Sinopsis: Nancy y sus amigos comienzan a sufrir violentas pesadillas. Todos estos sueños tienen un elemento en común: en todos tanto ella como el resto de su pandilla están siendo acosados por el mismo individuo, un asesino desfigurado que tiene un guante hecho con navajas en la mano derecha. Tras el asesinato de su amiga Tina mientras dormía, Nancy se da cuenta de que debe permanecer despierta para poder sobrevivir. No será hasta más tarde que descubra la verdad: este ser despiadado llamado Fred Krueger ha vuelto de entre los muertos para cobrarse como venganza la vida de los hijos de aquellos que le dieron muerte en el pasado.

Año: 1984 (Estados Unidos)
Director: Wes Craven
Productor: Robert Shaye
Guionista: Wes Craven
Fotografía: Jacques Haitkin
Música: Charles Bernstein
Intérpretes: John Saxon (teniente Thompson), Heather Langenkamp (Nancy Thompson), Ronee Blakley (Marge Thompson), Amanda Wyss (Tina Gray),Jsu García [acreditado como Nick Corri](Rod Lane), Johnny Depp (Glen Lantz), Charles Fleischer (Dr. King), Joseph Whipp (sargento Parker), Robert Englund (Fred Krueger), Lin Shaye (profesora), Joe Unger (sargento Garcia), Mimi Craven (enfermera)…
Es difícil establecer cuándo nació ese subgénero tan difícil de definir, pero conocido como slasher. Un subgénero que tan de moda estuvo en los años finales de los setenta extendiéndose hasta su último estertor de la década siguiente (por supuesto, antes de su posterior renacimiento). Un tipo de cintas que beben de muchas fuentes, de tantas influencias que se hace necesario remontarse al grand guignol parisiense de finales del siglo XIX pasando después por referentes algo más modernos como la colosal Psicosis (Psycho, 1960) de Alfred Hitchcock, la malsana La matanza de Texas (Chainsaw Texas Massacre, 1974) de Tobe Hooper o el giallo italiano que hacía del whodonit y la explicitud de sus crímenes sello de identidad. En lo que todos los autores y estudiosos de la materia están de acuerdo es en establecer que La noche de Halloween (Halloween, 1978) de John Carpenter[1] fue la cinta que estableció el grueso de las bases a las que, tras el estreno de otro hit del momento como es el Viernes 13 (Friday the 13th, 1980) de Sean S. Cunningham, se sumaron las aportaciones del filme de venganzas de la Sra. Voorhees, es decir, sexo, sangre y gore elevados a la enésima potencia que toda la producción posterior fusilaría sin complejo alguno con tal de hacerse un hueco importante en las taquillas. Una fórmula ganadora y generadora de buen dinero a bajo coste que, como suele ser habitual, de tanto uso acabó por gastarse, interesando cada vez menos a ese público antes entusiasta.
Estamos hablando de un intervalo de tiempo relativamente corto, el comprendido entre 1978 y 1984, que suele ser considerado como la edad de oro del subgénero. Un periodo en el que se estrenaron aquellos productos considerados como grandes clásicos del slasher, una corriente que, poco a poco, cinta a cinta, parecía apocado a la desaparición o, como mínimo, acabar como un nicho residual. Sin embargo, las películas de matarifes tendrían cuerda para rato (al menos hasta el final de esa década) gracias a un nuevo halito que le proporcionaría la irrupción de un nuevo aspirante a icono que le daba otra vuelta de tuerca al boogieman que conocíamos hasta el momento. Me refiero, por supuesto, al carismático Freddy Krueger, creación de un señor, de sobra conocido por todos, llamado Wes Craven y que con Pesadilla en Elm Street (Nightmare on Elm Street, 1984) vendría a renovar, a “vitaminar y supermineralizar” el género una vez más[2].
Wes Earl Craven nació en Cleveland, Ohio, una calurosa mañana de agosto de 1939. Tras que su padre abandonara el hogar familiar, su madre, Caroline, abrazó con fuerza la doctrina baptista marcando con ello la infancia del futuro realizador. Mudándose constantemente, acechados por las estrecheces económicas y la búsqueda de empleo, el pequeño Wes, a diferencia de otros grandes directores cuya pasión por el cine se forjó siendo niños, no accede a las películas que se proyectan en la ciudad. El dinero a duras penas alcanza para llegar a fin de mes, y para más inri su madre le prohíbe cualquier tipo de acceso a esos contenidos, creyéndolos artífices directos del Diablo. Baste decir que en casa de los Craven no había ni televisor, por lo que el niño se pasaba las tardes devorando libros que sacaba de las bibliotecas públicas.
Ya crecidito, el futuro director, ignorando completamente la importancia de su figura dentro del género del terror en un futuro, se inscribe en la Universidad de Wheaton, obteniendo una licenciatura en inglés y Psicología, para luego obtener una maestría en Filosofía y Escritura en la Universidad John Hopkins. Comienza a trabajar como profesor en el colegio Westminster de Pensilvania y en el colegio Clarkson en el estado de Nueva York. En esos tiempos se casa con la que sería su primera esposa, Bonnie Broecker, y tiene dos hijos, Jonathan y Jessica. Sin embargo, todo eso le aburría. Recordaba sus épocas de universitario, en la que, por fin, había podido acceder a una sala de cine y devorar el trabajo de maestros como Luis Buñuel, Federico Fellini o Ingmar Bergman. Así las cosas, y todavía lejos su intención de ser director de cine (su pasión por la lectura le llamaba más a ser escritor antes que realizador), se mudó a Nueva York para ver cuán cierta era esa frase de que los Estados Unidos era la tierra donde uno podía hacer realidad sus sueños.
Ya en la gran ciudad empezó a trabajar como taxista, y al poco tiempo entró a trabajar en una pequeña compañía de postproducción neoyorquina donde conoció a Sean S. Cunningham, con el que, uniendo fuerzas, consiguió sacar a duras penas un largometraje bastante tórrido titulado Together (1971) con Marilyn Chambers por ahí. Al año siguiente (y haciendo más caso a la leyenda que a las fuentes fiables), Wes Craven filmaría otra película, una de tintes incestuosos, llamada Angela: The Fireworks Woman (1972), que firmaría con el seudónimo de Abe Snake. “Mi entrada en el cine de terror fue una coincidencia” –diría Craven años después–. “Alguien que conocía tenía que hacer una película de terror como productor. Me pidió que le ayudara a escribir algo de The Last House on the Left. Si les gustaba lo podía dirigir y así surgió. Descubrí que tenía talento para el género”. Así, en 1972 entraba al mundo del cine con La última casa a la izquierda, un rape&revenge que daba un giro de tuerca sangriento a la película clásica de Bergman El manantial de la doncella (Jungfrukällan, 1960). Esquivando hábilmente la calificación X que la MPAA quería ponerle, logró exhibir la cinta en salas comerciales, logrando un auténtico éxito de público que aumentaba gracias al boca-boca. La crítica, como no podía ser de otra manera, le dijo de todo menos bonito. “Leí una vez una de un tipo que decía que prefería que le clavasen agujas en los ojos antes que volver a ver una película mía. Y duele, por supuesto”[3].
Acostumbrándose a no leer nada más de lo que se escribiese de su obra durante el resto de su vida, en 1977 ofrecía Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes), la trágica historia de una familia que sufre una avería de coche durante un viaje por el desierto, lo que les hará ser presa de una familia de mutantes caníbales con mucha hambre. Lejanamente inspirada en una historia real, la película supuso un éxito mayor que la anterior, y, lo que parecía haberse convertido en un camino de rosas para Craven resultó todo lo contrario: sus dos siguientes films fueron sendos fracasos (incluida su adaptación de La cosa del pantano) y la realidad es que, en los estertores de esa primera mitad de los ochenta, el realizador lo tenía complicado para poder sacar adelante su próximo trabajo. Tres años es lo que tardó en que alguien le comprase aquel guion que había deambulado por todos los estudios habidos y por haber. La historia de un hombre con garras y sombrero que aparecía en sueños para despacharse a los adolescentes de una calle random de Estados Unidos (que se llamaba Elm, como se podría haber llamado de cualquier otra manera), no convencía a nadie, y finalmente se la quedó la New Line Cinema, una productora que estaba prácticamente en bancarrota. Pesadilla en Elm Street se estrenó en 1984, obteniendo unos más que notables resultados en taquilla, refrescando un subgénero seriamente necesitado de renovación y escribiendo el nombre de Wes Craven con letras de oro en la historia del cine de terror.
El germen de la idea, como suele suceder, proviene de varias circunstancias personales, como así contaba el propio Wes Craven: “A finales de los 70 había leído la noticia de una familia con un hijo que tenía pesadillas muy fuertes. El chico describía a una figura de aspecto humano que le perseguía y acabó convencido de que, si ese ser llegaba a atraparle en algún momento, moriría. Llegó al punto en el que, literalmente, tenía miedo de irse a dormir. Pensaba que si se dormía iba a morir.” Digamos, para completar la noticia (y según cuenta la leyenda) que el chico, para tranquilidad de sus padres, finalmente una noche se quedó plácidamente dormido en el sofá. Al rato despertó entre gritos de dolor y terror, sin que nadie pudiese hacer nada por evitarle el sufrimiento. Murió al rato, clasificándose su muerte como “de origen no determinado”. Concatenando ideas, Wes Craven se acordó de un suceso que le asustó mucho de crío, cuando sólo contaba siete añitos: “Oí un balbuceo, me acerqué a la ventana y vi a un viejo borracho. Lo más extraño fue que, de alguna forma, él se dio cuenta que le estaba observando. Miró hacia arriba, directamente a mi ventana, y me vio mirándole. Fue algo sobrenatural. ¿Cómo sabía que le estaba observando? Fue un momento terrorífico en el que tuve la impresión de que estaba ante un adulto capaz de leer mi mente”.
Con todo eso en mente, el realizador se puso manos a la obra. Pensó en un anciano de unos 60 o 70 años, que, por crímenes de pedofilia, era sentenciado a la cárcel, pero quedaba libre por un tecnicismo. Entonces los padres de aquellos niños, furiosos por ello, lo quemaban vivo. Años después, aquel hombre volvía para vengarse en los sueños. Pero, como mencionábamos antes, el camino para materializar el proyecto no fue nada fácil. Las negativas al material eran constantes, basándose sobre todo en la decadencia de un subgénero, el slasher, que ya de por sí no era bien visto (la MPAA llegó a castigar a alguna major por dar cobijo a semejantes productos), y además, la vuelta de tuerca que proponía Craven con su libreto a través del elemento fantástico de los sueños lo hacía ver como algo raro, que a ojos de los productores lo que menos producía era miedo. Baste decir que la única productora que mostró cierto interés en aquella época fue Disney, que compraba la historia con la condición de que Craven la convirtiese en una película para toda la familia, algo a lo que el realizador se negó en rotundo.
Un día en Londres, Wes Craven conoció a Robert Shaye, dueño de una pequeña empresa de distribución de películas llamada New Line Cinema. Prácticamente en bancarrota, Shaye había empezado a pensar en producir películas de factura propia como último recurso antes de dar el cierre definitivo a su distribuidora. Y lo cierto es que el guion de Craven le encantó, aceptando financiarle el proyecto, aunque no fuese tarea fácil. De hecho, fue todo lo contrario. Con sólo cien mil dólares como depósito inicial, que era con lo único que contaba la New Line, Shaye salió desesperadamente a la búsqueda de socios financieros para que aportaran el dinero necesario que permitiera llevar a buen puerto la película. Marchando contra reloj, el productor, a duras penas, logró reunir dos millones de dólares, lo que significaba una película de bajo presupuesto, pero con un gran potencial. En propias palabras de Shaye: “Ocho semanas antes de que empezáramos a filmar, ya había cincuenta personas trabajando (peluqueros, diseñadores, coordinadores de producción…) y había que pagarles a todos. Tuvimos que pagarles de nuestro propio bolsillo, con mi convencimiento de que conseguiríamos financiación como única garantía. Fue muy estresante, como una pesadilla de la que no conseguíamos despertar cada mañana”.
En lo referente al reparto, los primeros personajes a elegir serían sin duda los protagonistas, Nancy Thompson y Fred Krueger, llamado así por un matón de la infancia de Craven, que ya había sido referido en La última casa a la izquierda con el pérfido personaje llamado Krug. Para el de Nancy, Craven buscaba a alguien de apariencia normal, la típica “vecinita de al lado” que podrías encontrarte en la calle donde vivías, por lo que descartó rápidamente a un rostro que fuese reconocido (aunque, recordemos, tampoco había dinero para incorporar estrellas). De entre más de doscientas candidatas, que incluyó, entre otras, a una desconocida por entonces Demi Moore, la ganadora del papel fue Heather Langenkamp, originaria de Tulsa y que tenía en ese momento veinte años. “Entendí inmediatamente [como Wes Craven] veía a Nancy y siempre pensé que su personalidad era muy parecida a la mía. Wes me inspiró mucha confianza y sabía que no iba a sonar tonta o ridícula. Estaba claro que quería crear una nueva heroína de terror, una capaz de enfrentarse a los problemas. Mis fans me dicen que aprendieron un montón de Nancy”.
La elección de Fred (todavía faltaba para que fuera Freddy) Krueger fue un poco más compleja. Con un hombre que rondase los sesenta en mente, a Craven le costaba encontrar actores que cumpliesen con el perfil. Empezando a relajar sus exigencias, Wes probó con todo tipo de perfiles, hasta hizo pruebas a dobles de riesgo. Un día entró por la puerta de su despacho un tal Robert Englund, famoso en ese momento por su papel de Willie en la serie V, los visitantes (V, 1984-1985). Decía Craven que cuando conoció a Englund “tenía un aspecto demasiado angelical, pero su entusiasmo era inmenso y no daba la impresión de que le diera miedo sacar el mal de su interior. De hecho, tenía ganas”. Tras replantearse su postura sobre el Krueger original (rejuveneciéndolo) y darle el papel a Englund, terminó de completar el reparto restante con Amanda Wyss, Jsu García, Roney Blakley y Johnny Depp, en su primer papel para cine. En realidad, el después popular actor ni siquiera se había presentado al casting, sino que acudió para acompañar a su amigo Jackie Earle Haley, quien, paradójicamente, sería Freddy Krueger en el reboot de 2010. “Wes Craven fue el tipo que me dio mi primera oportunidad, desde mi perspectiva, sin ninguna razón en particular “, dijo Depp durante la presentación de su película Estrictamente criminal (Black Mass, Scott Cooper, 2015) al poco del fallecimiento de Craven. “Leí escenas con su hija cuando hice una audición para el papel. En ese momento, yo era músico. En realidad, no estaba actuando. Pero Wes Craven fue lo suficientemente valiente como para darme la oportunidad basándose en la opinión de su hija”, añadía. “Fue muy valiente por elegirme. Él era un buen hombre, así que descansa en paz, viejo Wes”.
En los papeles principales el reparto se completó con todo un veterano como John Saxon, quien para entonces había compartido plano con Bruce Lee en Operación Dragón (Enter the Dragon, Robert Clouse, 1973), amén de trabajar en multitud de producciones como secundario de lujo o, incluso, aparecer en la famosa serie catódica Falcon Crest de CBS haciendo las veces de padre de Lorenzo Lamas. El currículum de Saxon imponía en cierto modo a Wes Craven, puesto que se ponía a sus órdenes el más profesional de cuantos le rodeaban. Como anécdota, cuenta Craven que el primer día que Saxon acudió al set de rodaje se le acercó portando un pequeño maletín. Pidiéndole el actor un poco más de intimidad, ambos se apartaron del resto del equipo de producción y Saxon abrió el maletín. A diferencia del magnífico mcguffin que introdujo Quentin Tarantino en su Pulp Fiction (Pulp Fiction, 1994), éste no desprendía luz dorada, sino que contenía un amplio muestrario de peluquines. Saxon le preguntó a Craven que cómo quería al personaje, con o sin pelo. El director, impresionado en el momento, dejó en sus manos la elección. Pero no sería esta la única vez que Saxon formase parte del universo de ficción creado para Pesadilla en Elm Street, puesto que participaría tanto en Pesadilla en Elm Street 3: Los guerreros del sueño (Nightmare on Elm Street 3: Dream Warriors, Chuck Russell, 1987) como en La nueva pesadilla de Wes Craven (Wes Craven’s New Nightmare, 1994).

Una vez completado el reparto, se le dio el acabado visual al villano de la función. Wes Craven había leído en una revista científica que tanto las rayas horizontales como el color rojo y negro juntos eran difíciles de procesar por el cerebro, por lo que decidió vestir así al personaje para hacerlo aún más inquietante; el sombrero, que figuraba en una primera versión de guion y había sido suprimido, fue traído de vuelta por Robert Englund, que logró convencer al director de que era un elemento que, con los planos adecuados y la luz correcta, podía hacer más terrorífico a Krueger; la garra surgió de ver Craven a su gato arañando el sofá. “Se me ocurrió que las manos son lo que nos diferencia de los animales. Poner cuchillos en su mano me pareció el elemento perfecto”. Para la cara, Craven tenía muy claro lo que quería. Para empezar, descartó algún tipo de máscara, tan en boga en aquellos tiempos gracias a Michael Myers, Jasoon Voorhes y el resto de los imitadores. “Se me ocurrió la idea de las cicatrices. Me pareció perfecto, porque conseguíamos un efecto máscara sin necesidad de usar una”. La solución final al dilema resultó ser de lo más prosaica. David Miller, diseñador del aspecto que tendría Fred, estaba comiendo una pizza en un local cuando le vino la inspiración viendo los restos. El diseño final que se aprobó fue el de una pizza de pepperoni. Por supuesto, todos los efectos especiales se realizaron de forma práctica y sus resoluciones fueron las más lógicas. ¿Cómo hacer un géiser de sangre emanando de una cama? Es tan fácil como dándole la vuelta a la habitación, un truco que también se utilizó para el asesinato de Tina. Uno de los trucos más efectistas de la cinta es aquel en el que Freddy surge de la pared tras la que duerme placenteramente Nancy. Esto se realizó con látex y el actor intentando atravesarlo. Incluso el espectador menos atento se dará cuenta de que el Freddy en llamas del tercer acto parece haber ganado peso. Eso se debe a que al especialista debidamente maquillado y protegido por un traje ignífugo le prendieron fuego de verdad.
Tras superar algunos escollos financieros imprevistos, como la caída de inversores y la consiguiente búsqueda desesperada de unos nuevos, y de hacer algunas modificaciones al guion final, eliminando toda referencia directa a la pedofilia y al hermano menor de Nancy que había sido asesinado por Fred durante su infancia, la película comenzó a rodarse, tardando unos treinta y dos días en completarse. Contando con la partitura de Charles Bernstein y unos efectos especiales más que dignos para la época y el presupuesto (y que, hoy en día, han envejecido notablemente bien), los derechos de distribución de la película se trataron de vender a Paramount, que los rechazó de pleno. Haciendo último acopio de fuerzas, Shaye decidió que fuese la propia New Line quien la distribuyese y colocara en cines. Y el resultado saltó a la vista: el presupuesto total de la película se recuperó en su primer fin de semana, y tuvo una recaudación (solo en Estados Unidos) cercano a los veinticinco millones de dólares. Nada mal para una cinta que costó dos, ¿no? Lo negativo de todo esto para el creador, es decir, Craven, es que Shaye se quedó con los derechos del personaje y creo toda una franquicia a su alrededor muy lucrativa. Tan lucrativa que durante mucho tiempo se conoció a la New Line Cinema como La Casa que construyó Freddy Krueger, dando lugar a otros proyectos como, muchos años después, la popular trilogía de El señor de los anillos de Peter Jackson, por ejemplo.
Con Pesadilla en Elm Street Craven introdujo en ese momento al Hombre del saco definitivo. Un boogieman sobrenatural, consciente de ello y de su imposibilidad de ser detenido, otorgándole un cinismo y un uso del humor negro inédito hasta el momento que lo diferenciaba de sus homólogos. De acuerdo con su educación bíblica, los pecados de los padres los pagan los hijos. Y es así como el bueno de Fred Krueger vuelve en los sueños de los chavales con la intención de hacerles picadillo para vengarse de aquellos progenitores que le persiguieron, encerraron y quemaron vivo. Otro elemento que renovar fue el de la final girl. La mojigata Laurie Strode de La noche de Halloween era una chica lista y aplicada que sacaba buenas notas. Mientras hacía los deberes o se sacaba unas pelas haciendo de canguro, sus amigas se dedicaban a beber alcohol y fornicar con sus parejas. La prota de la cinta que nos ocupa, Nancy Thompson, responde al mismo perfil que Laurie. Pero, a diferencia de la hermanita de Michael Myers, sí que tiene novio. Sin embargo, lo tiene a dos velas. Un jovencísimo Johnny Depp al que vemos más salido que el pico de una mesa porque Nancy es la final girl súper casta (pura y presumiblemente virgen). Además, es súper inteligente y con iniciativa. No sólo descubre cómo acabar con el malo, sino que siembra su casa de booby traps e invierte los papeles con su madre, convirtiéndose en la única persona madura y responsable del 1428 de la calle Elm. En definitiva, la única persona que merece el honor de enfrentarse cara a cara al malo de la función, Freddy Krueger, interpretado por un magistral Robert Englund que hoy no ha conseguido despegarse de su alter ego de la cara quemada y el guante de cuchillas afiladas. Un Englund que es indisoluble a la figura de Krueger y que representó a la perfección nuestros miedos más profundos. Algo que no está nada mal para solamente aparecer durante siete minutos en pantalla en esta entrega seminal.
José Manuel Sarabia
[1] No conviene olvidarnos de Black Christmas [tv/vd/dvd/bd: Navidades negras, 1974] de Bob Clark.
[2] Recordemos que Craven asombró en los setenta con su cinta La última casa a la izquierda (The Last House on the Left, 1972) y en los noventa reinventó el slasher con Scream, vigila quien llama (Scream, 1996).
[3] A partir de este momento, si no se especifica lo contrario, todas las declaraciones han sido extraídas de los documentales a modo de extras en la edición de Blu-ray de Pesadilla en Elm Street.
Muy bueno el artículo. Entiendo que eliminasen o rebajasen lo de la pedofila pero me hubiera gustado que mantuvieran la idea del hermano menor de Nancy en la película (no tenía ni idea de que eso estuvo sobre la mesa), lo habría hecho todo más sinistro y personal y lo que me gusta de la primera y segunda parte es que freddy se me hace genuinamente siniestro, después se volvió progresivamente más colorista.