Una vez al año ser hippy no hace daño

 

Sinopsis: El conjunto musical Flor de Lis y los Dos del Orinoco recorre las ferias de los pueblos con su repertorio de viejas melodías. Deciden probar suerte en Torremolinos y se instalan en un camping, donde conocen a Johnny, un caradura que trabaja de go-go boy, que vive sobre el terreno y, a ser posible, de las extranjeras. Se une a ellos y los reconvierte en un conjunto beat. Se visten de hippies y cantan en inglés. Su nuevo nombre artístico es Los Hippy-Loyas, y se presentan al público como un conjunto pop, procedente de Liverpool.

 


Título original: Una vez al año ser hippy no hace daño
Año: 1969 (España)
Director: Javier Aguirre
Productor: José Luis Dibildos
Guionistas: José Luis Dibildos, Juan José Alonso Millán
Fotografía: Manuel Rojas
Música: Adolfo Waitzman
Intérpretes: Tony Leblanc (Johnny), Concha Velasco (Lisarda), Alfredo Landa (Ricardo), Manolo Gómez Bur (Silvestre), José Sazatornil “Saza” (Anaskira Matuti/Marcelo Bonet), Rafael Alonso (Pololo), Laly Soldevila (Betsy), Joaquín Prat (don Raúl), Erasmo Pascual (propietario local), Goyo Lebrero (empleado gasolinera), Rafael Hernández (Espectador tocón), Blaki (mirón con vaca)…

La trayectoria cinematográfica de Javier Aguirre solo se puede calificar como insólita en nuestro país, aludiendo, de paso, al título del interesante documental que realizara al comienzo de su carrera como director: España insólita (1965)[1]. A pesar de contar con un bagaje inicial en el mundo del cortometraje experimental[2], Aguirre no tuvo ningún complejo en adentrarse, al mismo tiempo, en la realización de películas meramente populares y alimenticias. Dos mundos, en principio, opuestos, pero complementarios, si nos atenemos a los excelentes resultados que consiguió dentro de la comedia costumbrista española, en títulos clásicos de nuestro cine como Los que tocan el piano (1968) o El astronauta (1970), ambos protagonizados por Tony Leblanc.

A Javier Aguirre le pertenece también el mérito de haber sido uno de los primeros directores españoles en adaptar la fórmula del “cine pop” de los sesenta, creada poco antes por Richard Lester y los Beatles con ¡Qué noche la de aquel día! (A Hard Day’s Night, 1964). Su inmediata respuesta a este fenómeno british fue Los chicos con las chicas (1967), echando mano de la banda más importante de la música moderna del momento en España, Los Bravos. La buena acogida de esta cinta, unida a la previa relación de Aguirre con el exitoso productor José Luis Dibildos, posiblemente fueran las causas para que se embarcaran en la realización de Una vez al año ser hippy no hace daño (1969), otra vuelta de tuerca al cine ye-yé hispano, aunque acometida desde un punto de vista más irónico y descreído, como ahora veremos.

De entrada, en contraposición a la novedad que representaban Los Bravos en Los chicos con las chicas, el conjunto musical protagonista de Una vez al año ser hippy no hace daño es una formación de pachanga que actúa en festejos de pequeños pueblos y que se hace llamar Flor de Lis y los Dos del Orinoco. Sus integrantes son encarnados por Concha Velasco, Manolo Gómez Bur y Alfredo Landa, todos ellos, actores castizos y, a priori, poco sospechosos de practicar el hippismo al que hace referencia el título del film. Aguirre y Dibildos diseñan una sátira pura y dura para ridiculizar la contracultura musical de la época. Utilizan, sin embargo, una estética tan delirante como la que se puede ver en la segunda incursión en la pantalla de Los Bravos, la psicotrónica Dame un poco de amooor…! (José María Forqué, 1968), estrenada un año antes. La experiencia en el Anticine de Javier Aguirre, la profusión de extraños zooms y montajes psicodélicos poco ortodoxos, contradicen la intención final de Una vez al año ser hippy no hace daño, que no es otra que la de mirar con lupa esa vanguardia musical que, por otro lado, algunos de sus responsables ayudaron a introducir en el cine español de los sesenta.

Flor de Lis y los Dos del Orinoco

Si bien, Concha Velasco, al igual que Tony Leblanc, ya habían formado parte indispensable de los anteriores triunfos en taquilla del productor Dibildos -como, por ejemplo, Los tramposos (Pedro Lazaga, 1959)-, no es menos cierto que la popular pareja actoral, con su innata adaptación a cualquier registro interpretativo, también fueron pioneros del cine ye-yé en un film anterior y decisivo para el filón, como es Historias de la televisión (José Luis Sáenz de Heredia, 1965). De ese modo, Gómez Bur y Alfredo Landa quedarían en la película como los principales exponentes de la mal llamada “españolada”, e improbables aspirantes a nuevos hippies en esa tierra prometida que representa la Costa del Sol en Una vez al año ser hippy no hace daño. Además, el landismo de Alfredo, tan ajeno al movimiento juvenil tratado aquí, despuntaría con fuerza muy poco tiempo después, con la colaboración en varios libretos del dramaturgo Juan José Alonso Millán, guionista en la presente cinta junto al propio Dibildos.

Tony Leblanc asume su clásico rol de pícaro y cara dura, pero en esta ocasión se mete en la piel de un go-go boy a la última moda en el swinging Torremolinos de los sesenta; capaz de idear la imagen y componer los hits del rompedor grupo Los Hippy-Loyas, resultado de la transformación que experimentarán los verbeneros Flor de Lis y los Dos del Orinoco bajo su influencia. El cuarteto de actores principales mencionado está estupendo en todo momento, demostrando ser auténticos todoterrenos de la interpretación. Se nota perfectamente que se divierten con sus estrambóticos roles, divirtiendo a su vez al público, que es lo importante al fin y al cabo en una película como ésta. Por supuesto que, aparte de los componentes de Los Hippy-Loyas, comparece asimismo en el film un reparto coral, tan caro a la comedia española del momento, que no se queda atrás en lo que a entretenimiento e histrionismo (en el buen sentido del término) se refiere.

Los Hippy-Loyas

Especialmente llamativo es el caso del siempre destacable José Sazatornil “Saza” en el papel de un gurú que pulula por Torremolinos y al que toda la jet set se le arrima, emulando a los Beatles en su periplo de meditación por la India en aquellos años. El personaje de “Saza” se descubrirá finalmente que no es oriundo de la India, sino que es un catalán que tima a todos los modernos que acuden a él con la intención de limpiar su espíritu con el último grito en creencias religiosas -que no fueran las cristianas y muy españolas de toda la vida-. Aguirre nos cuenta que en el universo hippie no es oro todo lo que reluce, que también reina la frivolidad de ciertos individuos con pose impostada. Del mismo modo, el rol de Rafael Alonso, como distinguido torremolinense que hospeda en su mansión al susodicho gurú budista, nos confirma esa crítica ácida contra la excentricidad -el rico y amanerado que incorpora Alonso, se pasea por la costa en compañía de un siniestro personaje que dice ser un vampiro (¡!)- de lo ye-yé que se puede leer entre líneas en Una vez al año ser hippie no hace daño.

Pero, más allá de su argumento construido a base de previsibles gags cómicos, el punto fuerte de la película lo encontramos en esos segmentos a modo de videoclips con las canciones originales de Los Hippy-Loyas. Aguirre no escatima en el uso de rebuscados y lisérgicos recursos técnicos, como ya hiciera en su primer film con Los Bravos. Se atreve, incluso, con un plagio en toda regla del tema de la banda de Mike Kennedy que daba título a aquella cinta, “Los chicos con las chicas”, rebautizado ahora como “Los negros con las suecas”. Y, no contento con ello, en otra secuencia musical del grupo protagonista, la letra de la canción dice algo así como que sus componentes odian “el cine enajenante, de consumo y comercial”, mientras aparecen en pantalla pequeños fragmentos con los créditos de películas firmadas por Javier Aguirre y José Luis Dibildos. Si eso no es hacer autocrítica, que baje Dios y lo vea.

No es de extrañar que lugares como Torremolinos, tan cosmopolitas dentro del desarrollismo franquista -con el consiguiente impacto musical que arrastra la ebullición turística foránea-, supusieran un aliciente para conjuntos jóvenes como los que aparecen en la cinta, Flor de Lis y los Dos del Orinoco; abocados sin remedio a las giras pueblerinas, con un público que la mayoría de las veces estaba más pendiente de la anatomía de su vocalista que de las canciones ejecutadas (a ese respecto, ver la impagable escena protagonizada por Concha Velasco y el mítico secundario Francisco Javier Martín “Blaki”, en la que el personaje de este aparece espiando a la cantante en el camerino mientras se cambia de ropa para el espectáculo). Otra historia diferente es el riesgo que representaba ese ambiente hedonista de la Costa del Sol para el único miembro de Los Hippy-Loyas que está casado y tiene hijos a su cargo. Además, entrado en años, y, encima, financiador de la banda, papel que le toca asumir a Manolo Gómez Bur; quien, una vez arruinado y sableado por el pendenciero personaje de Leblanc, se ve obligado a reengancharse, junto a sus compañeros Concha Velasco y Alfredo Landa, a los tristes tours aldeanos, bastante más prácticos para la estabilidad económica del músico currante. En definitiva, el mensaje que nos transmite la película sería algo así como: ser hippy no hace ningún daño, pero… tan solo una vez al año.

Francisco Arco


[1] https://youtu.be/VPrOmiPSYkU

[2] http://www.javieraguirre-anticine.com/biografia.html

5 comentarios en “Una vez al año ser hippy no hace daño

  1. Hola a todo/as,

    Pues esta peli la vi hace… como un millón de años. Supongo que por la tele, no lo recuerdo bien.
    Lo que sí recuerdo es que me resultó, no especialmente buena, más bien mediocre en líneas generales, pero sí simpática.
    Y, sobre todo fue, y eso sí que no se me olvida, por lo entrañable y evocador que fue ver cantando a Tony Leblanc, a la guitarra y con una peluca graciosa (hablo de memoria, de la mía, que ya con los años…) y la gran Conchita Velasco, aquello de «Yo soy la chica ye-ye (repito, creo que era esta canción). La escena era descacharrante o al menos así me lo pareció entonces.

    Un abrazo de

    Iñaki Bilbao (Films en Caja Tonta).

      1. Hola,

        En efecto, mi memoria cada vez va a peor, he investigado rapidamente y tienes razón.
        Eso sí que es saber de cine, Cerebrin. Al vuelo «me has pillado».

        En fin, pido perdón por mi error, naturalmente.

        Iñaki (Films en Caja Tonta).

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