En muchas ocasiones retrotraigo mis recuerdos a finales de los setenta o incluso durante toda la década de los ochenta, en los que yo, un entonces muy joven aficionado, anhelaba el descubrimiento de una u otra película, atendiendo a su efímera presencia en las carteleras, o un determinado pase televisivo, que se nos podía escapar, dejándonos sin poder recuperarla. Es cierto que ya estaban a mano los VHS -en mi caso, hasta bien entrado los noventa no dispuse de esta posibilidad-, pero no es menos evidente que albergábamos enormes, casi enciclopédicas ausencias, no solo en la contemplación de las filmografías completas de nuestros cineastas, intérpretes y géneros preferidos. También, a la hora de atesorar información o referencias de nuestras intuiciones y referencias, que en aquellos años se ceñían a una serie de publicaciones, que aún día cuentan en mi caso con un enorme reconocimiento.
Más de cuatro décadas después, este paradigma ha mutado por completo. Para bien, en la medida que nos permite albergar información sobre casi todo lo que el séptimo arte ha generado. Y para mal, al tener que asumir con no poco dolor, que la importancia social del hecho cinematográfico ha menguado hasta cotas inimaginables, engullida en buena medida por el predominio casi obsesivo de series y otras ofertas audiovisuales. Es preferible que nos detengamos en lo primero, aunque como buen fatalista que he sido siempre, entienda que la afición cinematográfica se ha convertido en un coto decreciente de entregados seguidores, que quizá con el paso de los años evolucione a un abandono definitivo de los cánones que, en mayor o menor medida, hemos disfrutado y defendido en nuestro pasado.
Pero seamos positivos. Ya señalaba con anterioridad que en la actualidad cualquier avezado cinéfilo puede acceder a miles de títulos que en mi juventud no sabíamos siquiera que existían. Pero es que además el mundo virtual ha permitido una considerable democratización a la hora de expandir el conocimiento de cualquier parcela del hecho cinematográfico. Ni que decir tiene que ello tiene una mayoritaria cuota de expresión en lengua inglesa. En todo caso, resulta especialmente interesante la aportación brindada en español, que no solo se ciñe hacia apuestas centradas en nuestro país, sino que se extiende a tierras iberoamericanas. Dentro de ese panorama, se tiene además la posibilidad que cada aficionado elija las referencias que más se acerquen a sus gustos, a su modo de entender su vinculación fílmica, o incluso a aquello que se desea buscar y enriquecer, al carecer en ese caso concreto de referencias precisas.
Sea en una u otra vertiente, lo cierto es que La Abadía De Berzano ofrece una puerta abierta a la indagación. A bucear en recovecos poco explorados. O, sobre todo, en mi opinión, a destacar la parcela más valiosa de dicho espacio en la red, como es la recuperación de testimonios y entrevistas en torno a figuras y profesionales que, en algún momento de nuestra devoción cinematográfica, imprimieron alguna brizna de recuerdo en nuestra memoria.
El inmenso mundo creado por el amigo José Luís Salvador Estébenez cumple quinceaños. Es motivo de celebración. Un servidor vivió aquella grata experiencia en septiembre de 2019 con mi Cinema de Perra Gorda, y lo primero que me vino a la mente fue una extraña sensación de vértigo. Vértigo por mirar hacia atrás y ver la magnitud del camino emprendido. De la enciclopédica tarea elaborada, casi sin sendero marcado día tras día. De los cientos de horas empleadas para ofrecer y atesorar contenidos y reflexiones de manera desinteresada, sin mayor satisfacción que el posible lector o aficionado acceda a ella. Y, sobre todo, brindar elementos que sirvan como lucha a los desvíos de la memoria. Querido José Luís, enhorabuena por esta hazaña. Te lo dice un colega de apuestas como esta. Pero te lo dice, sobre todo, alguien que valora los esfuerzos desinteresados, de los cuales La Abadía De Berzano supone un exponente de enorme magnitud.
Sirva este comentario sobre Hipnosis/Ipsnosi/Le Tueur à la rose rouge/Nur tote Zeugen schweigen (1962, Eugenio Martín) -un título que encajaría a la perfección en tu monumental diáspora virtual y cinematográfica- como pequeño homenaje a tu tarea. ¡A seguir siempre!
Sinopsis: Un boxeador aficionado es sorprendido por un famoso ventrílocuo robando en su camerino y surge la pelea. Erik, un traicionero amigo del ventrílocuo, aprovecha la ocasión para asesinarlo con la intención de quedarse con su prometida y montar juntos un espectáculo, y que las culpas del crimen caigan sobre el boxeador. Pero cuando sus planes parecen que se cumplen, una serie de hechos en apariencia sobrenaturales y que parecen estar relacionados con el muñeco del fallecido atormentarán a Erik, que comenzará a vivir una auténtica pesadilla.

Año: 1962 (España, Italia, Francia, Alemania)
Director: Eugenio Martín
Productor: Alfons Carcasona
Guionistas: Giuseppe Mangione, Eugenio Martín, Gabriel Moreno Burgos, Francis Niewal [acreditado en la versión alemana], Gerhard Schmidt [acreditado en la versión alemana]
Fotografía: Francisco Sempere
Música: Francesco De Masi, Angelo Francesco Lavagnino, Roman Vlad
Intérpretes: Jean Sorel (Erik Stein), Götz George (Chris Kronberger), Heinz Drache (inspector Kaufmann), Georgi Georgiev-Getz, Margot Trooger (Katharina), Werner Peters (inspector), Mara Cruz (Karin Kronberger), Massimo Serato (Georg von Cramer), Eleonora Rossi Drago (Magda Berger), Guido Celano (Tony), Michael Cramer (Pablo), Ana María Montaner (Loren), José María Caffarel (psiquiatra), Diana Rabito (enfermera), José Villasante, Antonio Queipo, Antonio Casas, Pedro Fenollar (doctores), Jacinto San Emeterio (instructor), Hildegard Knef…
Siempre he pensado que dejando de lado la producción generada en las últimas tres décadas, en donde se aúnan algunas propuestas originales con un ya consolidado nivel de producción, lo mejor del denominado fantaterror se encuentra en los últimos años cincuenta y primeros sesenta. Es decir, cuando el espíritu de la serie B y el cine de género aún no estaba contaminado por una tendencia al subproducto que ha lastrado, mal que les pese a algunos, buena parte de dicha producción posterior. Por el contrario, en este periodo se suceden una serie de títulos que fundamentalmente articulan en su puesta en escena, no solo ecos de grandes referentes del género, sino que esa asimilación de fórmulas de probada eficacia se traduciría en productos modestos, pero no carentes de atractivos, algunos de los cuales aparecen dentro de la pequeña historia de nuestro cine.
Es un contexto este al que pertenece por derecho propio Hipnosis, segundo largometraje de Eugenio Martín -que una década después nos proporcionaría otra reconocida muestra del género con el interesante Pánico en el Transiberiano/Horror Express (1972)-. Nos encontramos ante una coproducción a cuatro escalas -España, Francia, Italia y Alemania Occidental- que concita en su premisa argumental varias corrientes del thriller y el cine de terror. Resulta, por tanto, fácil detectar en sus costuras la herencia de un subgénero tan poco estimulante como el kriminal alemán -del que, justo es señalarlo, se distancia con ventaja-. La elección como subtrama de las historias de ventrílocuos con sus inquietantes muñecos -con referentes tan ilustres como el segmento de Alberto Cavalcanti en la colectiva Al morir la noche (Dead of Night, 1945, Cavalcanti, Dearden, Crichton & Hamer). Finalmente, la película se encuentra rodada en unos años donde se encontraba consolidado -fundamentalmente desde Inglaterra- un formato de thriller psicológico, auspiciados por realizadores británicos como Seth Holt o Guy Green, entre otros. Serán los tres vértices sobre los que girará una película bastante más interesante en el tenso tratamiento y la atmósfera que desprende su desarrollo, que en la insuficiente e incluso atropellada base argumental en la que se envuelve.
Hipnosis se inicia de manera inquietante, mostrando una tensa situación que pronto descubriremos se trata de un número de hipnotismo realizado en plena función. Lo practica el conocido ventrílocuo Georg von Kramer (Massimo Serato) con su prometida Magda Berger (Eleonora Rossi Drago). Una vez concluida la función, la ágil y dinámica planificación de Martin nos describirá el movimiento entre pasillos, donde se introducirá el joven repartidor Chris Kronberger (Götz George), entregando a Magda un nuevo ramo de flores, que cada día es reiterado por un admirador anónimo. Con enorme habilidad en esos primeros minutos Eugenio Martín acierta al describir los sentimientos contrapuestos de sus personajes, entre los que destacará el joven ayudante de iluminación -Erik Stein (un sorprendente Jean Sorel)-, interiormente enamorado de la protagonista y secreto artífice de esos envíos. Cuando Chris se adentre de manera imprevista en el solitario camerino de Georg verá en la mesa la billetera de este llena de dinero. Robará los billetes allí dispuestos y de manera accidental se esconderá en un armario empotrado cuando el ventrílocuo se adentre. Poco después, el repartidor -que más adelante sabremos es boxeador aficionado- pegará un golpe a Georg y huirá. Hasta el camerino entrará un Erik al tanto de la situación y el contexto le brindará la ocasión para asesinar a bastonazos -en una secuencia de deliberada y percutante crispación visual- al que considera su rival en la conquista de Magda, teniendo la coartada de dejar que la culpa del crimen recaiga en el joven que ha huido sin siquiera saber que este se ha cometido.
A partir de ese momento se iniciará la verdadera entraña de Hipnosis, extendida por un lado en la huida de Chris y su búsqueda de indicios que atestigüen su inocencia, y las investigaciones que comanda el inspector Kauffman (Heinz Dreche), quien pronto intuirá la inocencia de Chris. También se dará cita el intento de Erik de consolidar y reconducir su relación con Magda, mientras que poco a poco se ve superado por una serie de inquietantes circunstancias, fruto de su creciente tormento interior. Y, junto a ello, el intento de Karin (Mara Cruz), la hermana del muchacho huido por probar su inocencia, y la presencia de oscuros aspectos. Uno de ellos será el ocasional augurio marcado por la extraña Katharina (Margot Trooger), otra de las actuantes de la compañía, quien no dejará de subrayar la misteriosa presencia y ausencia de ‘Grog’, el sombrío muñeco que el asesinado utilizaba para sus actuaciones. Será un aspecto en este recorrido argumental donde encontraremos cualidades y limitaciones que configurarán el definitivo alcance de una propuesta de modesta configuración, aunque más que estimables resultados.
Entre lo primero, qué duda cabe que la película atesora por un lado una vigorosa y densa atmósfera, a la que contribuye de manera poderosa la densa y oscura iluminación en blanco y negro brindada por Paco Sempere, que logra de entrada transformar unos exteriores rodados en Madrid, que en todo momento parecen estar delimitados en otras zonas europeas. A ello, no cabe duda que resalta el empeño llevado a cabo por Eugenio Martín al apostar por una planificación definida en largos y alambicados planos, de lejana querencia expresionista y nerviosa configuración, que en numerosas ocasiones aciertan al insuflar tensión y vida propia a una peripecia argumental que evidencia agujeros y apresuramiento en más ocasiones de las deseables. Fruto de ese loable empeño por proporcionar densidad a su conjunto aparecen secuencias y episodios como el ya comentado que abre la película o el asesinato del ventrílocuo, el inesperado rescate de Kauffman por parte del repartidor huido -hecho este que al inspector le hará concluir que en realidad Chris es inocente-. En este contexto, tendrá una capital importancia la atmósfera de pesadilla-incluso de eco sobrenatural- albergada en las secuencias desarrolladas en el interior del lujoso apartamento del asesino protagonista, ayudando a ello el uso de las sombras, la utilización de la moderna decoración dispuesta en su hall, y los oportunos insertos de ese ‘Grog’ incorporado para otorgar un aporte de injerencia fantastique, a lo que ayudarán sonidos que parecen provenir desde otra dimensión. Será el ámbito en donde se describirá una de las secuencias más opresivas de la película, con el encuentro entre un Chris empeñado en que un sorprendido Erik redacte su confesión de culpabilidad, y que culminará de manera trágica. Unamos a esta sucesión de aciertos esa escena llena de tensión e incluso angustia -en mi opinión, la más brillante de la película- en la que Karim, haciendo caso de un consejo de Erik -dispuesto a eliminarla como peligrosa contrincante a la hora de descubrir su culpabilidad- se introducirá en un angosto escondite que dará al exterior con el escenario móvil y estará a punto de aplastarla. Una inesperada circunstancia evitará que el cada vez más psicopático protagonista pueda culminar su maligna intención.
Por desgracia, pese a esta estimulante enumeración hay dos elementos que lastran en cierta medida esta, con todo, estimable propuesta. El primero de ellos, es esa constante -incluso por momentos molesta- sensación de atropellamiento que registra el devenir de su propuesta argumental. Todo parece discurrir a trallazos. La evolución de sus personajes -que, por esas arbitrarias circunstancias se retrotraen a meros estereotipos- obedece a una sensación atrabiliaria de sencilla andanza pulp, sin apostar por la más mínima coherencia dramática. Esa sucesión de peripecias, la aparición inesperada y en ocasiones casi ilógica presencia de todos ellos, casi de un plano a otro, impiden que la película adquiera esa siempre buscada densidad, que su atmósfera reclama casi a gritos. Los últimos instantes de Hipnosis decepcionan, al renunciar de manera abierta con esa aura sobrenatural con la que había coqueteado a lo largo de todo su metraje previo y en la que esas inquietantes inserciones del ‘Greg’ que, con anterioridad, habían proporcionado puntuales y siniestras pinceladas. Es cierto que en el ambiente quedará una extraña aura de desolación, pero esa voluntaria renuncia al menos a cierta querencia ambivalente desmerece, y mucho, hasta el punto de amortiguar el impacto de esta, con todo, atractiva referencia, en unos años donde el cine de género albergaba cierta fuerza en nuestro país.
Juan Carlos Vizcaíno Martínez
Hola a todo/as,
En mi opinión, empieza de forma soberbia, para poco a poco perder fuerza.
Una pena, pues la historia daba mucho más de sí, pero Martín, un director para mi mediocre, pero con un título muy destacable y disfrutable «Pánico en el transiveriano», desaprovecha la ocasión de hacer una buena película.
Y la convierte en discretamente entretenida, siempre interesante (en su intriga) por aquello del qué pasará… Pero se queda en poco, siendo el final flojo.
Un cordial saludo.
Iñaki (Films en Caja Tonta)