48 Festival Internacional de Cinema Fantástic de Catalunya – SITGES

Del 9 al 18 de de octubre tuvo lugar la 48 edición del Festival Internacional de Cinema Fantástic de Catalunya – SITGES. Un año más, la población costera situada en la provincia de Barcelona vistió sus mejores galas para convertirse durante diez días en el epicentro mundial del cine fantástico, ofreciendo un perfecto escaparate en el que tomar el pulso a la última hornada de producción genérica gracias al centenar largo de títulos proyectados en sus cinco sedes y repartidos entre sus diferentes secciones. Ante la imposibilidad material de comentar todos los films que allí se proyectaron, a continuación presentamos una selección representativa a través de la cual pretendemos ofrecer nuestra personal visión de lo que fue el certamen y de las realidades que en él se vivieron.

LAS GALARDONADAS

THE INVITATION (Karyn Kusama, 2015)

En los últimos años, el Festival de Sitges ha venido caracterizándose por aupar propuestas que, tras su supuesta fachada de posmodernismo o sus hechuras indies, poco tenían de interés, revelándose a la hora de la verdad auténticos blufs cuyas supuestas virtudes y/o capacidades renovadoras brillan por su ausencia a ojos de cualquier espectador con un mínimo de cultura cinematográfica. Algo que en esta edición se vio reflejado en varias de las integrantes del palmarés de la Sección Oficial, comenzando por la que lograría el máximo galardón en liza: The Invitation de Karyn Kusama, ganadora del premio a la mejor película. En esta ocasión, la responsable de la traslación cinematográfica de Aeon Flux se arrima a los parámetros del cine independiente para dar forma a una cinta compuesta por pocos personajes y tan solo un único escenario, que basa todo su potencial en la fuerza de su guion y un desarrollo in crescendo. Una fórmula de sobra conocida que, no en vano, recuerda y mucho a la empleada por otro film galardonado en Sitges hará un par de años, Coherence, con la que incluso comparte idéntico punto de partida: la reunión de un grupo de amigos para pasar una velada juntos. No obstante, bien lejos quedan los resultados de una y otra. La brillante construcción que a todos los niveles arrojaba la ópera prima de James Word Byrkit es aquí sustituida por un trabajo que solo funciona a tirones mediante pretendidos giros sorpresivos. Con esto no quiere decirse, ni mucho menos, que The Invitation se encuentre huérfana de aciertos. Además de poseer un par de momentos de lo más turbadores –cf. en especial, su espeluznante plano final–, destaca la ambigüedad empleada en la identificación del espectador con el punto de vista del protagonista, haciéndole partícipe de sus recelos y dudas. Sin embargo, dichos atributos no logran justificar por sí mismos los parabienes que está atesorando un film cuyo alcance, en el mejor de los casos, no pasa de solvente y efectivo.

THE GIFT (Joel Edgerton, 2015)

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Aún si cabe con mayor motivo, similar consideración a la aplicada a de The Invitation puede extenderse a The Gift, por más que en su caso su reconocimiento a nivel oficial se limitara a recompensar el trabajo actoral de Joel Edgerton, a la sazón director y guionista del film. Se trata de una especie de thriller, o algo así, que narra dos historias un tanto distintas, y que no terminan de confluir. De hecho, el flojo guion divaga por determinadas temáticas, tonos y enfoques, variando a conveniencia del autor, para en teoría sorprender al espectador, cuando en realidad todo se debe a una indefinición narrativa, donde destaca el estar enfocada la mayor parte del film desde el punto de vista de la mujer, para, cuando conviene, variar ese enfoque. Incluso durante diez minutos o así coquetea con el thriller de tensión con sustitos, pero en su mayor parte se trata de un melodrama. A la dirección le falta nervio y complejidad de miras, y todo semeja más bien un telefilm de sobremesa de Antena 3 con personaje femenino sufriente. El formato panorámico ensalza un tanto las imágenes, y el abrupto final intenta conferir una supuesta complejidad de la que carece todo el conjunto. Carlos Díaz Maroto

BONE TOMAHAWK (S. Craig Zahler, 2015)

La ola retro que el último cine de género viene atravesando en los últimos años también tendría su correspondencia en la lista de ganadores de Sitges 2016 con exponentes tan diferentes en términos cualitativos como The Final Girls, justamente merecedora del premio especial del jurado gracias a su paródica deconstrucción de los mecanismos del slasher clásico, o Turbo Kid, doblemente premiada con los galardones a la mejor música y a la mejor película del Jurado Carnet Jove, por más que, despojada de toda su nostalgia ochentera, su nivel no esté muy alejado del acostumbrado en los exploits italianos surgidos a la sombra de Mad Max y otros éxitos post-apocalípticos de la época a los que ella misma homenajea. En este grupo hay también que situar al western Bone Tomahawk, que le valdría el galardón a la mejor dirección al debutante S. Craig Zahler, hasta ahora guionista y ocasional operador de fotografía. Un dato que resulta de suma importancia por cuanto explicita la naturaleza de su ópera prima como director. Y es que, ante todo y sobre todo, nos encontramos ante una película de guionista que basa todo su potencial en la fuerza de sus diálogos, hasta el punto de convertirlos en los grandes protagonistas del viaje a marchas forzadas emprendido por una partida tras la pista de unos convecinos raptados por una tribu de indios de hábitos antropófagos que protagoniza buena parte de las casi dos horas y cuarto de duración que tiene la cinta. En principio intrascendentes y ajenos a la trama principal, su concurso sirve para definir la forma de ser y ver la vida de los cuatro miembros del grupo, maravillosamente interpretados por Kurt Russell, Patrick Wilson, Matthew Fox y un inmenso Richard Jenkins, según la tipología de otros tantos arquetipos del western clásico. Para cuando la búsqueda llega a su destino, el tono intimista y sosegado bajo el que hasta ese momento discurría el metraje cambiará radicalmente de estilo con la aparición de los indios caníbales, cuya aterradora configuración se antoja todo un acierto de puesta en escena, en especial por la magnífica idea de que su forma de comunicarse sea emitiendo un espeluznante chillido. Se impone entonces un clima terrorífico propiciado en gran medida por un acentuado nivel de truculencia que no rehúye mostrar con lujo de detalles cómo los salvajes parten en canal a uno de sus prisioneros, entre otras lindezas. Un elemento este que hace que Bone Tomahawk no sea un guiso para todos los paladares, como tampoco lo es el desprecio que demuestra por la economía narrativa como consecuencia de sus propios planteamientos, recreándose de forma innecesaria en varias situaciones que podrían despacharse de manera mucho más expeditiva, propiciando con el tiempo una sensación de alargamiento que hace que el cómputo global no sea tan redondo como pudiera parecer en un principio.

DEMON (Marcin Prona, 2015)

Ganadora del premio a la mejor fotografía, la presencia en Sitges de la polaca Demon estaría marcada por el cercano fallecimiento de su director, Marcin Wrona, hallado muerto en la habitación de un hotel cuando contaba con 42 años de edad. Erigida pues en el testamento cinematográfico del cineasta, Demon se presenta como una cinta sobre posesiones demoníacas. Sin embargo, dista mucho de tratarse de “una de terror” al uso. Valiéndose del mito judío del dybbuk, y con un interminable banquete de bodas como principal escenario, Wrona compone un retrato costumbrista rico en matices y lecturas en el que reflexiona acerca de la idiosincrasia de Polonia como pueblo, con un estilo que recuerda al de Berlanga o Fellini, tanto por su empleo de un sentido del humor negrísimo y, por momentos, absurdo, como por el tratamiento coral que hace de una galería de personajes grotescos y pintorescos, mas siempre entrañables. El que el descubrimiento de unos restos óseos sea el detonante que ponga en marcha todo el aparato discursivo del film viene a poner de relevancia la importancia que su director otorga al poder que la historia de Polonia ejerce en el subconsciente de sus habitantes y, por tanto, en su carácter identitario. Un pasado que, como esos huesos encontrados, permanece mal enterrado, dispuesto a emerger en cualquier momento para recordarles quiénes son y de dónde vienen. No es pues casual que el personaje principal sea un joven emigrante regresado a su país de origen para contraer nupcias, es decir, “para iniciar una nueva vida”, como le recuerda su futuro cuñado momentos antes de contraer matrimonio; que el espíritu que le posea una vez casado sea el de una muchacha judía que solo sabe hablar yidis, o las referencias a ese puente destruido por los nazis durante la guerra que hace que la localidad en la que discurre la historia permanezca aislada salvo por un ferry. De ahí el significado que adquieren sus planos finales, en los que Wrona muestra a los polacos como un pueblo perdido que persigue entre brumas sus propios fantasmas, abogando por destruir con ese pasado y construir un nuevo futuro partiendo desde cero. Sin duda, uno de los mejores filmes que pudieron verse a lo largo del Festival.

OTROS TÍTULOS

NINA FOREVER (Ben y Chris Blaine, 2015)

Otra agradable sorpresa que nos dejó esta cuadragésimo octava edición de Sitges fue la de la británica Nina Forever. Curiosamente, lo conseguiría partiendo de un punto de partida idéntico al de dos films recientes visto en este mismo marco, Live After Beth y Burying the Ex, la encargada de cerrar la gala de clausura del certamen hace ahora un año. Como en ellas, el regreso de entre los muertos de la difunta novia del protagonista cuando este intenta rehacer su vida vuelve a ser el leitmotiv argumental sobre el que se sustenta la propuesta. Pero a diferencia de los dos títulos referidos, en los que prevalecía el tono de comedia hasta cierto punto amable, la ópera prima de los hermanos Ben y Chris Blaine aboga en cambio por una visión mucho más oscura y adulta, que lleva hasta las últimas consecuencias las connotaciones implícitas en tan singular premisa, sin por ello renunciar a ciertas dosis de humor, en su caso negrísimo, como por otra parte corresponde a una producción de las islas. El resultado es una obra valiente y arriesgada, que nos habla del amor, del sentimiento de culpa que conlleva la pérdida de un ser querido, y de cómo nuestras experiencias sentimentales previas marcan nuestro futuro devenir amoroso. Un discurso complejo y rico en aristas, que es expuesto por sus noveles realizadores y guionistas a través de una ecléctica puesta en escena con cierto gusto por el “bizarrismo”, como demuestran las diferentes apariciones de la difunta novia durante los encuentros sexuales de la nueva pareja de amantes, dentro de un conjunto que entremezcla terror, drama, comedia y unas pinceladas de surrealismo. No en vano, una de sus muchas virtudes se encuentra en la aparente sencillez con la que la narración va de un extremo a otro, pasando del humor más disparatado al drama más desgarrador como si tal cosa. Entre sus cualidades cabe también destacar el trabajo interpretativo de su trío protagonista, en especial el de Abigail Hardingham como la joven muchacha que tendrá que enfrentarse a una rival de ultratumba por el amor de su chico.

PARASYTE (Takashi Yamazaki, 2015)

Dentro de la Sección Oficial hubo la oportunidad de visionar las dos partes en las que se divide la traslación a imagen real de Parasyte, un popular manga escrito e ilustrado por Hitoshi Iwaaki en la década de los noventa y que ya fuera previamente adaptado en formato anime en una serie compuesta por veinticuatro capítulos. Con ciertas reminiscencias a La invasión de los ladrones de cuerpos, La cosa e, incluso, el primer David Cronenberg, su trama trata sobre la enésima invasión alienígena a nuestro planeta. En esta ocasión los causantes son unos organismos de naturaleza parasitaria similares a larvas que, tras penetrar en el cerebro de su huésped, toman el control de las personas infectadas, alimentándose a partir de entonces a base de carne humana. Únicamente un atolondrado estudiante llamado Shinichi, con la ayuda del parásito que se aloja en su mano derecha, podrá hacer frente a esta silenciosa plaga que amenaza con acabar con el mundo tal cual lo conocemos. Partiendo de esta premisa, la sucesión de acontecimientos responde al estilo acostumbrado en otras producciones de similares características provenientes del país del Sol Naciente. Tras un arranque dominado por un personalísimo sentido del humor, el argumento va adoptando paulatinamente un tono más serio a medida que el antihéroe protagonista va evolucionando como persona al tomar consciencia de su responsabilidad, pero sin llegar a abandonar en ningún momento su punto friki. Pero mientras que muchos de los exponente cimentados sobre este esquema terminan por pecar de reiteración y cansancio, las dos partes de Parasyte consiguen triunfar donde otros fracasaron, apoyado en la particular relación que se establece entre su protagonista y el alienígena que habita en su extremidad, la inesperada aparición de varias reflexiones de corte humanista y el atractivo visual que aporta el concurso de unos efectos infográficos de singular diseño, aciertos a los que solo cabe achacar el alargamiento al que es sometida la narración, quizás como consecuencia de la pretensión de dividir el material de base en dos entregas.

THE MIND’S EYE (Joe Begos, 2015)

Dos años después de darse a conocer con su debut Casi humanos (Almost Human), Joe Begos visitó Sitges para presentar la que ha sido su segunda película, The Mind’s Eye, en la que prolonga lo que ya expusiera en su carta de presentación, aunque de una forma mucho más compleja y ambiciosa en términos productivos, pero sin renunciar a las principales señas de identidad que ya fijara como sello distintivo. La apasionada reivindicación no exenta de cierta nostalgia de la producción de género fantástico realizada en décadas pasadas, y más concretamente entre los setenta y noventa, mediante la asimilación y reformulación de sus principales códigos estilísticos, vuelve a convertirse en la auténtica razón de ser de una propuesta a caballo entre la ciencia ficción y el gore, con sabor a Serie B de la de toda la vida. Si en aquella ocasión el norteamericano tomaba como modelo exponentes tan variopintos como el cine de John Carpenter, ET, el extraterrestre, Terminator o La invasión de los ladrones de cuerpos, entre otros, esta vez su principal referente es el clásico de David Cronenberg Scanners, pasado por el tamiz del cómic de superhéroes. Tan insólita mezcolanza es la base de una propuesta de ritmo trepidante dirigida hacia los fans del cine de terror, tal y como es puesto de relieve desde el mismo letrero que precede a su inicio, y en el que se advierte que la película debe ser reproducida al máximo volumen posible, apelando con ello al espíritu festivo y cómplice del espectador.

WE ARE STILL HERE (Ted Geoghegan, 2015)

El protagonismo de toda una leyenda del género como Barbara Crampton, inolvidable presencia femenina de Re-Animator, hizo que el concurso de We Are Still Here fuera esperado con cierta expectación. Lejos de tratarse de un mero capricho, la presencia de la mítica scream queen  al frente de un reparto poblado por otros veteranos ilustres como Larry Fessenden o la antigua musa y ex-esposa de Tim Burton, Lisa Marie, se antoja del todo consecuente en una propuesta presidida por un claro espíritu retro. No en vano, su planteamiento pasa por entremezclar los ingredientes típicos del cine de fantasmas de los años setenta con los lugares comunes del gótico cinematográfico clásico, añadiendo a todo ello unas agradecidas pinceladas de gore. Una singular receta que es servida con una calculada dosificación de la información y un ritmo narrativo in crescendo que acaba por desembocar en un estallido final de la violencia que, si bien puede que no justifique las expectativas creadas, al menos sí que ofrece un plato cien por cien disfrutable para los amantes del cine de Serie B de toda la vida.

VULCANIA (José Skaf, 2015)

Luego de una nutrida trayectoria en los campos del corto y el videoclip, el cineasta de origen argentino José Skaf presentaría en el certamen catalán Vulcania, su debut en el formato largo, para el que ha contado con un atractivo elenco repleto de rostros populares, en el que destacan nombres como el de televisivas actrices Silvia Abril o Aura Garrido, la bellísima protagonista de la exitosa serie de TVE El Ministerio del Tiempo , sin olvidar a toda una leyenda viva de nuestro cine como es el incombustible José Sacristán. Todos ellos se dan cita en esta historia de ciencia ficción distópica que funciona como una parábola del sistema capitalista y la alienación a la que somete al individuo, tan bienintencionada en sus pretensiones como ingenua en sus conclusiones. Por más que consiga suplir con inteligencia las exigencias propias de una historia de este tipo, acrecentadas por los escasos recursos con los que, al parecer, se llevó a cabo el rodaje, gracias a un diseño de producción a caballo entre lo rural y lo retro, la película falla de forma estrepitosa en el único apartado en el que las posibles condicionantes monetarias no resultan determinantes: el argumento. Y es que, para cualquiera con un mínimo de bagaje, la historia de una pequeña comunidad en la que las clases dirigentes ocultan a sus conciudadanos la existencia de otro mundo más allá de sus límites geográficos con el fin de poder así mantenerlos bajo su control, resulta de lo más manida, sin que en su desarrollo exista cualquier resquicio para la sorpresa. Antes al contrario, tras enseñar muy pronto sus cartas, Vulcania se dedica a dar vueltas sobre sí misma, recorriendo punto por punto los lugares comunes del estilo, a través de una narración lineal y exageradamente contenida, en la que ni siquiera el rendimiento de su atractivo reparto consigue elevar mínimamente el interés de una ficción con sabor a ya conocida de tan previsible.

SUMMER CAMP (Alberto Marini, 2015)

De entre la representación española, uno de los exponentes que más atractivo presentaba sobre el papel era Summer Camp. Los motivos eran varios. El venir producida por Filmax, la productora que más y mejor ha apostado por el género fantástico en las últimas décadas, siendo apadrinada, además, por una de las principales figuras con las que cuenta el cine fantástico español: Jaume Balagueró. Por si fuera poco, contaba con el plus de tratarse de la puesta de largo como realizador de Alberto Marini, co-responsable del guion de títulos tan atractivos como Romasanta, Mientras duermes, Extinction o El desconocido. En esta ocasión, el italiano escribe el libreto junto a la habitual productora Danielle Schleif, partiendo de una idea atractiva, y hasta cierto punto novedosa, dentro de la temática de los infectados. Sin embargo, todo esas expectativas se derrumban cuando uno comprueba que esa novedad proviene, sencillamente, de la política del “todo vale” para desarrollar un guion que avanza a golpes de capricho e improvisación, y escudándose en un pretendido humor para justificar las salidas de tono y reacciones absurdas de los personajes. La puesta en escena, por su parte, no logra aprovechar lo sugerente del punto de partida, y muestra una indecisión narrativa preocupante. Lo que queda, al final, es una comedia de terror facilona, prescindible y muy del montón, a la que solo una fotografía ajustada logra aportar cierto sentido atmosférico. Carlos Díaz Maroto

GENERATION Z (Steve Barrer, 2015)

Generation Z se une a la larga lista de títulos que, desde que George Romero diera carta de naturaleza al subgénero allá por 1968, han utilizado el personaje del zombi como una figura metafórica con la que denunciar algunos de los males endémicos del mundo actual. En este caso, el acuciante problema de la inmigración desde el tercer mundo y la progresiva deshumanización a la que tiende la sociedad occidental centran el foco de atención de esta producción británica que se sitúa en un futuro cercano en el que, tras una pandemia, los escasos infectados que aún sobreviven se agrupan en un complejo situado en una isla paradisíaca, donde sirven de caza para turistas adinerados. Dejando a un lado el detalle de que el lugar donde se localiza esta singular reserva en la ficción sean nuestras Islas Canarias –a pesar de que, en realidad, el rodaje se llevara a cabo en Mallorca, lo que permite una nutrida participación española entre la que destaca la presencia de Zacarías M. de la Riva a cargo de la banda sonora–, la película es víctima de la confrontación entre las pretensiones de realizar una alegoría de orden sociopolítico y su condición de “Parque Jurásico con zombis”, tal y como muy atinadamente ha sido definida por sus responsables. No solo eso, sino que en ningún momento toma partido por ninguna de las dos vertientes, quedando sus resultados en tierra de nadie. Las buenas ideas que atesora en este apartado no son suficientes para que su componente de crítica social sea a duras penas desarrollado más allá de su mero enunciado, mientras que su alcance como película de terror se limita a repetir de modo formulario los clichés mil veces vistos dentro del survival, sin que exista mayor capacidad de variación o innovación por su parte, lo que se traduce en una cinta menor y decididamente rutinaria que, objetivamente hablando, no aporta nada al ya de por sí superpoblado panorama del cine zombi.

JERUZALEM (Doron y Yoav Paz, 2015)

La israelí Jeruzalem evidenciaría su lugar de procedencia con el mensaje que de forma subrepticia se desprende de sus fotogramas a favor de la reconciliación y hermanamiento entre judíos, cristianos y musulmanes ante la adversidad. Dicha adversidad está representada en la ficción por el apocalipsis zombi que desata en la parte vieja de la ciudad la apertura de una de las puertas del infierno que, según la Biblia, se encuentra en la capital de Israel. Tan atractiva premisa es presentada en un potente prólogo ilustrado a modo de falso documental para, a partir de entonces, desarrollarse bajo los cauces de una narración en primera persona, sustituyendo la tradicional cámara en mano por unas gafas interactivas y multimedia. Además de justificar de un modo más verosímil el que “su operador” no deje de grabar nunca pese a las difíciles circunstancias (si es que aún existe alguien a estas alturas que continúe preocupándose por tales menesteres), su concurso da pie para varios hallazgos de puesta en escena. Por ejemplo, el reconocimiento facial de Facebook que durante el arranque ayuda a presentar a los diferentes personajes servirá más adelante para alertar a la protagonista de la presencia de varios muertos vivientes alados entre la oscuridad de las catacumbas; mientras que el progresivo deterioro del dispositivo tras los sucesivos golpes que va sufriendo a lo largo de la aventura es empleado para potenciar el impacto de ciertas escenas cuando algunas aplicaciones dejen de responder o comiencen a funcionar de forma imprevista. Aciertos como los ya comentados hablan bien a las claras de las cualidades de la película dirigida por los hermanos Doron y Yoav Paz. No son las únicas, no obstante. En el mismo apartado hay que apuntar la bella postal turística que ofrece de la ciudad santa, invitando a visitarla a pesar de la apocalíptica imagen que se da de ella durante la segunda mitad del metraje, ciertos instantes potentísimos bien dosificados –pienso en las esquivas apariciones de los gigantescos demonios deambulando por entre las callejuelas de Jerusalén a lo Monstruoso–, un ritmo que no decae en ningún momento, un atinado dibujo de personajes dentro de las limitaciones excelentemente defendido por sus intérpretes, o la patente falta de ambiciones con la que es encarado el conjunto. Elementos todos ellos que, en suma, hacen de Jeruzalem un efectivo y entretenido ejercicio de terror.

THE PIPER (Kim Gwang-tae, 2015)

Siguiendo la moda imperante en los últimos años por revisionar los cuentos infantiles clásicos, el realizador y guionista Kim Kwang-tae traslada en The Piper la leyenda de “El flautista de Hamelín” hasta una apartada aldea de Corea en los meses posteriores a la finalización de la guerra que supusiera la división del país en dos nuevos estados; un contexto histórico y sociopolítico que es empleado por el primerizo cineasta para poner de relieve el lado oscuro que esconde la naturaleza humana cuando lo que se encuentra en juego es la propia supervivencia. El producto resultante sintetiza de forma diáfana las virtudes y defectos de una cinematografía con una personalidad tan marcada como la surcoreana, sin ninguna duda una de las más interesantes actualmente dentro del panorama mundial como, año tras año, viene reafirmándose en Sitges. De este modo, cabe destacar de forma positiva su extraordinario dominio de la técnica que se proyecta en la fuerza estética que transmiten no pocas de sus imágenes; la capacidad para manejar distintos registros tonales, como demuestra el modo con el que poco a poco se va oscureciendo lo que en principio parece una comedia ligera, en una evolución que es secundada visualmente a través de la fotografía; o la creación de momentos memorables en su expresión dramática, entre los que sobresale la soberbia escena en la que el flautista comprueba en sus propias carnes la traición de los aldeanos que hasta poco tiempo antes le admiraban como poco menos que un héroe. Mientras que, en la parte contraria, hay que señalar la exagerada dilatación a la que es sometido su metraje y que se hace especialmente detectable durante el último tercio, un empleo de una violencia por momentos granguiñolesca, o cierta tendencia a la sensiblería más lacrimógena tan propia del cine más comercial de aquellas latitudes, representada por la cuestionable decisión de puesta en escena que supone la inclusión de imágenes del personaje vivo cuando el protagonista recoja entre sus brazos el cadáver de su hijo envenenado. Con todo, estos aspectos negativos no logran empañar los indudables atributos de una película que supera el aprobado con nota.

ABSOLUTELY ANYTHING (Terry Jones, 2015)

Diecinueve años después del que fuera su último largo de ficción, Terry Jones retorna con esta comedia de ribetes fantásticos protagonizada por un Simon Pegg que, como viene siendo costumbre, vuelve a interpretarse a sí mismo, acompañado de Kate Beckinsale y Robin Williams, encargado de poner voz a Dennis, el perro del protagonista, en el que a la postre fuera su último papel para la gran pantalla. No solo eso, sino que para su esperado regreso el ya septuagenario cineasta ha contado también con la colaboración del resto de integrantes de los Monty Phyton, desempeñando asimismo tareas de doblaje. La unión de todos estos alicientes hacían que quien más quien menos esperara con cierta expectación lo que pudiera dar de sí el contenido de la película. Unas expectativas que, a la hora de la verdad, quedarían muy lejos de ser satisfechas. Gran parte de la culpa hay que buscarla en el tratamiento al que es sometido su metraje. Si en 1983 Jones se planteaba en compañía de sus compañeros en los Monty Phyton el sentido de la vida, esta vez la pregunta que se hace es qué ocurriría si un ser humano normal y corriente tuviera el don de hacer realidad todo aquello que deseara con solo mover un dedo. Un planteamiento abierto a jugosas posibilidades pero que apenas es desarrollado, más allá de una moraleja tan pueril como bienintencionada. Dejando a un lado la mordacidad y carga metafísica de la que hiciera gala en otros exponentes de su filmografía como el ya comentado, el veterano realizador se decanta por la creación de una comedia romántica ligera e intrascendente que, en esencia, y salvo por la aparición de varios gags de humor escatológico marca de la casa, no se diferencia en demasía del estilo al que nos tiene acostumbrados la industria hollywoodiense en producciones de este tipo. Ahí se encuentra lo preocupante del caso; viniendo del (co)responsable de alguna de las mejores, más revolucionarias y menos ortodoxas comedias del último medio siglo, como La vida de Brian, Los caballeros de la mesa cuadrada o la citada El sentido de la vida, lo mínimo que habría que exigirle es algo más que una simpática y acomodaticia cinta de usar y tirar que, tan fácil como se ve, se pierde en el olvido.

HIGH-RISE (Ben Wheatley, 2015)

Publicada por primera vez en 1975, J. G. Ballard proponía en su distópica novela Rascacielos una parábola sobre el sistema capitalista, concentrando su marco de acción en el interior de un moderno edificio construido hacia al cielo y cuyas distintas estancias representaban a su vez los diferentes escalafones en los que se divide nuestra sociedad. Cuarenta años más tarde, High-Rise traduce el texto del escritor inglés a imágenes, naufragando a causa de la pretenciosa mirada de auteur que adopta su director, Ben Wheatley, marcada por el signo del exceso y el surrealismo. Tras darse a conocer con Kill List y, sobre todo, la comedia negra Turistas, y acompañado de su inseparable colaboradora y compañera en la vida real Amy Jump, Wheatley prosigue en ella con la radicalización estilística de su cine, como ya anunciara en la previa A Field in England; lo cual no deja de ser curioso, teniendo en cuenta que el presente pasa por ser el proyecto más ambicioso hasta la fecha de su carrera conceptual y productivamente, tal y como se deduce de un reparto compuesto en sus roles principales por Tom Hiddleston, Luke Evans, Sienna Miller y Jeremy Irons. Ahora bien, la posible concesión a la comercialidad que pudiera deducirse de la presencia de tan famosos intérpretes y de sus orígenes literarios –aunque Ballard no es, precisamente, un autor acomodaticio– es bien pronto desmentida por un Wheatley cuya principal pretensión es hacer de su trabajo la principal estrella de la película. Más preocupado pues en la forma que en el fondo, el cineasta entrega un trabajo superlativo en su desmesura. Anárquico, inconexo y grotesco a partes iguales, ni su fuerza visual, ni la atractiva estética seventies con la que envuelve al conjunto, ni otros aciertos atmosféricos y de puesta en escena consiguen compensar el confuso desarrollo de una narrativa progresivamente tan caótica como la desestructuración del orden social que ilustra. Algo que, aún siendo premeditado, conduce a la cinta hacia una deriva que ya no abandona y que termina por aburrir hasta al espectador más convencido.

José Luis Salvador Estébenez

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