kronos, cazador de vampiros; dvd: Capitán Kronos: cazador de vampiros], único trabajo como director del habitualmente guionista Brian Clemens. Prosiguiendo con su búsqueda de nuevos rumbos, y aprovechando la moda por el cine de artes marciales, a mediados de la década la cada vez más moribunda casa del martillo decidiría asociarse con una de las principales especialistas en la confección de este tipo de productos, la hongkonesa Shaw Brothers, con el objeto de realizar una serie de films conjuntos, el primero de los cuales llevaría por título Kung fu contra los siete vampiros de oro (The Legend of 7 Golden Vampires, 1974)[1].

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Para tal fin la productora británica recuperaría la idea principal de un viejo guion titulado Kali, Devil-Bride of Dracula, en el que la acción se trasladaba a Oriente – la India para ser más concretos-, añadiéndose por petición expresa de los distribuidores y productores la presencia del Conde Drácula en el prólogo y desenlace de la historia, con la idea de que fuera interpretado por Christopher Lee. Sin embargo, ante la negativa del inglés de volver a encarnar al personaje que le diera fama y nombre, se recurriría para el papel a John Forbes-Robertson, quien ya había dado vida con anterioridad al misterioso hombre de negro de The Vampire Lovers. El que no faltó a la cita fue la inseparable pareja de Lee en tantas ocasiones, Peter Cushing, que de este modo se ponía por quinta y última vez bajo la piel de una de sus más celebres composiciones: el profesor Van Helsing. Por lo demás, el resto del reparto se nutrió en sus roles principales de actores asociados a cada una de las compañías, caso de la atractiva protagonista de Criaturas olvidadas del mundo (Creatures the World Forgot, 1971), Julie Ege, o de David Chiang, estrella absoluta de la Shaw Brothers.

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La composición del elenco respondía así a la máxima bajo la que fue concebido el proyecto de aunar las especialidades de ambas casas, es decir, el cine de terror por parte de la Hammer y el de artes marciales por el de la Shaw Brothers, proponiendo con ello una curiosa mixtura entre cine de vampiros y soja western que se adelantaría en varios años a sagas tan celebradas como Blade o Underworld. Si se quiere de un modo inconsciente, la intención de fusionar las diferentes señas de identidad de una y otra compañía queda puesta de relieve en una de las primeras secuencias del film. Se trata de aquella en la que el sumo sacerdote del culto vampírico chino invoca la ayuda de Drácula; mientras que el emisario oriental se expresa en su lengua materna, el noble transilvano lo hace en un perfecto inglés[2]. Claro que mucho más interesante resulta la relectura que se puede efectuar de la resolución de dicha escena. Ante la imposibilidad de escapar de su cautiverio con su envoltura habitual, el Príncipe de las Tinieblas adopta la apariencia de su visitante, lo que bien mirado puede verse como una metáfora acerca de la necesidad que para entonces tenía el ciclo vampírico de la Hammer de travestirse con otros ropajes para poder seguir subsistiendo.

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Interpretaciones a un lado, lo cierto es que la participación asiática se deja sentir en diferentes aspectos de la cinta. No solo por las relaciones interraciales (e interclasistas) descritas, bastante adelantadas para la época, sino, sobre todo, por la particular iconografía con la que es recreado el mito vampírico. La elegancia de los chupasangres tradicionales deja paso a unos vampiros de aspecto descarnado, portadores de un medallón dorado con forma de murciélago en el que reside su fuente de poder. Del mismo modo, el tradicional crucifijo como repelente es sustituido por la imagen de Buda, no en vano su equivalente en aquellas latitudes. Aunque quizás el aspecto más sorprendente de todos se encuentra en que los siete vampiros de oro sean dirigidos por el sumo sacerdote de la orden, si no fuera porque este es, no lo olvidemos, la encarnación del mismísimo Drácula[3].

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Ni qué decir tiene que, más allá de la singularidad de los apuntes ya comentados, Kung fu contra los siete vampiros de oro tenía todas las papeletas para convertirse en un autentico subproducto, ya fuera por unas perspectivas productivas lindantes con la explotación más recalcitrante, o por el enclenque guion perpetrado por Don Houghton y Vee King Shaw, consistente en una sucesión de set pieces sin progresión dramática alguna y repleto de personajes sin la más mínima entidad, con la excepción hecha del profesor Van Helsing, debido a la, como siempre, entregada interpretación de Cushing. Si partiendo de un material semejante, que en manos de cualquier otro podía haber acabado en el mayor de los ridículos, el producto resultante acaba por erigirse en un espectáculo gratificante, lo es gracias al trabajo de su director, Roy Ward Baker, en la que a la postre supondría su última colaboración con la casa del martillo, para la que previamente, y sin movernos de la temática, había realizado Las cicatrices de Drácula (Scars of Dracula, 1970) y la ya referida The Vampire Lovers, dentro de una trayectoria conjunta que conocería su punto álgido con ¿Qué sucedió entonces? (Quatermass and the Pit, 1967), sin lugar a dudas una de las cimas de la ciencia ficción británica de todos los tiempos. A base de profesionalidad y oficio[4], el cineasta londinense se las ingenia para dotar de dignidad formal a un proyecto que carecía de ella en su origen, valiéndose de una narración vibrante en la que la inevitable inclusión de escenas de lucha no supone un impedimento para la correcta progresión rítmica[5], y coronando el conjunto con una fascinante estética, a la que contribuye de forma decisiva la lograda fotografía de John Wilcox y Roy Ford, en la que destaca su uso de verdes y rojos, sin olvidar el magnifico acompañamiento sonoro que brinda el habitual de la casa, James Bernard[6], en uno de sus mejores trabajos.

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De entre los numerosos aciertos que acumula la puesta en escena de Baker cabe destacar dos por encima de todos. El primero de ellos es el atmosférico y fantasmagórico flashback de la muerte del primer vampiro, con esas cabalgadas a cámara lenta de los no muertos que remiten de forma directa a la saga templaría de nuestro Amando de Ossorio, y que junto a la forma de desplazarse de la cohorte de muertos vivientes que les acompañan otorgan al momento de una rara magia. El otro es la enésima reminiscencia western que arroja el film, la cual diríase una reinterpretación de uno de los momentos más recordados de Duelo al Sol (Duel in the Sun, 1946), cuando el personaje interpretado por Chiang es mordido por su amada, recién convertida en vampiro. Tras empalarla, se suicidará repitiendo idéntico modus operandi al observar cómo se borra la marca de la mordedura del cuello de ésta para acabar por fundirse en un abrazo con ella, en lo que supone el apunte romántico de la historia. Y es que, aún tratándose de un título menor dentro de su filmografía, los valores que atesora hacen de Kung fu contra los siete vampiros de oro el último título de interés legado por la mítica productora que revolucionara el género y fuera punto de referencia durante más de una década del mismo. Con todas sus imperfecciones, un film gozoso y trepidante; pura delicia, en definitiva.

José Luis Salvador Estébenez

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[1] La otra coproducción entre la Hammer y Shaw Brothers llegaría aquel mismo año con Mercenario del crimen (Shatter, 1974). Planteada para que fuera dirigida por el estadounidense Monte Hellman, su realización correría finalmente por cuenta de Michael Carreras, para entonces el mandamás de la firma, tratándose de un intento por apuntarse al carro del filón del thriller setentero. A modo de curiosidad, varios integrantes del reparto de Kung fu contra los siete vampiros de oro repetirían, caso de Chi-Yung Liu o Peter Cushing, quien con este papel se despedía de la productora de la que fuera uno de sus principales representantes.

[2] En la versión original, por supuesto, ya que en el doblaje español ambos personajes hablan en castellano.

[3] Tal y como han señalado otros autores, y redundando en lo apuntado en las que fueran las dos últimas entregas de la saga dedicada a la creación de Bram Stoker por la Hammer, Drácula 73 (Dracula 72, 1972) y Los ritos satánicos de Drácula (The Satanic Rites of Dracula, 1973), en diversos momentos Drácula en sus nuevas formas se antoja una especie de Fu Manchú, parecido que habría sido aún mayor de haberlo interpretado Lee como era el propósito de sus responsables. La pregunta es, ¿habría interpretado el doble papel de haber aceptado participar en el proyecto?

[4] No obstante, la película no está a salvo de diversos errores de continuidad. Por ejemplo, en la escena en la que el personaje interpretado por Julie Ege forcejea contra David Chiang para tratar de morderle, según las imágenes unas veces tiene unos considerables colmillos y en otras no. Lo mismo ocurre en la descomposición de Drácula, donde se alternan planos del esqueleto con y sin ojos.

[5] Quizás por ello, la Shaw Brothers, “descontentos con cómo habían quedado las escenas de lucha, contrataron los servicios del experto Liu Chia-Liang para que las arreglara; de esta manera, el estreno de la película en Estados Unidos se retrasó en varios años y, cuando se produjo, el metraje duraba 21 minutos más al poseer nuevas escenas de lucha, y otras de desnudos y mayor violencia que la estrenada en Europa.” Extraído de Hammer. La casa del terror (Calamar Ediciones, Madrid, 2003) de Juan M. Corral, página 199.

[6] En la referida versión americana se mantendría “la música de James Bernard, más concretamente el tema principal de Drácula, pero con un nuevo editaje, y mezclada con varios ritmos percusivos orientales; el resto de la banda sonora tampoco se compuso para la ocasión, echando mano los productores de diversas grabaciones de música autóctona que encontraron libre de derechos en su país.” Op. Cit. nota 5.

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