Wild Beasts, belve feroci [vd: Wild Beasts (La noche de la fiera)]

Título original: Wild Beasts, belve feroci

Año: 1984 (Italia)

Director: Franco E. Prosperi

Productor: Feederico Prosperi

Guionista: Franco E. Prosperi

Fotografía: Guglielmo Mancori

Música: Daniele Patucchi

Intérpretes: Lorraine De Selle (Laura Schwarz), John Aldrich (Rupert Berner), Ugo Bologna (Inspector Nat Braun), Louisa Lloyd (Suzy Schwarz), John Stacy, Enzo Pezzu (Guardias del zoo), Monica Nickel (Madre de Carol), Stefania Pinna (Carol), Simonetta Pinna (Annie), Alessandra Svampa (Alice), Frederico Volocia (Tommy), Alessandro Freyberger (Karl), Tiziana Tannozzini (Fay), Gianfranco Principi (Reportero)…

Sinopsis: En un lugar del norte de Europa, durante la noche, los animales de un zoo se vuelven locos, destrozan las jaulas y salen para devorar carne humana. Nadie sabe a qué se debe esta conducta, ni por qué atacan con tanta ferocidad a la gente para luego descuartizarla y deglutirla… pero todo parece indicar que la raíz de estos acontecimientos son unos residuos tóxicos de origen industrial que han contaminado el agua de los animales.

Si por algo es hoy recordado Franco E. Prosperi –no confundir con otro cineasta trasalpino de similar nombre, autor de engendros tales como los seudo-Conan Gunan, el guerrero (Gunan il guerriero, 1982) y El trono de fuego (Il trono di fuoco, 1982)– es por ser uno de los principales creadores del género mondo. No en vano, junto a Paolo Cavara y a Gualterio Jacopetti sería el responsable de la controvertida Este perro mundo (Mondo cane, 1962), considerada la película fundacional de este particular estilo de seudo-documental basado en el más puro sensacionalismo. Tras ella, y siempre en compañía de Jacopetti, Prosperi continuaría explorando las miserias del ser humano en otros films de idéntico formato como África adiós (Africa Addio, 1966) o Adiós tío Tom (Addio Zio Tom, 1972), dentro de una evolución en la que los componentes violentos y/o escabrosos fueron adquiriendo cada vez mayor protagonismo dentro de sus propuestas.

La excepción que confirma la regla dentro de esta filmografía dedicada en exclusiva al mondo la supone Wild Beasts, belve feroci [vd: Wild Beasts (La noche de la fiera)], única película de “ficción” de Prosperi –nótese el entrecomillado- y la única que firmó en solitario, siendo además la encargada de poner el punto y final a su carrera cinematográfica. Rodada en 1984, el título en cuestión se inscribe dentro de la corriente temática que pusiera de moda el Tiburón de Spielberg, en la que se narraba la rebelión de la naturaleza contra el ser humano, en este caso por medio de una trama harto sugerente: tras beber agua envenenada por residuos tóxicos, los animales de un zoo localizado en una indeterminada ciudad del norte de Europa enloquecen, escapando de su encierro y sembrando el terror a su paso.

Como no es muy difícil de deducir, tras esta sencilla premisa argumental, abierta a múltiples y variadas lecturas de lo más jugosas, se esconde un claro alegato en contra de la contaminación medioambiental. Sin embargo, este loable mensaje ecologista queda pronto invalidado por los medios empleados por su director para llevarlo a cabo; si no, ¿qué justificación tiene que para alertar del daño que la contaminación y los vertidos tóxicos producen en nuestro entorno a Prosperi no se le ocurra mejor manera que el filmar escenas de auténtica violencia directa e indirecta contra animales indefensos? Ratas quemadas vivas o el ataque de una manada de felinos salvajes contra una granja son sólo algunas de las atrocidades que podemos encontrar a lo largo de un metraje que responde, tanto en la forma como en el fondo, al estilo exhibicionista del mondo o, en su defecto, de un subgénero derivado de éste y coetáneo al título que nos ocupa como el cine de caníbales, situación subrayada por la presencia en su reparto de Lorraine De Selle, una de las protagonistas del film de Umberto Lenzi Caníbal feroz (Cannibal Ferox, 1980). Y es que, al igual que ocurriera en ambos estilos, toda la posible carga intelectual que pueda tener esta Wild Beasts, belve feroci es solo una coartada para las auténticas intenciones del film: el de ofrecer un espectáculo a base del más cruel y repulsivo morbo.

No obstante, si somos capaces de pasar por alto todas estas disquisiciones morales –allá cada cual con su conciencia, si es que puede-, lo que nos queda es un film bastante superior a la media que solían ofrecer otras propuestas similares llegadas desde el otro lado de los Alpes en la misma época. Pese al evidente esquematismo del que adolece su clásico patrón narrativo, con una pareja de científicos investigando la causa del radical cambio de conducta de los animales, la película se desarrolla con gran dinamismo, destacando tanto la solvente realización de Prosperi como la opresiva atmósfera que dota al conjunto el hecho de que la casi totalidad de su historia transcurra de noche y a oscuras. Por otro lado, si bien es cierto que tanto sus personajes como los actores que les dan vida están muy por debajo del nivel deseable, no menos cierto es que, como ya ha quedado señalado, el interés de su director está puesto en otro lado. Una lástima, pues de haberse prestado una mayor atención al material de base y a las enormes posibilidades que este apuntaba, los resultados de Wild Beasts, belve feroci podrían haber sido los de una obra mucho más compleja y, por lo tanto, de mayor enjundia.

José Luis Salvador Estébenez

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