Escándalo en la residencia

 

Sinopsis: Tony Saitta, capitán de la policía en Montreal, descubre que su hermana Louise, fallecida de manera repentina durante una fiesta universitaria, ha sido envenenada. Tras enterarse de que mantenía una relación clandestina con uno de sus profesores, el Dr. Tracer, procede a su detención acusándole de asesinato. Sin embargo, tras ponerlo entre rejas, los asesinatos continúan…

 


Título original: Una magnum speciale per Tony Saitta/Spécial magnum
Año: 1976 (Italia, Canadá)
Director: Alberto de Martino
Productor: Edmondo Amati
Guionistas: Vincenzo Mannino, Gianfranco Clerici
Fotografía: Anthony Ford
Música: Armando Trovajoli
Intérpretes: Stuart Whitman (Tony Saitta), John Saxon (Sargento Matthews), Carole Laure (Louise Saitta), Martin Landau (Dr. Tracer), Tisa Farrow (Julie Foster), Gayle Hunnicutt (Margie Cohn), Jean Leclerc (Fred), Anthony Forrest (Robert Tracer), Jean Marchand (Terence Cohn)…

Alberto de Martino es uno de los realizadores italianos especializados en la Serie B que necesita una seria revisión afín de equipararle con muchos de sus compatriotas que gozan de mayor reconocimiento. Probablemente su gran error haya sido el asumir su papel de honesto artesano y no especializarse en ningún género en particular, lo cual habrá contribuido a que no sea reivindicado por los fans de uno u otro estilo, a pesar de contar en su filmografía con títulos muy estimables como El anticristo (L’anticristo, 1974) o El consejero (Il consigliori, 1973).

Su película Escándalo en la residencia (Una magnum speciale per Tony Saitta/Spécial magnum, 1976) permanece en la actualidad en un cierto limbo, víctima de su condición de producto híbrido. Surfeando sobre el reciente éxito de Harry el Sucio (Dirty Harry, Don Siegel, 1971) y la oleada de cine poliziesco que inundaba las pantallas italianas, así como sobre el aún en auge (aunque ya algo agotado) del giallo, De Martino apuesta por incorporar elementos de ambos géneros tratando de equilibrar el conjunto en una trama que, si bien no destaca por su originalidad, sí que consigue fusionar de manera homogénea y con un buen sentido del ritmo todos sus elementos. Cabe decir que el realizador tenía ya cierta experiencia, pues pocos años antes había tanteado el mestizaje de géneros en El hombre de los ojos de hielo (L’uomo dagli occhi di ghiaccio, 1971), un film en el que incorporaba aspectos de thriller, giallo y cine policiaco con buena mano.

La historia arranca con energía: tras los títulos de crédito vamos a seguir con la lengua fuera a nuestro protagonista a lo largo de una persecución endiablada tras los autores del robo a un banco. Comprendemos enseguida que Saitta es un poli duro que no se anda con chiquitas, que se enciende enseguida cuando hay acción de por medio, y que es como un perro que no suelta su hueso hasta que ha terminado con él. En plena refriega, su hermana Louise trata de contactar con él por teléfono, pero embarcado en su labor no tiene tiempo de responderla. Cuando por fin trata de localizarla se entera de que acaba de fallecer en extrañas circunstancias. Culpabilizándose por no haber estado cerca de ella cuando le necesitaba, Saitta decide hacer de la resolución de este caso su objetivo principal, para lo que contará con la colaboración de su ayudante, el sargento Matthews, recién salido de la escuela de policía.

Una de las bazas principales de la película es la presencia de Stuart Whitman en el papel de Tony Saitta. Ya pasados los 50, lo cierto es que Whitman estaba un poco mayor para el personaje. Sobre todo hay que hacer un esfuerzo mental para aceptar que pueda ser el hermano de la juvenil Carole Laure (uno tiende a asimilar instintivamente que son padre e hija), pero es precisamente su perfil de actor crepuscular en declive el que otorga a su personaje su esencia y su particularidad; es un policía hastiado, ya de vuelta de todo y amargado por lo que considera un terrible fallo que ha tenido como consecuencia la desaparición de su único familiar, una chica a la que adoraba y que representa para él la pureza frente al asqueroso mundo que tiene que afrontar día a día. Por lo visto, Whitman aceptó el personaje para poder escapar de Hollywood una temporada, ya que estaba viviendo el desagradable final de una relación sentimental. Probablemente algo de esta amargura y desencanto calaron en su composición.

A partir del momento en que se lanza a por todas con tal de descubrir al culpable de la muerte de su hermana, Saitta se va a mostrar rabioso e implacable, desencadenando agresividad y violencia por doquier sin ningún cuidado por nada ni por nadie. No le importa ponerle las esposas a un hombre de reputación intachable y llevárselo a la cárcel sin miramientos por tan sólo una sospecha, interrogar agresivamente a una mujer que acaba de perder a su hermano también asesinado, embarcarse en peleas con colegas suyos en una consigna… Las escenas violentas se suceden una tras otra casi siempre con el mismo resultado: un Tony Saitta recuperando la respiración, no para proceder a ningún arresto, sino para soltar con la mayor parsimonia posible “Necesito una información”. El momento más memorable es la llegada de Saitta a un sex-shop siguiendo una pista en su pesquisas: la cara de Stuart Whitman al descubrir el lugar lleno de consoladores de todos los tamaños y de muñecas hinchables vale su peso en oro. Allí la situación no tardará en degenerar al abordar a un grupo de travestis poco cooperativos, desembocando en una monumental pelea, grotesca y brutal, ejemplo y apoteosis de sus métodos policiales. En un increíble alarde de creatividad, Tony Saitta descubre cómo utilizar un rizador de pelo para represaliar a un travesti rebelde de manera original, eficaz y definitiva.

Otro de los aciertos de De Martino es haber acoplado a Whitman en su investigación con John Saxon como el sargento Matthews, un hombre que, al contrario de Saitta, llega con poca experiencia pero más temple y serenidad, formando un dúo que se equilibra y complementa admirablemente. Saxon está igualmente estupendo en su personaje, demostrando que era un óptimo actor de carácter, con presencia y con la capacidad de dar entidad a personajes secundarios de manera interesante y creíble, aunque éstos no tengan un gran desarrollo. El actor, de origen italiano aunque nacido en Massachussets, era perfectamente bilingüe, lo cual facilitó su incursión en el cine italiano desde la década de los 60. Transitó por varios géneros (giallo, western, drama), aunque quizás fue en el poliziesco donde desarrolló la mejor parte de su carrera italiana, participando en varios títulos destacables como Napolés violenta (Napoli violenta, 1976) o El cínico, el infame y el violento (Il cinico, l’infame, il violento, 1977), ambos de Umberto Lenzi.

Como comentaba al inicio, Escándalo en la residencia funciona no solo como film policial, sino también como giallo, y Alberto de Martino recurre a varios de los estilemas típicos del género, dosificándolos con habilidad para enriquecer la trama y dotarla de un cierto misterio. Nada más llegar Tony Saitta al lugar del crimen (el recinto universitario) se procede a la presentación de los principales sospechosos, y la atmósfera se irá poco a poco enrareciendo según se descubren nuevos detalles sobre ese pequeño microcosmos, casi todos relacionados (¡oh, sorpresa!) con asuntos de sexo, perversiones e infidelidades varias. 

Para contrarrestar los excesos de testosterona de las escenas de acción, De Martino inyecta a lo largo del metraje varias secuencias en el más puro estilo giallo, haciendo un óptimo uso de la iluminación y los encuadres, como el momento en el que Julie, creyéndose amenazada, está a punto de precipitarse al vacío desde las alturas de un edificio en construcción, o el sangriento e inesperado asesinato de uno de los personajes femeninos que inspiró el título yanqui para la película, Strange Shadows on an Empty Room, aunque la habitación no estuviese tan vacía, pero en fin…

Coproducido entre Italia y Canadá[1], el film se beneficia muchísimo de las estupendas localizaciones en Montreal, cuyas posibilidades De Martino y su equipo aprovechan al máximo, especialmente en las secuencias de persecución. Estamos obligados a resaltar el siempre fabuloso trabajo del mítico especialista Remy Julienne que aquí se luce con una espectacular persecución de 8 minutos que probablemente forme parte de las mejores de la historia del cine. Recalquemos asimismo la capacidad de Alberto de Martino para arroparse de un equipo de óptimos profesionales en todos los ámbitos artísticos, ya que además del soberbio trabajo de montaje y planificación de escenas, consigue que Armando Trovajoli aporte una estupenda banda sonora con uno de los temas más recordados del género.

En el capítulo interpretativo hay que señalar la competente labor de todos los actores en un brillante reparto muy ajustado donde, aparte de los arriba mencionados, no debemos olvidar a Martin Landau en una sobria pero eficaz y sutil interpretación del Dr. Tracer, profesor infiel y principal sospechoso, así como la frágil Tisa Farrow en el rol de Julie, quien realiza una excelente prestación como una profesora invidente, protagonizando algunas de las mejores secuencias de la película. Una actriz sensible que merecía mejor suerte pero que, desgraciadamente, se mantuvo siempre bajo la alargada sombra de su famosa hermana Mia. Finalmente quedará para siempre asociada en la memoria de los cinéfilos a la etapa italiana que cierra su filmografía, trabajando a las órdenes de Lucio Fulci, Joe D’Amato y Antonio Margheriti en tres títulos inolvidables para los aficionados al cine de género italiano como Nueva York bajo el terror de los zombis (Zombi 2, 1979), Gomia, terror en el Mar Egeo (Antropophagus, 1980) y El último cazador (L’ultimo cacciatore, 1980), respectivamente, con los que, paradójicamente, cerró su carrera como actriz.

En resumen, una película sólida y estimable que, si biern no pasará a la historia del cine, resulta un espectáculo gratificante, además de erigirse en una variante original al género.

Naldo

[1] Durante las décadas de los 70 y 80 Canadá era un país con una floreciente producción cinematográfica, propiciada por su condición de «Tax Shelter», lo cual ofrecía grandes ventajas económicas a las producciones efectuadas en su territorio. Esto facilitó, entre otras cosas, el desarrollo de la primera fase de la carrera de David Cronenberg, así como una multitud de rodajes norteamericanos en suelo canadiense, a menudo camuflando los exteriores como si de paisajes yanquis se tratasen.

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