El ataúd de cristal

 

Sinopsis: Vestida para la ocasión con un elegante traje de noche, Amanda entra en la enorme y lujosa limusina que espera aparcada frente a su casa para llevarla a la gala en la que recogerá un premio a su trayectoria como actriz. De pronto los cristales de las ventanillas se tintan de negro, el móvil de Amanda queda deshabilitado y no puede abrir ninguna de las puertas. Y una voz, distorsionada por un filtro metalizado, le pide por favor que deje de intentar romper cualquiera de las ventanillas. Será mejor que asuma cuanto antes que está atrapada ahí dentro. A partir de ahora, si no quiere que pasen cosas más desagradables de lo estrictamente necesario, será mejor que Amanda cumpla con todo lo que la voz le ordene.

 


Título original: El ataúd de cristal
Año: 2016 (España)
Director: Haritz Zubillaga
Productores: Galder Gaztelu-Urrutia, Carlos Juárez
Guionistas: Aitor Eneriz, Haritz Zubillaga
Fotografía: Jon D. Domínguez
Música: Aránzazu Calleja
Intérpretes: Paola Bontempi (Amanda), Ramón Moro (chófer), Juan Dopico, Antonio Baroja, Íñigo Portillo, Josu Eguren, Doctor Amor, Luis Posada (voz)…

No cabe duda que, aunque no fuera notable su originalidad al extraer elementos de un sinfín de películas, caso de El abominable Dr. Phibes (The Abominable Dr. Phibes, Robert Fuest, 1971), El retorno del Dr. Phibes (Dr. Phibes Rises Again, Robert Fuest, 1972), Matar o no matar, este es el problema (Theatre of Blood, Douglas Hickox, 1973), Seven (Seven, David Fincher, 1995), Cube (Cube, Vincenzo Natali, 1997) o El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, Daniel Myrick & Eduardo Sánchez, 1999), entre otras, la franquicia iniciada por Saw (Saw, James Wan, 2004) revolucionó los conceptos del cine de horror moderno, generando copias y/ o plagios por doquier. Entre ellos hayamos productos de diversa índole, como Are you Scared? (Andy Hurst, 2006), Mentes en blanco (Unknown, Simon Brand, 2006), Seed (Uwe Boll, 2006), WAZ (WAZ, Tom Shankland, 2007), Steel Trap (Luis Cámara, 2007), Breathing Room (John Suits & Gabriel Cowan, 2008), The Collector (The Collector, Marcus Dunstan, 2009), The Killing Room (Jonathan Liebesman, 2009), Nine Dead (Chris Shadley, 2010), Iron Doors (Stephen Manuel, 2010), Would You Rather (David Guy Levy, 2012), 13 Sins (Daniel Stamm, 2014), Escape room (Will Wernick, 2017)…

A pesar de ser recurrentemente tachada como un calco del éxito de James Wan, la intención de El ataúd de cristal (2016) es bien distinta. Si el resto de propuestas se recrean en la concepción el asesinato como ejercicio de plasticidad más o menos artística, la ópera prima de Haritz Zubillaga, licenciado en Comunicación Audiovisual en la Universidad del País Vasco, sondea otros terrenos: su objetivo es manejar situaciones psicológicamente muy retorcidas para intensificar el terror emocional y, si bien, sobre ella ejerce especial influencia los films de supervivencia e, incluso, el torture-porn, la historia no deriva hacia lo físico como hacen éstas, sino que arremete contra lo psicológico. O sea, la violencia no es una meta, sino un camino. Para ello se (cor)rompe con la estética imperante, esquivando su tono realista, construyendo una espiral en forma de pesadilla onírica que conduce a la protagonista Amanda (Paola Bontempi) directamente al Infierno, confundiendo las extremas situaciones a las que le empujan y cayendo en un laberinto de espejos en el que pierde lentamente la noción de la realidad. Matizamos: al principio la propia lujosa limusina que debe conducir a Amanda hasta la ceremonia donde se le otorga un premio a su exitosa trayectoria como actriz, se presenta como tal, pero, a medida que trascurre el relato, se deforma, convirtiéndose en la prolongación abstracta y/ u oscuro reflejo de los recovecos psicológicos más turbios del personaje.

Asimismo, el estilo narrativo que imprime el realizador bilbaíno a sus trabajos, incluyendo un nutrido número de cortometrajes en todos los formatos y subformatos posibles -cf. Hi8, S-VHS, MiniDV, 16mm, 35mm…-, destacando entre ellos Autoestigma (1999), El método (2001, codirigido junto a José Alfredo Pérez), En la boca del lobo (2004), Las horas muertas (2007), She’s Lost Control (2010) o The Devil on Your Back (2015), se muestra fuertemente influenciado por el mundo de la publicidad y la televisión, donde Zubillaga habitualmente ha ejercido como montador, denotando una especial predisposición a la hora de fusionar ambos medios. Pero además, El ataúd de cristal también se puede entender como una ampliación (que no continuación) de sus dos cortos más insignes. Esto es, el perspicaz thriller de supervivencia con resquicios de western mediterráneo Las horas muertas y la intensa pieza de horror supremo She’s Lost Control, el primero localizado en una caravana y el segundo también en una limusina. Esta predisposición por encauzar sus historias en escenarios únicos con reducidos espacios, asaz opresivos y atmosféricos, propicia que la acción quede suspendida en el espacio y en el tiempo, generando una extraña e inquietante sensación en el espectador, potenciada con más ahínco en El ataúd de cristal al incluir ingredientes desconcertantes e incómodos, enfatizando el voyeurismo más depravado hasta acercarlo al hard menos visceral en la controvertida escena de la violación de la protagonista.

En esencia, el film es un angustioso y minimalista thriller de (re)torcido horror contenido, cuya hipnótica y asfixiante atmósfera, heredera de obras del estilo de El diablo sobre ruedas (Duel, Steven Spielberg, 1971), Doble cuerpo (Body Double, Brian de Palma, 1984), La habitación del pánico (Panic Room, David Fincher, 2002), Buried (Rodrigo Cortés, 2010), Cosmópolis (Cosmopolis, David Cronenberg, 2012) o Holy Motors (Holy Motors, Leos Carax, 2012), entre otras, impregna a cada fotograma de una maliciosa impresión claustrofóbica, cebada, eso sí, por el espíritu intrigante de Alfred Hitchcock y el alucinógeno de David Lynch o vampirizando los vívidos colores añiles y rojizos propios del giallo. Por su parte, su excusa argumental es dilatar el tratamiento de ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, Robert Aldrich, 1962), deformando y enturbiando la relación que mantiene Amanda con la actriz (también encarnada por Paola Bontempi) a la que con malas artes robó el papel que la lanzó al estrellato. Así, aparentemente la película se centra en la retorcida venganza de la segunda sobre la primera, culminada con un secuestro, una tortura y una violación, pero la realidad es otra. Su fondo nos remite a la redención y al instinto de supervivencia “a costa de lo que sea y de quien sea”, como bien reconoce Amanda en una de las escenas finales. ¿Tal vez el mismo instinto de subsistencia que embriagó a su realizador a la hora de llevar el proyecto durante años de una productora a otra sin conseguir financiación? ¿O quizá se trate de un vivaz arrebato por la frustración acumulada? Además, la historia también se puede leer como una gran metáfora de la relación entre el director y la actriz al guiar/ manipular la voz en off del micrófono el comportamiento de Amanda, obligándola a interpretar como si de una actriz porno se tratase una explícita felación al tacón de uno de sus zapatos o un traumático streptease. De igual modo, la usurpación a la que es sometida por el chofer encapuchado (Ramón Moro) es dramatizada como una pieza teatral, con actos incluidos, usados a modo de ensayo y cuyo propósito es acrecentar el realismo de la feroz secuencia.  

Sea como fuere, la absoluta libertad creativa en el modo y en la forma con la que Haritz Zubillaga contó durante el rodaje, imprime una rúbrica muy personal, saldada con notabilidad, al imprimir un ritmo firme y un pulso maestro que hace que la película funcione como un disparo directo a la cabeza del espectador, quien saborea repetidas veces la tensión de su vil entramado y el exprimido clímax adyacente. Éste alcanza su cúspide más atroz en su desenlace, si acaso algo deslavazado, pero fogosamente contundente y estremecedor al presentar entre las brumosas sombras de un aterrador bosque la figura deforme y retorcida, como si de un horripilante monstruo infrahumano se tratara, debido a un cáncer terminal de la antagonista, o la siniestra y perturbadora risa de ésta antes de morir ahogada en su particular ataúd de cristal que se convierte la limusina hundiéndose lentamente en el fondo de un pantano. Dicho en otras palabras: resulta un potente y eficaz ejercicio de inteligencia cinematográfica, una obra sugestiva de contrastada brillantez creativa, un soplo de aire fresco… capaz de exprimir el low-cost más básico para crear una imprescindible y maestra pieza del neohorror.

David Pizarro

Un comentario en “El ataúd de cristal

  1. Hola a todo/as,

    Primer largometraje de Haritz Zubillaga, a quien personalmente, y creo que es el sentir general, le deseo un exitoso futuro, pues sin duda no lo va a tener nada fácil.
    Parte de un guión escrito al alimón (supongo) por él mismo y por Aitor Eneritz, por lo que se puede decir sin temor a equivocarnos que es un trabajo de lo más personal. Un trabajo que le ha llevado años sacarlo adelante y que por fin lo pudimos ver, en estreno mundial en el Festival de Sitges 2016.
    Y me gustó, si bien no es en absoluto redonda, pero durante la mayor parte del metraje mantiene la tensión, el suspense, con un único personaje que se pueda ver en pantalla, llevado a la perfección por la actriz Paola Bontempi.
    En un espacio reducido, con apenas dos personajes, tres si contamos con una siniestra aparición, Haritz consigue mantener el interés, hace que el espectador conecte con el sufrimiento de la protagonista… aunque no sepa bien de qué va todo.
    Y cuando se sabe, ay, creo que la cinta va a menos. Es muy difícil mantener todo lo anterior, en el mismo piso de calidad, durante todo el metraje, pero es verdad que el primer tercio es claramente mejor, y el segundo, una vez se sabe de qué va todo, baja y ya sólo esperamos saber cómo acabará todo.
    Quizás daba mejor para un mediometraje de una hora o así, no para un largometraje, pero en líneas generales, gracias a la buena interpretación de Bontempi, a la funcional y nada sencilla puesta en escena y a aspectos como la iluminación y fotografía, se consigue un honesto, mucho más que digno trabajo, que merece la pena ver, aunque creo que no convence del todo, pero para ser una ópera prima está bien y no engaña al público.

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