Drácula 0.9

 

Sinopsis: Lucy es una bella joven que mantiene un apasionado y sangriento romance con Drácula. Van Helsing, experto en ocultismo, intenta salvar a Lucy de las garras del vampiro. Muchos años después, pasados los nueve eclipses, Lucy padece una extraña amnesia y empieza a darse cuenta de su verdadera identidad y a recordar todo lo sucedido, al tiempo que empieza a notar que poco a poco se está transformando en un ser sediento de sangre. ¿Conseguirá Van Helsing rescatarla? ¿Perderá algo en el camino? ¿Se hará realidad el sueño de Lucy , de vivir eternamente junto a Drácula?

 


Título original: Drácula 0.9
Año: 2012 (España)
Director: Emilio Schargorodsky
Productores: Javier Caffarena, Paul Lapidus, Emilio Schargorodsky, Javier Lumbreras Van Dulken
Guionistas: José Luis Matoso, Emilio Schargorodsky, Javier Caffarena, inspirado en “Drácula”, de Bram Stoker, y en el poema “El espíritu de los muertos”, de Edgar Allan Poe
Fotografía: Emilio Schargorodsky
Música: Javier Caffarena
Intérpretes: Nathalie Legosles (Lucy), Javier Caffarena (Drácula), Paul Lapidus (Van Helsing), Antonio del Río (Seward), Francisco del Río (Renfield), Virginia Palomino (madre de Lucy), Silvia Millán, Carmen Montes, José Luis Matoso (peatón)…

En las postrimerías de la agonizante carrera cinematográfica de Jesús Franco, su voluntad por rodar a toda costa le permitió sacar adelante proyectos imposibles/inverosímiles. O sea, supo engendrar esperpénticos y barriobajeros bodrios del estilo de Mari-Cookie and the Killer Tarantula (1998), Objetivo a ciegas / Blind Target (2000), Vampire Junction (2001), Killer Barbys contra Drácula / Killer Barbys vs. Dracula (2002), Snakewoman / Snakewoman (2005), Paula-Paula (2010), La cripta de las condenadas (2012) o Al Pereira vs. Alligator Ladies (2012), cuyo elenco técnico-artístico se reducía a la mínima expresión, contando casi siempre con el mismo grupo de profesionales. Uno de ellos fue Emilio Schargorodsky, fotógrafo y realizador argentino, quien a mediados de los ochenta obtuvo la nacionalidad sueca al emigrar su familia por motivos políticos. Sus orígenes son un extraño cóctel interracial, combinando sangre ucraniana, indio-americana, española e italiana, siendo sobrino nieto de Sergei M. Eisenstein.

Afincado en Málaga desde hace más de veinticinco años, se graduó como especialista de la imagen fotográfica en el Politécnico de la ciudad andaluza, iniciando a continuación una larga carrera como fotógrafo freelance para empresas y entidades como el Club Baloncesto Málaga, Unicaja o G2 Producciones, además de colaborar con diversas agencias de publicidad. Tal actividad se complementaría con la de foto fija a raíz de entablar relación laboral con el bizarro Pedro Temboury. Surgió así su primer trabajo amateur, el corto rodado en súper 8, Drácula (Pedro Temboury, 1993), y sus siguientes aportaciones, caso de Psycho-lettes (Pedro Temboury, 1996), Kárate a muerte en Torremolinos (Pedro Temboury, 2003) o Ellos robaron la picha de Hitler (Pedro Temboury, 2006). Sin embargo, su profesionalización llegaría de la mano de Jesús Franco, en concreto con Carne fresca/ Tender Flesh (1998), con quien colaboraría en su etapa para la productora One Shots en casi una veintena de largometrajes perpetrados por el inquieto (en esta etapa, casi esquizoide) realizador madrileño -cf. la citada Mari-Cookie and the Killer Tarantula, Lust for Frankenstein (1998), Dr. Wong’s Virtual Hell (1998), Vampire Blues (1999), Red Silks (1999), Broken Dolls (1999), Helter Skelter (2000), Objetivo a ciegas, Las flores de la pasión (2003)…-, ejerciendo las tareas de foto fija, jefe de producción, operador de cámara, director de fotografía, director de la segunda unidad… En fin, un aleccionado chico para todo.

Artista multimedia donde los haya, su frenética actividad se complementa con la realización de diversos videoclips, spots publicitarios e, incluso, interviniendo como actor ocasional. Su debut tras la cámara llegaría con 33B7: The Way of the Dragon (2000), un extraño cortometraje de artes marciales que posee un desconcertante tono experimental. En adelante, su afán por instruirse en diferentes técnicas y estilos narrativos le invitaría a tocar casi todos los palos habidos y por haber, desde la acción con Evolucion (codirigido con Steven Dasz, 2006), hasta el documental con La leyenda de los baños del Carmen (2009), pasando por el musical, De la A a la Z: Ese U Erre (2012), el apunte biográfico, In the Eye of a Genius (2006)…, pero siempre sin fintar el esperpéntico y chusquero frikismo más tronado como trasfondo, afín a la filmografía de Temboury.

Animado por el propio Jesús Franco, en 2009 decide embarcarse en lo que supondría su debut como realizador de largometrajes, Dracula 0.9 (2012), pieza épica por su excelsa conjugación de chirriante tono poético, peliagudo entramado narrativo y demenciales/ deficientes efectos especiales. Su ilógico argumento gira a través de desarmar el mito del vampiro reinterpretando los elementos esenciales de la novela Drácula (1897), de Bram Stoker, ensamblándolos con fragmentos del poema El espíritu de los muertos (1827), de Edgar Allan Poe, y aliñándolos con mustias referencias que van desde Nosferatu (Nosferatu, eine symphonie des grauens, Friedrich W. Murnau, 1922) a Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker´s Dracula, Francis Ford Coppola, 1992), pasando por Orson Welles, Jesús Franco, Oscar Wilde y Werner Herzog, con marcada predisposición por acentuar su estética expresionista. En consecuencia, se construye un relato atroz y balbuceante que carece de rigor y estilo en su pírrico intento por apurar lo tremebundo, lo totémico, lo inquietante y lo (anti)climático, mas vence lo grumoso, lo pretencioso, lo chirriante y lo mezquino en el mellado intento por ignorar la imaginaría clásica del mito.

Sin ir más lejos, el vampiro se refleja en los espejos y pasea a plena luz del día, en concordancia con la condesa Nadine Carody de Las vampiras/ Vampyros Lesbos-Die Erbin des Dracula (Jesús Franco, 1970), eso sí, ataviado con pertinentes y deslumbrantes gafas de sol, no vaya a ser que se desmonte la leyenda; un recurso sableado de Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker´s Dracula, Francis Ford Coppola, 1992), por mucho que Emilio Schargorodsky reniegue de ella. Pero demos voz al responsable: “Me parece interesante este juego con el espectador y más aún con el espectador especializado (…) Aparentemente no es un Drácula clásico, pero a medida que avanza la película puedes ver que está mucho más cercano a las entrañas del vampiro clásico y de lo oscuro que los vampiros de porcelana que tristemente nos rodean en la actualidad (…) Me parecía mucho más interesante Lucy que Mina, y forma parte de este juego con el espectador. Mover los elementos principales creo que hace más entretenida la creación y el resultado de la película, y además se pueden sacar más lecturas. En mi opinión, es más interesante para el espectador que una película pueda ser el complemento de una novela, permitiéndole así disfrutar de las dos cosas, que intentar hacer exactamente lo mismo que en el libro, que me parece más aburrido en general. Es por eso que una de las películas que menos me gustan de Drácula es la de Coppola, aunque entre su filmografía tenga verdaderas obras de arte. Lucy es atrevida, inteligente y está cargada de erotismo. Mina es contenida, educada y está siempre preocupada por el pobre Jonathan. Prefiero a Lucy”[1].

Quizá sea por lo que comenta que Schargorodsky abogue por el erotismo surreal e implícito de Lucy (la granítica Nathalie Legosles), quien deambula por los fotogramas, en ocasiones con sensuales trasparencias, en otras con ropajes victorianos, entre pasajes con texturas tenebrosos y libidinosas. No sucede lo mismo con los otros dos protagonistas: tanto Drácula (Javier Caffarena) como Van Helsing (Paul Lapidus) destripan cualquier atisbo de credibilidad por sus insulsas e inoperantes interpretaciones. Por ejemplo, en la onírica escena sexual entre Drácula y Lucy con la que se inicia el film (por cierto, excelentemente fotografiada entre brumosas sombras) se sustenta por el creíble y visceral morbo emanado por Lucy, en discordancia con los gruñidos y muecas infrahumanas atesoradas por Drácula.

Y es que Dracula 0.9 esconde una quebradiza distorsión de la realidad que retuerce la leyenda del vampiro al exaltar su vigor visual a base de imágenes impactantes (cf. las tres víctimas colgadas bocabajo desangrándose para alimentar a la bestia) o, directamente, subliminales (cf. cráneos de animales servidos en bandeja de plata para su degustación), en su infructuosa intención por adentrarse en la vanguardia del arte y ensayo, percutiendo en la atemporalidad de la historia al confluir el presente y el pasado en un frustrado intento por yuxtaponer la poética absurda del imperante romanticismo de la historia. Mas los destinos de Lucy y Drácula son cruelmente pesimistas, condenados de antemano al eterno desamor. De fondo encierra una trama melodramática, de malsano desaliento sobrenatural que percute más allá de la tumba, del tiempo y del espacio y de los límites de la lógica. Su incongruencia narrativa, su escuálido planteamiento, sus ridículas interpretaciones, su parca sutileza, su ritmo soporífero, su desilusionante empaque (…)  así lo acreditan.

Todo ello lastra la voluntad del realizador por saldar lo atmosférico, gracias a su bella fotografía, capaz de crear un incesante juego de luces y sombras, y su primorosa banda sonora, orquestada por la Filarmónica de Málaga. Pero es algo residual. La evidencia pesa como losas. Así, dejando de lado su pretenciosa intención por desviarse del cine más costroso, trash y decadente, el resultante no deja de ser una variante intelectual de la efímera moda contemporánea de saldar el cine de vampiros con caricaturescas propuestas de bajo calibre, donde reina la pírrica desfachatez y el acomplejado amateurismo. Añádase a este respecto al film que nos ocupa la espeluznante y penosa El odio que estremece (Óskar M. Ramos y Alfonso de Lucas, 2009), la chusquera y marciana Lascivia inmortal (Jesús Cuellar, 2012), la terminal y oportunista La marca del vampiro / Vampire´s Mark (Germán Monzó, 2013) o el experimental ensayo metafílmico Sîpo Phantasma / Barco fantasma (Koldo Almandoz, 2016). En consonancia con éstas, su bulímica puesta en escena, al límite de lo aséptico y disfuncional, unido a su penuria presupuestaria (apenas 15.000€) y sus psicotrópicos y garbanceros F/X, traspasan la línea de lo abrumadoramente ridículo y lo macarrónicamente disfuncional.

Pese a su deficiente acabado industrial, lo cierto es que la película acusa una improvisada tendencia a la (¿forzosa?) experimentación, una ambigüedad antimorbosa y un turbio sentido de la perversión, alternando la realidad barroca y meramente narcisista con el mundo irreal de la pesadilla debido a su estructura disfuncional más que al onírico planteamiento. En este sentido, cobra vital peso las lamentables condiciones de rodaje, cuya realización no siguió el camino estandarizado por la industria, rodando escenas improvisadas en 2009 y ejerciendo con las mismas un premontaje. A partir del mismo se escribió un guión a posteriori. Debido a la falta de presupuesto y al embarazo de la protagonista, debió aplazarse la producción hasta 2010. Y, finalmente, la filmación se terminó en 2011. Aun así, el resultado es la alteración constante de unos planes, las maniobras que las extremas efemérides provocan, eso sí, manteniendo unas ideas principales intactas, llámense estética, tono o atmósfera, sin importar las consecuencias, aunque eso signifique ganarse el paliativo de director maldito, tal y como su responsable reconocía: “Estoy satisfecho de haber podido terminar esta película, ya que para mí ha supuesto un gran éxito. Jess sí que ha comentado que esta película ocuparía el sitio que se merece dentro de veinte años, que es una película de culto y otro montón de cosas impresionantes. Yo estoy muy satisfecho de haberla dirigido, he aprendido mucho en el camino, no solo de cine sino al tratarse de un gran reto he podido aprender de mí mismo y conocerme mejor y saber cuáles son mis limitaciones. Lo que sí me hace ilusión es que mi trabajo y el del resto del equipo pueda ser apreciado por el mayor número de espectadores posibles, pero me gustaría que esto sucediera pronto y no dentro de veinte años cuando seamos todos unos viejos. No lo había pensado. A mí me gusta dirigir películas, es mi pasión y estoy preparado para rodar sobre muchas cosas. No me importaría ser un director “maldito” siempre y cuando esté dirigiendo una película tras otra”[2].

Ante el abrumador cúmulo de miserias enumeradas en esta reseña, el lector se preguntará: ¿qué motivo ha inducido a los responsables de este blog a incorporar Dracula 0.9 al elenco de films diseccionados? Muy sencillo: su interés radica en su condición de extrema rareza, a tenor de considerarse una pieza marginal de (casi) imposible clasificación, de insolente tono empírico, perfecto contenedor de un inquietante tufo underground que pretende sofocar con pachulí de garrafón a base de potenciar su roma y artificiosa estética videoclipera, asaz desnutrida y zopenca, abstrayéndonos de la funesta realidad. Y no es poco.

David Pizarro


[1] Salvador Estébenez, José Luis, “Entrevista a Emilio Schargorodsky, director de Dracula 0.9”, publicada en el blog “La Abadía de Berzano”.

[2] Ibidem.

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