Empire of the Sharks/El imperio de los tiburones

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Título original: Empire of the Sharks

Año: 2017 (Estados Unidos)

Director: Mark Atkins

Productor: David Michael Latt

Guionista: Mark Atkins

Fotografía: Mark Atkins

Música: Heather Schmidt

Intérpretes: John Savage (Ian Fien), Jack Amstrong (Timor), Thandi Sebe (Sion), Ashley de Lange (Willow), Leandie du Randt (Nimue), Tauriq Jenkins (Edgar), Tapiwa Musvosvi (Toby), Camilla Waldman (Ann Aldrin), Jonathan Pienaar (Mason Scrim), Joe Vaz (Jasper), Sandi Schultz (Sarah), Mélodie Abad (Mara), Royston Stoffels (Zareia), Philip Tan (Thelonious), Neels van Jaarsveld (Theos McFadden), Tshamano Sebe (Tustin Worth), Daniel Barnett (Moffatt), Anwhar Adams (Mack Tyson), Dan Nel (Arno), Quentin Chong (Lu Bu), Dorian Holdren (Drake), Sarah Mocke (joven Willow), Ryan-Wayde Hannival (Creeger), Brandon Auret (capitán Barrick), Anele Rusi (capitán Darsi), Craig Holtzkampf (capitán Bold), Andrew Denison, Anja Van Der Spuy, Aphinda Afaika, Armand Mostert, Caitlin Amendse, Christophe Burg, Clayton Crawford, De Wet Du Toit, Garth Colitz, Hanno Jacobs, Hilnor Hannibal, L.J. Corken, Ises Jeptha, Jan Van Der Netscht, Jason Muller, Joshua Woolward, Kurt Van Rheede, Laila Chilwan, Leonard C. Smit, Lisa Narramore, Moline Zuisinei Kufaza, Monoyane Puding, Paige Hogg, Peter Bennet Kachuma, Rashid Muneel, Roliwilfred Molembou, Rorie Burg, Rudi Washington, Sasha Demas, Sasha Prema Melnichenko, Shamiela Johnstone, Stephen Pankhurst, Tuuleh Ahmed…

Sinopsis: En un futuro lejano donde la práctica de la superficie de la Tierra está bajo el agua, un señor de la guerra siembra el terror ayudado por un ejército de tiburones. Cuando el señor de la guerra secuestra a una joven, sus amigos se asocian con un grupo de proscritos para liberarla.

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Desde sus propios orígenes, una de las máximas perseguidas por cierta Serie B ha sido la de conseguir la máxima rentabilidad con la menor inversión posible. Reaprovechamiento de decorados y vestuario, reciclajes argumentales, rodajes back-to-back, o remontajes con nuevas de escenas para conseguir hacer dos películas con el precio de una, fueron algunos de los usos acostumbrados para conseguirlo. Nombres tan emblemáticos de este tipo de cine como Roger Corman o Jesús Franco harían de estas prácticas parte de su modus vivendi. También los italianos se destacaron en tales lides, dándose ejemplos tan extremos como el representado por Alfonso Brescia, capaz de rodar cinco space operas en un corto espacio de tiempo, valiéndose de prácticamente el mismo atrezzo y acompañado de similar elenco técnico-artístico.

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En su condición de actual heredera del espíritu tradicional de la Serie B, en especial en lo referente a su pragmatismo económico, la norteamericana The Asylum no ha sido ajena a estos usos ventajistas. Algo que, bien mirado, entronca con su conocida especialización en rodar exploitations de populares blockbusters, alguno de los cuales ha llegado incluso a dar origen a una inesperada secuela, a pesar de que su recepción crítica y comercial hubiera sido más bien nula, cuando no directamente negativa. ¿Cómo justificar la existencia de una secuela directa de su adaptación de La guerra de los mundos de H. G. Wells, si no es debido a la calculada reutilización de los elementos productivos de la película originaria, permitiendo así abaratar unos costes monetarios ya de por si paupérrimos?

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Acorde a esta política empresarial, la popular productora ha convertido en uno de sus rasgos más distintivos el reciclaje de los diseños infográficos de las monstruosas criaturas que pueblan sus ficciones de uno a otro título, con el consiguiente ahorro que ello supone. No contentos, también han alentado la realización de nuevos films con los que no solo reutilizar el diseño de producción de alguna de sus producciones anteriores, sino también su propio concepto argumental, en lo que se erige en una muestra notoria de la vagancia intelectual que conforma la principal mácula de la obra de la compañía. Es el caso de Empire of the Sharks/El imperio de los tiburones (Empire of the Sharks, 2017), telefilm escrito y dirigido por Mark Atkins, que supone una especie de secuela o, más bien, variación de lo ofrecido por idéntico responsable en su anterior trabajo, El planeta de los tiburones (Planet of the Sharks, 2016).

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Rodado en las mismas localizaciones sudafricanas, con él comparte su ambientación en un futuro post-apocalíptico a lo Waterworld, en el que la superficie de la Tierra se ha convertido en un gran océano. La diferencia entre una y otra estriba en que si, haciendo honor a su nombre, El planeta de los tiburones narraba las peripecias de un grupo de supervivientes mientras escapaban de los escualos que habían pasado a dominar el planeta, aquí la trama nos sitúa tras los esfuerzos de su grupo protagonista por rescatar a un grupo de paisanos de las garras de un señor de la guerra que siembra el terror en el lugar por medio de un ejército de tiburones a los que controla por medio de una especie de guanteletes, mediante los que envía impulsos electromagnéticos a los receptores situados en la cabeza de los selacimorfos.

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Con semejante planteamiento, en el que también hay cabida para muchachas con poderes telepáticos y tiburones-bomba, entre otros desvaríos, sería aventurado esperar una película que tenga un humor digno de Lubitsch y una complejidad propia de Dreyer, claro; pero sí que fuera moderadamente entretenida. No hay caso. Y eso que, a decir verdad, en primera instancia sus resultados ofrecen una mejora cuantitativa con respecto a los arrojados por su predecesora, quizás por estar planteada desde unas mayores aspiraciones. O eso se deduce, al menos, de la presencia en su reparto de un actor de cierto renombre, un John Savage en horas bajas encargado de encarnar al villano de la historia.

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Este supuesto mayor mimo puesto en su confección se traslada a la puesta en escena de Atkins, con una planificación mucho menos abonada al uso y abuso del primer plano como principal herramienta narrativa, atreviéndose incluso con la inserción de imágenes en las que comparecen varios personajes dentro del mismo plano, lo que, conociendo los antecedentes, debe considerarse como todo un logro. Del mismo modo, el diseño de producción, en especial en lo concerniente a la ambientación post-apocalíptica, se antoja bastante más conseguido que la vista en El planeta de los tiburones. Lo mismo ocurre con su esquema argumental, centrado en el reclutamiento del grupo de resistentes y su posterior ataque a la base donde se encuentra el señor de la guerra y sus secuaces, acreedor de un mayor dinamismo del que ofrecía el de la previa.

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Sin embargo, todo lo apuntado no deja de ser un espejismo. A pesar de las mejores perspectivas, según avanzan los minutos acaba por imponerse la cruda realidad de los hechos. Y de un modo aplastante, además. Transcurrido el ecuador del metraje, el ritmo hasta entonces fluido comienza a verse torpedeado por la inclusión de diferentes incidencias cuyo concurso solo parece obedecer a un intento por alargar la anécdota argumental hasta alcanzar la duración fijada. Una circunstancia que no hace más que acentuar los muchos defectos detectados hasta ese momento. Más allá de la pobreza del acabado formal de los efectos especiales infográficos marca de la casa, asoma la torpeza de la puesta en escena de Atkins, con planos que, literalmente, cortan la cabeza de algunos de los secuaces del villano en cuadro, no se sabe si por ineptitud o para poder así repetir la comparecencia de los figurantes implicados dando vida a otro nuevo esbirro sin que chirríe demasiado.

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Con todo, la palma se la llevan las muchas incongruencias argumentales en los que incurre el relato. Citemos unos cuantos ejemplos espaciados a lo largo del metraje a modo de muestrario. El primero, la importante avería provocada por el ataque de los tiburones al sumergible que transporta a los protagonistas durante su primera visita a la base del señor de la guerra, hasta el punto de poner en peligro su huida, lo que no evita que, para el siguiente viaje, emprendido apenas unos instantes más tarde, el vehículo se encuentre en perfecto estado. O, más adelante, cuando los rebeldes abordan un barco en el que el cabecilla del grupo se apropia de un prodigioso walkie-talkie, capaz de permitirle escuchar lo que sucede en el entorno de su interlocutor, presione o no este el botón necesario. La mejor de estas incoherencias, no obstante, llega en el desenlace del film, y tiene que ver con el excepcional don de la secuestrada novia del protagonista para modificar el comportamiento de los escualos a través de la telepatía. Y es que si, como se dice, semejante habilidad solo se le había conocido a su difunto padre, no se explica que, llegada la conclusión de la película, el consejo de sabios de su poblado pueda instruir a la ya rescatada joven en el arte de “llamar a los tiburones”.

José Luis Salvador Estébenez

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