La settima tomba

 

Sinopsis: Un variopinto grupo de personas se reúne en el castillo familiar de Thorne, donde han sido convocadas para la lectura el día siguiente del testamento del fallecido Sir Reginald. Mientras esperan, deciden buscar el tesoro del pirata Drake, que se supone que está escondido en el castillo. Como una de las posibles herederas es psíquica, deciden hacer una sesión de espiritismo para que sea el mismo Drake quien les indique la localización exacta del tesoro. Sin embargo, mientras realizan la sesión el cuidador del castillo aparece ahorcado, y poco después descubren que la tumba de Sir Reginald se encuentra vacía.

 


Título original: La settima tomba
Año: 1965 (Italia)
Director: Garibaldi Serra Caracciolo [acreditado como Finney Cliff]
Productores: Felice Falvo, Arturo Giorni, Alessandro Santini
Guionistas: Alessandro Santini [acreditado como Edmond W. Carloff], Antonio Casale [acreditado como Fredrich Mills], Garibaldi Serra Caracciolo [acreditado como Finney Cliff], a partir de una historia de los dos primeros
Fotografía: Aldo Greci [acreditado como Alfred Carbot]
Música: Leopoldo Perez Bonsignore [acreditado como Leopold Perez]
Intérpretes: Stefania Menchinelli [acreditada como Stephanie Nelly] (Katy), Nando Angelini [acreditado como Fernand Angels] (Elliot), Armando Guarnieri [acreditado como Armand Warner] (Inspector Martin Wright/Sir Reginald Thorne), Bruna Baini [acreditada como Kateryn Schous] (Mary, la amante de Jenkins), Antonio Casale [acreditado como John Anderson] (Jenkins), Germana Dominici [acreditada como Germayne Gesny] (Betty), Ferruccio Viotti [acreditado como Richard Gillies] (pastor Crabbe), Giovanni Carpa –aka Gianni Dei- [acreditado como John Day (Fred, el hermano de Jenkins), Calogero Reale [acreditado como Edward Barret] (Patrick), Umberto Borsato [acreditado como Gordon Mac Winter ] (Sir Percival), Francesco Molé [acreditado como Jack Murphy] (posadero), Marco Kamm [acreditado como Robert Sullivan] (conductor diligencia)….

Como cualquier movimiento cinematográfico que cuenta con el respaldo del público, la eclosión del cine gótico italiano propició la aparición de varias propuestas que aprovecharon para subirse al carro de la moda del momento. Uno de estos casos lo encontramos en La settima tomba (1965), quizás no por casualidad uno de los films más ignotos encuadrados en el subgénero. Su responsable es Garibaldi Serra Caracciolo, quien aparece acreditado con el seudónimo de Finney Cliff, cineasta romano que hacía aquí su primera y única incursión como realizador, y tan desconocido como la película que dirige. Tanto es así que durante mucho tiempo los historiadores especularon con la posibilidad de que tan rimbombante nombre pudiera ser el alias de un trío de directores. Y así habría continuado la cosa si no fuera por el historiador italiano Roberto Zanni, quien en su web “Cinema Italiano Database” arrojó luz sobre nuestro hombre gracias al testimonio de una sobrina, a la que localizó a través de redes sociales.

A pesar de que para la fecha de realización de la película la escuela gótica italiana llevaba ya más de un lustro y medio de andadura a sus espaldas desde que Riccardo Freda y Mario Bava la otorgaran carta de naturaleza con I vampiri [tv/dvd/bd: Los vampiros, 1957], como suele ocurrir en gran parte de este tipo de productos trasalpinos de la época concebidos con ánimo oportunista, el conocimiento que los responsables de La settima tomba parecen tener de los rasgos distintivos del filón al que, en teoría, alude su propuesta, demuestra ser muy superficial. En consecuencia, su aproximación al estilo se limita a sus elementos puramente ornamentales, caso de la fotografía en blanco y negro o la ambientación decimonónica, además de convocar a lo largo del metraje una imagen tan recurrente dentro del estilo como el de la joven en vaporoso camisón que recorre los pasillos del castillo en el que se localiza la acción en mitad de la noche con una vela en la mano.

En cambio, no existe rastro alguno de los principales ingredientes que caracterizaron la personalidad del gótico italiano. Frente al erotismo morboso de connotaciones sadomasoquistas visto en muchas de sus congéneres, la carga del film en este aspecto no pasa de los castos besos que se dedican a escondidas su pareja de enamorados, y, siendo generosos, la escena en la que la joven aparece atada de pies y manos sobre una camilla a expensas del villano de turno, aunque, eso sí, pulcramente vestida. Lo mismo pasa con el componente necrófilo, reducido, básicamente, al sorpresivo descubrimiento del cadáver de uno de los personajes en el interior de un ataúd, y aunque a su manera se da la dualidad de un personaje visto en la mayoría de los exponentes de la corriente protagonizados por la icónica Barbara Steele, lo hace carente de cualquier cariz sobrenatural y/o simbólico, sujeto únicamente a su función dentro de la mecánica de la intriga planteada.

En realidad, antes que al modelo acuñado por sus compatriotas, el espejo en el que parece mirarse el título protagonista de estas líneas es mucho más añejo. En concreto, se trata de las denominadas “Dark House Mysteries” que dominaran el cine de terror entre finales de los veinte y comienzos de los treinta del pasado siglo. Una apuesta que, en cierto modo, parece ser anunciada por el seudónimo elegido por uno de sus guionistas dentro de unos genéricos en los que todo el equipo, tanto artístico como técnico, aparece parapetado tras nombres anglosajones: Carloff (sic), en clara referencia al más famoso intérprete del monstruo de Frankenstein que haya conocido la gran pantalla[1]. De este modo, la trama recorre sin demasiadas sorpresas el esquema habituado en este tipo de relatos, con la reunión de un variopinto grupo de personajes en una mansión aislada, en este caso un castillo, para asistir a la lectura de un testamento, y el consiguiente reguero de muertes de algunos de los convocados a manos de un misterioso asesino. Dentro de lo rutinario del planteamiento, quizás lo más inesperado se encuentre en el insólito recorrido por localizaciones tan góticas como criptas o pasadizos ocultos que el guardián del castillo efectúa a los herederos a fin de que conozcan todas las estancias de la edificación y puedan así buscar con mayor facilidad el escondido tesoro del pirata Drake (!).

Pero a pesar de emplear una fórmula cuya eficacia estaba más que probada para aquellas alturas, el modo en que es ejecutada deja mucho que desear. De entrada, la identidad del asesino, que debiera ser el motor de la intriga, es fácilmente adivinable desde el primer momento por culpa de la sobreinformación. Tampoco ayuda el nulo desarrollo de su estereotipada galería de personajes, a tal punto que no queda claro cuál es exactamente el vínculo que les une al difunto como para ser sus herederos, máxime cuando no parecen conocerse entre sí. Por si fuera poco, la mayoría de los roles resultan antipáticos o sosos, lo que hace muy difícil preocuparte por su suerte, algo a lo que también contribuye la atonal interpretación de buena parte del reparto, en especial en sus miembros más jóvenes. Unos defectos estos que dejan entrever la endeblez de un guion que incurre en defectos tales como situar la acción en “la vieja Escocia”, según informa un oportuno letrero, para que acto seguido los diálogos de los personajes aseguren que se encuentran en Inglaterra.

Dentro de la mediocridad reinante, solo una escena consigue destacar entre todo el conjunto. Hablamos de la sesión espiritista que los herederos realizan con la intención de conocer la ubicación del tesoro de Drake, en la que los movimientos de cámara y la construcción de los planos, en conjunción con el montaje, dotan al momento de una fuerza y una intención de la que carece el resto del metraje. Si a ello le añadimos la nula relevancia que la secuencia tiene en el posterior devenir de la historia, podemos decir que parece una escena perteneciente a otra película. Una aseveración que, además de responder a la frase hecha, puede también aplicarse en un sentido literal. Y es que su concurso hace pensar en otro título coetáneo de gótico italiano en el que el espiritismo goza de un gran protagonismo. Me refiero a 5 tombe per un medium (1965), con la que La settima tomba comparte sospechosas sincronías. La más obvia es la análoga referencia numérica y la presencia de la palabra «tumba» en su título, aunque mucho más significativas se antojan las concernientes al dispositivo argumental.

Cabe recordar en este sentido que el film dirigido por Massimo Pupillo también se inicia con la llegada del personaje principal a una apartada mansión con motivo de un testamento, y que, al igual que ocurre en la presente, durante buena parte el desarrollo de la narración juega con la idea de que el supuesto finado objeto de la herencia se encuentra vivo. No solo eso, sino que los parecidos alcanzan a detalles tan concretos como que el personaje del notario se enamore de una de las herederas o la importancia que en ambas tiene una enfermedad en la sucesión de acontecimientos; la lepra aquí, la peste en 5 tombe per un medium. En vista de estas similitudes, lo lógico sería pensar que nos encontramos ante una suerte de remedo de un film que, no lo olvidemos, contaba con la participación por primera (y última) vez juntos de los dos intérpretes más característicos del estilo, la citada Barbara Steele y Walter Brandi, lo que hace que dicha posibilidad no resulte tan descabellada como pudiera parecer en un principio.

Sin embargo, las fechas no concuerdan. El motivo es que las dos películas pasaron censura con escasos días de diferencia, y las sinopsis presentadas no difieren en esencia de lo posteriormente plasmado en la pantalla. Claro que no menos cierto es que, a pesar de contar con una producción más corta, cuyo rodaje el especialista Roberto Curti en su imprescindible Italian Gothic Horror Films 1957-1969 cifra en tres semanas y media, La settima tomba fue estrenada dos meses más tarde que su compañera. Además, existe una conexión que hace plausible que los responsables del título que nos ocupa conocieran la existencia y contenido de 5 tombe per un medium: uno de sus actores protagonistas, Armando Guarnieri, desempeña un papel secundario en la cinta de Pupillo. De lo que no hay duda en cualquier caso es del carácter exploit de La settima tomba, consustancial a su aludida naturaleza oportunista, patente en elementos tales como el personaje de Jenkins que encarna Antonio Casale, a la sazón uno de los guionistas del film y, según parece, también su ayudante de dirección, que tanto por su comportamiento altivo como por el aspecto con el que es caracterizado diríase emular a Christopher Lee en pobre.

José Luis Salvador Estébenez


[1] Curiosamente, el guionista en cuestión es Alessandro Santini, quien una década más tarde escribiría y dirigiría La pelle sotto gli artigli [vd: La piel bajo las uñas / Semillas de sangre, 1974], giallo de serie Z en el que de nuevo volvió a aludir a Frankenstein, en este caso el doctor, dentro de una desquiciada trama en la que se entremezcla con los crímenes de Jack el destripador, muertos vivientes y unas pinceladas de nazixploitation.

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