Plácido

 

Sinopsis: En una pequeña ciudad provinciana, a unas burguesas ociosas se les ocurre la idea de organizar una campaña navideña cuyo lema es: «Siente a un pobre a su mesa». Se trata de que los más necesitados compartan la cena de Nochebuena con familias acomodadas y disfruten del calor y el afecto que no tienen. Plácido ha sido contratado para participar con su motocarro en la cabalgata, pero surge un problema que le impide centrarse en su trabajo: ese mismo día vence la primera letra del vehículo, que es su único medio de vida.

 


Título original: Plácido
Año: 1961 (España)
Director: Luis García Berlanga
Productor: Alfredo Matas
Guionistas: Rafael Azcona, Luis García Berlanga, José Luis Colina, José Luis Font, sobre una historia de los dos primeros
Fotografía: Francisco Sempere
Música: Miguel Asins Garbó
Intérpretes: Cassen [Casto Sendra] (Plácido Alonso), José Luis López Vázquez (Gabino Quintanilla), Elvira Quintillá (Emilia), Manuel Alexandre (Julián Alonso), Amelia de la Torre (Doña Encarna de Galán), Mari Carmen Yepes (Martita), José María Caffarel (Zapater), Xan das Bolas (Rivas), José Orjas (Notario), Agustín Gonzáles (Álvaro Gil), Antonio Ferrandis (Ramiro), Amparo Soler Leal (Marilú Martínez), Fernando Delgado (representante), Julia Caba Alba (Concheta)…

Considerado uno de los grandes maestros del cine español, Luis García Berlanga nos regaló una serie de magníficas obras cinematográficas, no demasiadas, en las que el director valenciano narraba variopintas historias sobre la España más profunda, en las cuales analizaba, de una forma irónica, las luces y sombras de nuestra sociedad, tanto de la época franquista como de la actual. Eran historias realistas, contadas con un humor mordaz, lleno de matices, en las que mostraba lo peor y lo mejor del carácter ibérico. Una de estas primeras grandes obras fue Plácido[1], una especie de cuento de Navidad moralizante, en el que Berlanga critica de forma sutil, pero muy clara, la hipocresía de la alta sociedad de la posguerra, sobre todo cuando llegan esas fechas señaladas. Hay que decir que, según mi opinión, esta hipocresía no es exclusiva de aquella época, sino que se sigue dando actualmente, aunque no de forma tan sangrante como en aquellos años en los que las diferencias sociales eran mucho más acusadas.

La idea de hacer esta película le surgió a Berlanga a raíz de una serie de campañas creadas por el gobierno franquista en los años cincuenta bajo el título de “Siente un pobre en su mesa”, con las que se pretendía maquillar un poco la terrible situación de pobreza que vivían muchos españoles de la posguerra, y ya, de paso, aliviar la conciencia de los ricachones de la época. Partiendo de estas caritativas campañas, Berlanga, con ayuda de Rafael Azcona, José Luis Colina y Luis Font, elabora una historia sobre un grupo de bondadosas damas de alta alcurnia que, con el objetivo de aportar su granito de arena en la ayuda a los más desfavorecidos, organizan durante las Navidades todo un esperpento entorno a esta caritativa iniciativa, a la que denominan “Cene con un pobre”, que incluye las más variopintas actividades: una caravana de artistas de cine de segunda fila, una banda de música, una subasta de pobres (en la que te puede tocar un anciano del asilo o un pobre de la calle), suntuosas comidas; y todo ello transmitido por la radio y patrocinado por la marca de ollas Cocinex. Vamos, una especie de reality show a la española.  

Desarrollada de manera continua, como si fuera una sucesión de escenas de teatro, por la pantalla van desfilando todo tipo de personajes, ricos y pobres, guapos y feos, amables y antipáticos, que aparecen, desaparecen, se entremezclan, discuten, se ayudan; todos ellos dirigidos por un esforzado director de orquesta, Gabino Quintanilla (un José Luis López Vázquez muy en su salsa), que, de manera un tanto atropellada, se las ve y se las desea para que todo salga correctamente. Quintanilla no es malo ni es bueno, simplemente es un honrado trabajador que quiere realizar correctamente la tarea que le han encomendado.

Pero el principal protagonista de la historia no es Quintanilla, sino Plácido Alonso, un modesto ciudadano acuciado por las deudas, cuya única fuente de ingresos es un cascajoso motocarro. La situación es realmente angustiosa para Plácido pues, aparte de los escasos ingresos que obtiene su mujer por gestionar unos urinarios públicos, su familia depende en gran medida del motocarro. El problema es que el vehículo no está pagado y, si no quiere que se lo embarguen, tiene que abonar la primera letra antes de que termine esa misma noche. Así pues, Plácido tiene que sacar el dinero de donde sea y como sea. Se lo pide a su hermano, se lo pide a su suegro, se lo pide a su mujer, pero nadie tiene un chavo. Todos son pobres. El dinero lo tienen los ricos que organizan la comitiva humanitaria, que son los que, supuestamente, quieren ayudar a los más desfavorecidos. Así que la única solución para Plácido es alquilar el motocarro a la humanitaria comitiva de ricos, con la esperanza de que le paguen lo antes posible. Sin embargo, a los potentados les importan un bledo los problemas de Plácido, así que, inmunes a su angustiosa situación, le pondrán todo tipo de trabas para poder cobrar por su trabajo, lo que provocará una caterva de cómicas situaciones en las que siempre subyace el drama que sufre el humilde conductor de motocarro.

El papel de Plácido fue interpretado por Casto Sendra Barrufet, más conocido como Cassen, un actor especializado en comedias, que consigue dar el toque tragicómico que el personaje de Plácido necesitaba. La verdad es que Cassen está bastante bien, aunque, según mi opinión, este personaje habría ganado mucho si hubiese sido realizado por un actor más expresivo como, por ejemplo, Alfredo Landa. Acompañando a López Vázquez y Cassen nos encontramos con una larga ristra de secundarios españoles que van y vienen, sin destacar unos más que otros, cumpliendo perfectamente con sus papeles, entre los que podemos mencionar a Manuel Alexandre, José María Caffarel, Amelia de la Torre, Agustín González, Xan das Bolas, Antonio Ferrandis o Luis Ciges.

Poco a poco, las situaciones se suceden una detrás de otra, sin pausa, llegando a momentos realmente embarullados, que recuerdan un poco a las comedias de los hermanos Marx. La acción se va desarrollando por diferentes zonas de la ciudad de Manresa[2], que van desde una abarrotada estación de ferrocarril, subiendo por el carrer de Sant Marc, pasando por la vía de Sant Ignasi y la calle del Born, para terminar en la plaza de Fius y Palá, donde está el lugar de la subasta. Todo ello mostrado a través de una serie de planos-secuencia que ilustran sobre la magnitud del desfile organizado. Una vez llegados a la subasta, el resto de la película continúa principalmente en interiores, sobre todo en las diferentes casas de los ricachones, en las que se suceden sin descanso varias escenas muy teatralizadas, en las que vemos a las damas, empresarios y artistas tratando de cumplir de la mejor manera con su falsa caridad, sin importarles lo que a los pobres acogidos les pueda suceder después, e incluso sorteando con frialdad algún pequeño “problemilla”, como la muerte de uno de los menesterosos[3]. En ese sentido, es muy interesante la composición que Berlanga realiza en algunas de estas escenas, en las que podemos ver en segundo plano a varios grupos de actores, cada uno de ellos ocupado en sus propios asuntos, mientras los protagonistas actúan en primer plano. Es decir, permite ver varias escenas relevantes en una misma toma, pero en diferentes planos. 

La película se rodó en blanco y negro, destacando la utilización de la técnica de stop-motion en los créditos iniciales del film. Fue candidata a los Premios Oscar y a la Palma de Oro de Cannes, y galardonada con dos premios del Sindicato Nacional del Espectáculo (a mejor director y mejor actor secundario por el trabajo de Manuel Alexandre) y tres premios Sant Jordi (a mejor película, mejor director y mejor actor, en este caso en reconocimiento a la labor de José Luis López Vázquez).

En resumen, nos encontramos con una divertida película navideña con un trasfondo moralizante, hoy convertida en clásico, con la que Berlanga quiso hacer una crítica sutil a la caridad mal entendida por algunos grupos sociales, mensaje que puede considerarse plenamente vigente en la sociedad actual.

Javier Ramos


[1] Inicialmente se pensó en titularla Los bienaventurados o Siente a un pobre a su mesa.

[2] En un principio se barajaron otras opciones como Cuenca o Segovia.

[3] Según se comenta, este toque de humor negro fue introducido por el guionista Rafael Azcona.

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