Sinopsis: Tal y como ha venido ocurriendo con otras niñas desde tiempo atrás, otra niña ha desaparecido y todo apunta a Elías, el tímido profesor de piano en un colegio de lujo. Pero cuando el policía encargado del caso, Alonso, excede sus competencias y el sospechoso es puesto en libertad, se pone en marcha un retorcido plan que tiene como finalidad la confesión de Elías o, en todo caso, su muerte. En el plan cada vez se verá atrapada más y más gente. ¿Solo puede haber una verdad? Porque lo que está claro es que habrá más de una muerte…

Año: 2023 (España, Uruguay)
Director: Gustavo Hernández
Productores: Guido Rud, Alvaro Ariza Tirado, Ignacio García Cucucovich, Carlos Juarez
Guionistas: Juma Foda, Conchi del Rio basado en el guion de Navot Papushado, Aharon Keshales
Música: Lucía González, Hernán González Villamil, Nicolás Molla
Intérpretes: Adriana Ugarte (Matilde), Juana Acosta (Vidal), Javier Gutíerrez (Alonso), Rubén Ochandiano (Elías), Luna Fulgencio (Matilde de niña), Fernando Tejero (Hipólito), Antonio Dechent (Romero), Manuel Vega (Alex)…
Es difícil adaptar películas de una nacionalidad a otra –cómo olvidar el incomprensible y soporífero remake que Miguel Ángel Vivas realizó de A’l Interieur pocos años después de que Alexandre Bustillo y Julian Maury estrenasen la original– pero ya es algo titánico si te basas en una película exitosa del 2013, Big Bad Wolves de Navot Papushado y Aharon Keshales, una desatada mezcla de policiaco, drama, comedia y terror que basa parte de sus tramas en la idiosincrasia de su país de origen, Israel, con el chantaje emocional de madres judías, asentamientos árabes, padres con rencores ocultos, etc. Y, sin embargo, Gustavo Hernández y sus guionistas, Juma Foda y Conchi del Rio, han hecho que parezca sencillo lo más complicado: la adaptación del material original a otra cultura y al cambio de género.
El dueto de guionistas saben reconducir la historia sin que pierda su esencia, son capaces de eliminar todas esas referencias directas a un estilo de vida, el de los israelís y los árabes, reescriben y añaden más peso al personaje principal que ejecuta la venganza, eliminan todo lo relacionado con el video incriminatorio, se llevan por otro camino la secuencia de apertura con la presentación del “lobo” y generan un personaje totalmente nuevo a partir de uno esbozado en dos secuencias de la película original. Todas las tramas nuevas, reinterpretaciones e, incluso, el nuevo “disparador” de la venganza, no se sienten artificiales o metidas a capón, sino funcionan como si formaran parte del conjunto desde el principio. Una y otra vez, Juma Foda y Conchi del Rio ahondan en dos ideas: todos intercambiamos el papel de lobos o corderos según nos lo pida nuestro instinto, y el cuidado de los niños es algo primordial.
Gustavo Hernández es un director uruguayo que llamó la atención en el 2010 gracias a su película La casa muda, un título muy exigente con el espectador pero al mismo tiempo repleto de interés debido a su narración en solo un plano secuencia. Tras su opera prima, Hernández ha seguido perfeccionando su estilo con Dios local (2014) No dormirás (2018), Virus: 32 (2021) y, ahora, da un giro con Lobo feroz, una coproducción hispano-uruguaya en la que su narración es más convencional, pero que a cambio se adapta como un guante al cambio de género, ya que la película se aleja de cualquier atisbo de comedia y se reconvierte en algo muy cercano al noir y al policiaco. Sorprendentemente, Hernández prescinde casi totalmente de sus característicos planos secuencias, aunque los pocos que hay demuestran el pulso que tiene para ellos, desplegando una narración que en momento alguno se detiene. Pero así donde la cámara de Hernández funciona como un reloj, siendo invisible e imprescindible al mismo tiempo, no encontramos la misma precisión a la hora de dirigir a los actores.
Si hablamos de los personajes heredados de Big Bad Wolfes –los interpretados por Javier Gutiérrez, Rubén Ochandiano y Antonio Dechent–, podemos decir que Gutiérrez consigue hacer suyo el personaje del policía, que bordea el ridículo en la película de Navot Papushado y Aharon Keshales, y le añade patetismo ya desde la primera secuencia del “interrogatorio” en el puticlub; Rubén Ochandiano comparte ese aire frágil que tenía Guy Adler en la película original y, al igual que en esta, el espectador tiene grandes dudas acerca de su culpabilidad, pero los guionistas le han añadido un momento final que regala al actor español uno de los mejores momentos de su carrera. Antonio Dechent cumple en su cometido, a pesar de que su papel revista menor importancia que en la cinta israelí. Comentar que Fernando Tejero interpreta a un abogado hortera y trapichero que hubiera necesitado mayor recorrido en la historia para que Fernando Tejero no se viera como Fernando Tejero.
Los mayores peros del casting los encontramos en el elemento femenino: Juana Acosta como la comisaria de Guardia Civil y Adriana Ugarte interpretando a la vengadora. La primera va a medio gas parte del metraje, sobre todo por un papel que no termina de cuajar hasta ya pasado el ecuador de la historia, y en ese sentido es acertado el tono buddy movie que reviste sus intervenciones junto a su compañero Alex, encarnado por un correcto Manuel Vega. Lo de Adriana Ugarte ya es más peliagudo debido a que su personaje arranca con muchísima fuerza, en una secuencia que le retrata de forma contundente. La mirada, el gesto, todo es perfecto para Matilde hasta que falla el acting. Uno no ve a una madre con una vida terrible a sus espaldas, sino que siente cómo Adriana Ugarte fuerza un acento que no tiene y se ve rígida en su interpretación corporal; su interpretación gana más cuando observa y planea que cuando interacciona.
Y aquí abro un debate que me planteo al ver películas como Lobo feroz: aunque se busque el respaldo del público, no hay riesgo para el casting. Con la excepción de Manuel Vega, con una carrera más corta, todos los rostros pertenecen a un star system (si es que eso existe en el cine español), y aunque algunos son actores y actrices muy competentes, muchos de ellos repiten esquemas ya vistos demasiadas veces como Javier Gutiérrez –que cada vez resulta más Javier Gutiérrez– o Manuel Dechent. Entiendo el aporte económico que hay detrás de Lobo feroz, pero también noto el miedo a meter rostros desconocidos en el reparto, pero que den más fuerza/caracterización al personaje.
Debates apartes, Lobo feroz ha conseguido dar el salto de una idiosincrasia a otra, y uno siente que a la historia le viene mejor el tono noir y dramático que el universo casi esperpéntico de la propuesta de Papushado y Keshales. Al mismo tiempo, igual no es la mejor película de Gustavo Hernández, pero si la demostración de que puede afrontar proyectos de carácter al margen del fantástico.
Javier S. Donate