Los motivos por los que he escogido El pantano de los cuervos para celebrar el aniversario de La Abadía de Berzano son diversos. En primer lugar porque es una película de cine de terror español bastante desconocida, o por lo menos para la mayoría de aficionados/as, o simplemente se ha visto poco y merece ser más vista y es muy B. En segundo lugar, porque, aunque es un desastre en muchos sentidos, es original en su planteamiento y puesta en escena en relación al gran grueso de lo que es el fantaterror al que estamos habituados; rueda en exteriores, en un paraje selvático de los andes como es Ecuador. Y, finalmente, porque soy un fan de las cintas que protagonizan mad doctors, desde Rotwang, Jekyll, Frankenstein, Mabuse, Phibes, Brundle, Herbert West o la Mary de American Mary (la rara avis en un panorama hipermasculinizado), hasta este Dr. Frosta, un implacable mad doctor en un entorno psicotrónico difícil de creer hoy día.
Sinopsis: Un científico perturbado arroja los resultados fallidos de sus experimentos con seres humanos en el turbio pantano que tiene junto a su laboratorio.

Año: 1974 (España)
Director: Manuel Caño
Productores ejecutivos: Fernando M. Fernández Arbizu, Javier Molina
Guionista: Santiago Moncada
Fotografía: Manuel Merino
Música: Joaquín Torres
Intérpretes: Ramiro Oliveros (Dr. Frosta), Marcelle Bichette (Simone), Fernando Sancho (inspector), Antonia Mas (Dra. Moore), Roonie Shark (Dr. Krojer), César Camigniani (ayudante del inspector), Marcos Molina (Richard), Gaspar Bacigalupi (coronel de policía), Domingo Valdivieso (ayudante de Frosta), Melba Centeno, Marcos Navas «Cartucho» (mendigo), Fabiola Vallejo, Mónica Jurado…
Cuando escuchamos el nombre de Manuel Caño, a la gran mayoría, no se nos viene a la cabeza la figura de un director de cine bastante ecléctico y olvidado, que cuenta en su carrera con algunos títulos reivindicables, aunque no sé si tanto por su valor cinematográfico de conjunto como por su valentía y su intento de hacer algo nuevo. Especialmente lo vemos si nos fijamos en sus dos incursiones en el cine de terror -la que nos ocupa y Vudú sangriento (1974), también con guion de Santiago Moncada y rodada en la República Dominicana. Manuel Caño extendió su carrera entre los sesenta y los setenta, y fue a finales de esta última década que tras dirigir la loquísima comedia Y a mí qué me importa si explota Miami (1976) y la notable, esta sí, Perro de alambre (1976), que adapta el drama político del escritor cubano Carlos Alberto Muntaner Perro mundo, que desapareció del cine de ficción para dedicarse a la dirección de algunos documentales turísticos.

La cinta, con guion bastante desastroso de, como ya se ha dicho, Santiago Moncada, bebe claramente de elementos clásicos del cine de terror como es la figura del mad doctor, a ratos cercano al Dr. Victor Frankenstein y a ratos puede recordar a una suerte de Dr. Moreau en algunos detalles, y por supuesto por el terror gótico, véase que incluso se atreve en dos ocasiones a poner en boca del protagonista un fragmento del poema de Edgar Allan Poe El cuervo. Sin embargo, no se nos escapa que posiblemente la mayor influencia que tuvo Santiago Moncada fue la de Lovecraft y su relato Herbert West, reanimador. Tanto es así que me atrevería a decir que en buena parte es una adaptación apócrifa y libérrima pero inspirada en el relato en cuestión, posiblemente porque no pudieron o quisieron conseguir los derechos para ahorrar dinero. Y si no, veamos un poco el argumento.

El Dr. Frosta, interpretado por Ramiro Oliveros, un habitual del cine y la televisión española, es un científico que investiga la reanimación post mortem mediante una compleja técnica de modificación o reanimación celular gracias al uso de un suero que él mismo ha desarrollado. Sin embargo, su investigación, y su necesidad de experimentar primero con animales y finalmente con humanos, hace que una y otra vez sea rechazado y expulsado de los centros de investigación de todo el mundo. Consecuentemente, se ve obligado a conseguir los cuerpos para investigar ya sea robando cadáveres frescos de la morgue de hospitales o de primera mano mediante el asesinato de mendigos y prostitutas. Reanimados que acabarán “plantados” en el pantano de los cuervos, algo que nos recuerda a El motel del infierno (Motel Hell, Kevin Connor, 1980).

El pantano de los cuervos es un dislate de principio a fin filmado con la habilidad de quién poco sabe de lenguaje narrativo y técnica cinematográfica, y esto, sin duda, la baña de un aura de cine pseudoprofesional o semi amateur que, en parte, le da frescura, porque se salta a la torera todos los convencionalismos y, al tiempo, en muchos momentos, la vuelve cargante y fallida. Y es una pena, porque la película tiene suficientes elementos para entretener, aunque lo podría haber hecho mejor. Entre los elementos a los que me refiero están, sin duda, los zoom in y zoom out, omnipresentes desde el primer plano de la película, o también el abuso de los primeros planos mal encuadrados y desenfocados.

Algo que se suele comentar sobre esta película es que se llama El pantano de los cuervos cuando en su metraje no aparece ninguno, pero eso no es cierto del todo. A los buitres negros presentes en toda la película, en algunos paises de America Latina como Argentina, Uruguay o Paraguay se les denomina, entre muchas otras formas, “cuervos”. Puede que de ahí se haya tomado el nombre, aunque probablemente sea consecuencia de la tormenta de diarrea cerebral del equipo. También es notable, y atrevido, que eligieran llevar la acción a un país como Ecuador y filmar a plena luz del día, en parajes selváticos, rompiendo los clichés del terror gótico y las habituales puestas en escena que había cultivado el fantaterror previo.

Manuel Caño y Santiago Moncada perpetran esta historia repleta de machismos que duele en ojos y oídos. No se cortan con plantear a la mujer como un mero objeto, una posesión del hombre que no tiene voz ni voto. El momento en el que el Dr. Frosta visita a su novia, Simone, con la idea de mantener relaciones sexuales, pero ella no quiere, es uno de ellos: “No me gusta que me contradigan. Pero si te quieres resistir, hazlo. De todas formas haré contigo lo que quiera” dice, mientras le echa mano al cuello y, obviamente, la obliga. En mi pueblo se llama violación, aunque sea tu pareja. Otro de estos elementos es, y con qué soltura lo plantea, el famoso “la maté porque era mía”, y no hay nada que decir a esto, es mi derecho de macho. Por no hablar del ex novio de Simone que, tras ser abandonado, se pasea cantando “Mujer robot” por los garitos de la zona con una maniquí a imagen y semejanza de ella para contar que esta no le engañará, claro, porque es una muñeca, y desearle a la real la muerte, además de dejar algunas perlas en boca del coro formado por mujeres que le acompañan del tipo: “Somos así, falsas engañosas, perversas mentirosas, ardientes y mimosas” o “Allí donde te encuentres te deseo la muerte, mujer robot, mujer muñeca… Vacías las cuencas de tus ojos, comidas las entrañas por cien cuervos, garganta desgarrada,…”. Todo esto aderezado con maquillajes imposibles, manos de goma por doquier, sin olvidarnos de apuntes necrófilos, con una autopsia que parece practicada sobre un cuerpo real, y la crítica a la ética científica. Queda para el recuerdo una frase que dice él Dr. Frosta: “La ciencia, exige víctimas para seguir avanzando”. Pues lo mismo aplicado a la película.

En resumen, El pantano de los cuervos es una cinta de terror no exenta de elementos cómicos voluntarios y accidentales que hay que ver cuanto antes.
José Miguel Rodríguez
«- Sr. Comisario, he tenido una idea.
– ¡Por fin, ya era hora. Pero suéltala enseguida, no sea que se muera de soledad dentro de tu cabeza!».
Hola a todo/as,
En el momento en que la vi, por televisión, hace tres o cuatro años, no recuerdo bien, me pareció una bastante, bastante, bastante mala coproducción entre España y Ecuador.
Es por tanto una peli exótica, y no sólo por el no muy habitual compañero de viaje de España en esta aventura, sino por el tema en sí, que se adentra en el subgénero del «Mad Doctor», esto es, el Dr. que es muy inteligente, sí, pero usa sus capacidades no para hacer el Bien precisamente, sino para todo lo contrario.
Aquí sus intenciones son buenas, pero exasperado por sus pocos y cortos logros, no duda en matar impunemente para avanzar en sus estudios.
Todo esto narrado de forma harto torpe por Manuel Caño, hasta el punto de conseguir algo no original, pero sí clarificador: que apenas consiguiera distribución, siendo apenas vista por nadie en la época de su estreno.
Y vista ahora, casi cuarenta años después, la cinta no puede ser no sólo más tediosa, sino absurda.
Y lo es por mezclar churras con merinas, utilizar muy mal la música y canciones, y enervar al respetable con un guión con más agujeros que el Titanic tras chocar contra el hielo.
Algunas escenitas (más bien ridículas) eróticas, guapa actriz protagonista (pero sosísima) y bonita fotografía que, no obstante, no saca jugo de los bellos paisajes naturales donde está rodada la peli.
Ni en eso se esforzaron.
Tan sólo se pueden salvar, por su simpatía más que nada, los personajes del comisario de policía (un Fernando Sancho a quien le doblan, por cierto) y su fiel ayudante.
Un cordial saludo.
Iñaki Bilbao