Miss Muerte

El 15 de diciembre de 2007 echó a andar La Abadía de Berzano, bitácora muy ligada a la personalidad de su creador, José Luis Salvador Estébenez a.k.a. «cerebrín». En su entrada inaugural, en la que su creador se presentaba, declaraba su interés preferente por el cine de serie B realizado en la Europa mediterránea de género fantástico. De hecho, la entrada de película más antigua que se puede encontrar, es la de Bahía de sangre, de Mario Bava. No tardaron en aparecer también noticias y reseñas de tema norteamericano o en general anglosajón; pero, por algún motivo, en mi instinto siempre he sentido a La Abadía como ese templo en el que se trata con absoluto rigor y seriedad (que no es lo mismo que aburrimiento) todo lo que un aficionado al cine de género italiano y español puede buscar. Que sí, insisto: en este blog encontrarás de todo, de todas las procedencias y siempre tratado igual de bien. Pero ¿acaso hay en el internet en castellano mejores entrevistas a cineastas mediterráneos que las que hemos leído aquí? ¿Alguien más le ha prestado atención por igual al spaghetti-western, al péplum, al terror, incluso a la comedia de origen español o italiano? ¡Pero si hasta el nombre remite a Amando de Ossorio! Así que cuando José Luis me propuso participar en esta celebración con una fiesta de, justamente, lo que mejor hace este blog, que es publicar textos interesantes, ese instinto me dijo que debía buscar algún hueco aún no cubierto sobre nuestro cine, y vi que podía hacer alguna aportación sobre nuestro cineasta más prolífico, extrañamente poco tratado por aquí. Por eso he escogido a Jesús Franco, con uno de sus títulos capitales, esperando que sea del interés de muchos lectores que, como yo mismo, entramos aquí buscando información sobre películas como ésta. ¡Larga vida a La Abadía de Berzano! ¡Y salve su capitán, José Luis! No sé si él es plenamente consciente de su hallazgo aquí, de lo que está construyendo y aportando entrada a entrada, paso a paso. Hoy de nuevo siento el orgullo de estar a su lado y aportar mi reseña, pero antes y ante todo me considero un agradecido lector de esta web, de las que más recomiendo, de las que más visito. ¡Por otros quince años más! Como poco, ¿no?

 

Sinopsis: El doctor Zimmer ha desarrollado unos experimentos revolucionarios con los que es capaz de convertir a los hombres malos en buenos y viceversa. Cuando el doctor fallece, su hija prosigue sus experimentos adueñándose de la voluntad de una bailarina, Miss Muerte, con la intención de vengarse de los colegas de su padre que se burlaron de sus investigaciones causándole la muerte.

 


Título original: Miss Muerte/Le diabolique docteur Z
Año: 1966 (España, Francia)
Director: Jesús Franco
Productores: Michel Safra, Serge Silberman
Guionistas: Jesús Franco [acreditado como David Kuhne], Jean-Claude Carrière
Fotografía: Alejandro Ulloa
Música: Daniel White
Intérpretes: Estella Blain (Nadia), Mabel Karr (Irma Zimmer), Howard Vernon (Dr. Vicas), Fernando Montes (Philippe), Marcelo Arroita-Jáuregui (Dr. Moroni), Cris Huerta (Dr. Kallman), Francisco Camoiras (pescador), Mer Casas (esposa de Moroni), Ana Castor (Juliana), Jesús Franco (inspector Tanner), Rafael Hernández (ayudante del inspector Green), Antonio Jiménez Escribano (Dr. Zimmer), Guy Mairesse (Hans Bergen), Alberto Bourbón, José María Prada (policías), Lucía Prado (Barbara Albert), Javier de Rivera (notario), Vicente Roca (doctor de la policía), Ángela Tamayo (chica en el cabaret), Daniel White (inspector Green)…

Miss Muerte/Le diabolique docteur Z (1966) es, probablemente, la cúspide del periodo formal en blanco y negro de Jesús Franco, el más prestigioso y que despierta mayores adhesiones críticas; y a la vez, es la puerta de acceso hacia el resto de su cine, elevando las dosis de morbosidad y delirio por encima de todo lo mostrado hasta entonces. La marcada sensibilidad pop inherente a toda la obra franquiana, la naturaleza de pastiche pulp de sus historias, los guiños al mundo del cómic, al cine de agentes secretos o de terror, o la potenciación del erotismo como características que siempre habían estado presentes, encuentran en este título un catalizador. Y eso a pesar de ser una obra surgida de la frustración. Hacia 1966 la película que Franco quería hacer era Al otro lado del espejo, también en coproducción con Francia. Pero la Censura española le estaba poniendo tantos problemas, y exigiéndole tantos cambios, que el director prefirió no hacerla por no tener que transigir. Malhumorado, les dijo a los censores que en su lugar haría “otra de terror”, ya que al parecer para ellos esas “eran una gilipollez con las que se meaban de risa” (sic) y ahí “no se metían en nada mientras no se viera ni una teta[1]. A pesar de este origen destemplado y a despecho, nos hallamos ante una de sus mejores películas. Respecto a Al otro lado del espejo, conseguiría hacerla también ya en 1971, y sería otra de sus grandes obras.

Como todas las películas suyas de este periodo, estamos ante el Franco expresionista, el que trabaja la luz y las sombras, los encuadres y las localizaciones. Es, sobre todo, el Jesús Franco que exuda pasión cinéfila, manifiesta ya desde Tenemos 18 años (1959) con sus sketches mitómanos, rasgo este que no abandonaría hasta los postreros coletazos de su cine cincuenta años después. Pero es en esta primera etapa cuando tiene lugar la más sólida y palpable plasmación de esa cinefilia, puesto que se da en cuerpo y alma, forma e ideas: el ya citado expresionismo alemán, el cine de terror americano de los años 30 y 40, Fritz Lang, Robert Siodmak, Max Ophüls, y un larguísimo etcétera que conduce inevitablemente a Orson Welles, como se ha dicho millones de veces su más notable influencia. La afinidad entre Franco y Welles comenzó en lo artístico, cuando Franco rodó Rififí en la ciudad (1963) o La muerte silba un blues (1964) de manera no muy distinta a como Welles rodara Mister Arkadin (Mr. Arkadin, 1955), pero desde que se conocieran y colaboraran (Campanadas a medianoche, Don Quijote y La isla del tesoro), pasaría a ser una afinidad también vital, en cuanto a concepciones sobre el business, la independencia y el acto de rodar. Por supuesto que sus maneras de recorrer el camino acabaron divergiendo: Jesús Franco llegaría a un nivel de desafectación respecto al acabado de sus propias películas difícil de asimilar, y Welles coleccionó proyectos inacabados.

El propio Jesús Franco tenía a Miss Muerte por una de sus películas favoritas, y la consideraba “una película bastante malsana[2], cosa nada baladí, ya que por ejemplo no opinaba lo mismo de Gritos en la noche/L’horrible Docteur Orlof (1961), que con todo lo afamada que es, a su autor le parecía “aburridísima y muy superada[3]. No es de extrañar: Miss Muerte es notablemente más audaz, y a la vez vuelve a resumir todo el argumentario de su gusto. Su amor por el cine fantástico tiene, necesariamente, que tener como máximo exponente a la figura del mad doctor, dejando a un lado a sádicos y asesinos varios, por ser el que mejor encaja con la clase de historia de bolsilibro que a él le gustaba. Así, aquí tenemos ciencia demencial, experimentos con personas, esbirros silenciosos, control mental, acupuntura chunga, brazos robóticos que parecen del doctor Octopus, torturas, asesinatos en serie y, por supuesto, venganza, en una mixtura que se podría encontrar sin sorpresa en una novela de Glenn Parrish o Curtis Garland[4].

En este caso deberíamos hablar de mad doctress, por tratarse de eso. La mujer siempre es el centro del universo franquiano, sea su cuerpo (Franco como gran erotómano, que nos ha regalado ingentes cantidades de secuencias de desnudos integrales, aunque no sea éste el caso, en 1966 todavía no se había descocado), sea como personajes protagónicos, los más interesantes, por no decir incluso los únicos verdaderamente ricos de sus películas. Siempre es rastreable influencias como la de La novia vestía de negro, la novela de Cornell Woolrich bajo su pseudónimo habitual, William Irish. Y no es que lo digamos nosotros, el propio Franco admite en sus Memorias del tío Jess, que le gusta mucho esta novela. Tomemos como sujeto, por ejemplo, a una mujer fuerte, asesina de hombres, a veces por sí misma, a veces manipulada como en este caso por otra mujer. Jesús Franco vuelve una y otra vez sobre los mismos motivos, por no decir que rueda una y otra vez las mismas historias. Así, parte de la esencia de Miss Muerte se repite, en buena medida, en Necronomicón (1968) y, sobre todo, en Sie tötete in Ekstase (1971), ya del periodo de Soledad Miranda.

No es lo único que se recicla. También tenemos aquí la influencia de George Franju, y sobre todo de Los ojos sin rostro (Les yeux sans visage, 1960), ya versionada libérrimamente en Gritos en la noche, y cuyo germen argumental seguiría produciendo ecos hasta Los depredadores de la noche (Les prédateurs de la nuit, 1988): la piel quemada, el secuestro (y asesinato) de donantes contra su voluntad para cirugías imposibles… Incluso el método de asesinato aquí guardaría sin aplicarle demasiada imaginación cierta familiaridad con el de Fu Manchú y el beso de la muerte/The Blood of Fu Manchu (1968) -aquí son las uñas, en aquella eran los labios…-.

La carrera de Jess Franco puede rastrearse y clasificarse por etapas en función del productor o productores con los que está trabajando, y está claro que el díptico que rodó para Serge Silverman tiene luz propia. Para la ocasión, se logró reunir un presupuesto de diez millones de pesetas, la mayor cantidad que había manejado el director hasta entonces. Ya comenté en la introducción la génesis del proyecto, por lo que no volveré sobre ello. Figura como autor del guion David Kuhne[5], que no es otro que el propio Jesús Franco con pseudónimo, con “adaptación y diálogos” de Jean-Claude Carrière. Carrière había ayudado a Luis Buñuel a escribir algunas de sus películas francesas desde Diario de una doncella (Le journal d’une femme de chambre, 1964), y Silverman se lo presentó a Franco para que hiciera lo propio con él. Su colaboración comprendió este título y la otra para Silverman del mismo año, Cartas boca arriba/Cartes sur table.

Siguiendo con el apartado técnico, en Miss Muerte vuelve a brillar, como de costumbre suele hacerlo, la fotografía de Alejandro Ulloa. Ulloa fue responsable de darle empaque visual y hacer lucir como si tuvieran mucho más presupuesto a películas como Una historia perversa/Una sull’altra (1969) de Lucio Fulci, Pánico en el Transiberiano/Horror Express (1972) de Eugenio Martín o El retorno del hombre lobo (1981) de Paul Naschy. Lamentablemente, fue su única colaboración con Franco, ya que pienso que en los sesenta podrían haber hecho cosas muy interesantes si se hubiese dado la situación adecuada. En cuanto a la banda sonora de Daniel White, da lo mejor, con su cobertura de jazz melancólico (precioso el tema principal de la película), pero también lo peor, con una música incidental extraña y abstracta, de carraca y piano tocado casi al azar, que no termina de dar bien el tono.   

El film se abre con una cita textual al final de Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé ou Le vent souffle où il veut, 1956) de Bresson. Como Franco sabe que te vas a dar cuenta, no solo no lo oculta, sino que lo subraya con sorna: suena el teléfono, el personaje de Mabel Karr lo atiende, y luego comparte la información con su padre y con nosotros: dice “Era Bresson: un condenado a muerte se ha escapado”. Guy Mairesse es Hans, ese condenado, que va a parar en su desventurada huida al laboratorio del doctor Zimmer (también conocido por el más comiquero nombre de doctor Z, que sirve para enarbolar el título internacional de la película), en donde es hecho prisionero y convertido en el Morpho que nos toca aquí. Que su rol y el que interpretaba Ricardo Valle en Gritos en la noche viene a ser más o menos el mismo, creo que no ofrece discusión. De nuevo, este esbirro frankensteniano, gorilesco y silencioso, seguiría repitiéndose una y otra vez como el enésimo leitmotiv de lo franquiano, por ejemplo, de nuevo en Los depredadores de la noche en el personaje de Gérard Zalcberg.

El doctor Zimmer, icónica la estampa de Antonio Jiménez Escribano con el pelo blanco y esas extrañas gafas, epítome de la imagen del mad doctor, es un continuador de los trabajos del doctor Orloff (confirmando que estamos en lo que podríamos llamar informalmente “el francoverso”), que ha descubierto los rayos Z, capaces de alterar los centros que condicionan el bien y el mal en una persona. Eso significa que puede curar a alguien malvado volviéndole completamente inofensivo, o viceversa, convertir a alguien normal en un peligroso asesino. De rebote, vaya usted a saber por qué, también sirve para controlar a la gente y convertirlos en esclavos sin albedrío. Además, Zimmer habla de rayos, y luego el procedimiento se basa más bien en alguna clase de punción… Pero no nos vamos a poner tiquismiquis. Zimmer presenta un avance de sus resultados en un congreso científico con la intención de solicitar permiso para hacer pruebas con humanos. Y lo único que encuentra en respuesta son burlas e insultos, lo que le produce un ataque de ansiedad, que le lleva a un paro cardiaco y a la muerte. Irma (Mabel Karr), su hija y ayudante, jamás le perdonará aquello a los colegas de su padre, especialmente a los doctores Vicas (Howard Vernon), Moroni (Marcelo Arroita) y Kallman (Cris Huerta), los tres que fueron más insultantes. Jurará hacérselo pagar, vengándose de ellos. La trama está servida y tenemos a nuestra maravillosa villana.

El rol de Irma Zimmer, la diabólica doctora Z, estaba inicialmente pensado para Ana Castor, que ya había trabajado con Franco en Labios rojos (1960) o La mano de un hombre muerto (1962). Pero la actriz tenía reticencias a aparecer durante parte del metraje bajo el maquillaje de tener la cara quemada, así que finalmente se quedó con el papel mucho más secundario de Juliana, la ingenua autoestopista que será asesinada, y el personaje principal fue para la argentina Mabel Karr, por entonces casada con Fernando Rey, que hace un trabajo magnífico con el que Franco quedó muy contento. 

Queda la introducción de miss Muerte, interpretada por la malograda[6] Estella Blain, la araña que asesina arañando (sic), mujer fatal mezcla de Jekyll & Hyde en femenino, víctima y verdugo. Atención a los números del cabaret; al de Miss Muerte por supuesto, pero tampoco dejen de mirar a la trompetista cada vez que sale. Son performances insólitas, surrealistas, fascinantes a su manera. En especial el número de Nadia/miss Muerte, que es pura proyección de lo que luego serán los asesinatos. Como símbolo de esa dualidad entre belleza y muerte, sirve la máscara del final del número. Y de paso Franco se marca un homenaje al comic Fantomah de Fletcher Hanks. A otro nivel, es evidente que el número es muy erótico, no tanto por lo que se hace o se ve (insisto en el punto de la censura), como por el cómo se hace y lo que se entiende entre líneas. La relación de dominación entre Irma Zimmer y Nadia es también ya en sí misma puro erotismo, toda la violencia de esta película es violencia sexual. Y es una película muy violenta, no tanto (de nuevo) por lo que se ve, sino porque los forcejeos y los sometimientos se sienten muy físicos y reales. El número de miss Muerte le da la idea del plan a la obsesionada doctora, sobre todo cuando ve cómo lo mira su acompañante (Fernando Montes) y se da cuenta del poder del sexo.

Los policías, en este caso, no son tan tontos como en otros, aunque sí que están del lado del alivio cómico. El propio Jesús Franco interpreta a un inspector sempiternamente somnoliento porque acaba de tener trillizos y el llanto de tanto recién nacido no le deja descansar por las noches. Su sidekick, que en las versiones en francés e incluso en inglés (aunque el doblaje en este último idioma es bastante malo) es un policía normal, en la versión castellana es doblado con un acento inglés que, sumado a sus pintas, recuerdan a sir Timoteo, el personaje de Raf (otra referencia comiquera). A pesar de las bromas, no son policías nada despistados, así como tampoco lo son las víctimas, que lejos de ser meros zoquetes movidos solo por la lujuria, tienen reacciones bastante normales. 

Momentos a recordar de la película: la secuencia del asesinato de Juliana, no exento de connotaciones lésbicas y montado con precisión maravillosa, desde que se bañan hasta el final de la escena; la manera en que Hans desviste a las víctimas; la autooperación de Irma Zimmer ante el espejo; la captura de Nadia, corriendo semidesnuda por el teatro; la hipnótica secuencia onírica del asesinato de Vicas en el tren; la destrucción de las pruebas quemando el vestuario, otro momento en el que Nadia más que la asesina parece una víctima que esté siendo violada; el reconocimiento del cadáver entrevisto solo por las sombras proyectadas; la composición y el montaje de toda la secuencia de acoso a Moroni, con momentos que recuerdan a El tercer hombre (The Third Man, 1949); y, cómo no, la ambigüedad del final, que en el montaje español fue cortado (o al menos en la edición que yo tengo), pero que recomiendo ver entero. Todo ello decorado con escenas en escaleras de caracol, con cámaras subiendo en montacargas, de escaleras sombrías y de pasillos muy sugerentes con sombras tenebrosas y luces que entran por extraños ventanales.

Miss Muerte es, en resumen, una excelente prueba de por qué Jesús Franco está donde está y muchos le consideramos como le consideramos.  Y no es solamente un señor que se haya ganado un hueco en el cielo del trash a base de toneladas de caspa que en efecto también facturó; también ha sido, y con diferencia, uno de los cineastas españoles más avanzados, interesantes y reivindicables.

Javier Ludeña


[1] “Entrevista a Jesús Franco” por Carlos Aguilar, DeZine nº 4, San Sebastián, 1991.

[2] Memorias del tío Jess, Editorial Aguilar 2004.

[3] Lo dijo en muchas entrevistas. Por ejemplo, en la de DeZine citada en la nota 1. No obstante, aunque esto es una impresión subjetiva mía, a Jesús Franco siempre le gustó ir a la contra y hacer quiebros en las entrevistas. Si a ti te gustaba una película, él te decía que la buena era otra; y si le dabas la razón sobre esa otra, él te demostraba que en realidad no la habías visto, porque el montaje bueno es otro que tú no conocías…

[4] Sobrenombres respectivamente de Luis García Lecha y Juan Gallardo Muñoz, dos de los más prolíficos autores de maravillosas novelas de a duro escritas en España: divertidos pastiches (loablemente bien escritos para el modelo tan industrial de literatura del que hablamos) equivalentes entre nosotros al pulp norteamericano. También podría haber mencionado a A. Thorkend (Angel Torres Quesada), Silver Kane (Francisco González Ledesma), George H. White (Pascual Enguídanos) y un, afortunadamente, largo etcétera.

[5] Respecto a David Kuhne y hablando de novelas de a duro, en numerosas entrevistas y fuentes se cita que se trataba de un pseudónimo de Jesús Franco en una presunta faceta de escritor de esta clase de novelas. Pero a pesar de que me considero bastante bibliófilo y coleccionista de novelas populares de género, jamás he encontrado ni un solo librillo firmado por este autor, por lo que pienso que se trata todo de una invención del propio Franco.

[6] La actriz se suicidó en 1982.

Un comentario en “Miss Muerte

  1. Hola a todo/as,

    «- La Policía no cree en fantasmas.
    – La Policía no, pero los policías, sí».

    Cuando la vi, no hace demasiado tiempo, me pareció una de las mejores cintas del tío Jess, de cuando todavía tenía aspiraciones artísticas.
    Está coproducida con Francia, que es el país de donde absorbió el buen cine al que más tarde acudiría Franco como punto de referencia, sobre todo de los grandes maestros galos.
    La cinta tiene interés desde el principio hasta el final. Es verdad que el paso del tiempo no le ha hecho ningún bien y ahora ciertos aspectos en cuanto a la puesta en escena aparecen superados, pero en aquellos tiempos tuvo mucha fuerza dramática en algunas escenas violentas, amén de la unión de los elementos eróticos provenientes de sus dos protagonistas femeninas, ambas muy bellas.
    Se sigue con ganas la historia y gusta y entretiene sin dificultad por estar bien dirigida, emplear Franco con inteligencia sus no muy abundantes elementos y tener buenas interpretaciones.
    Aspectos técnicos como la fotografía en blanco y negro del gran Alejandro Ulloa o/y la banda sonora, ayudan a que el conjunto tenga una elegancia formal que eleva la calidad media de este ameno filme.

    Un cordial saludo.

    Iñaki Bilbao

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