No es bueno que el hombre esté solo

 

Sinopsis: Años setenta del siglo XX. Martín trabaja en una naviera de los altos hornos bilbaínos. A ojos de todos es un hombre intachable, tal vez algo gris, y siempre pendiente de un ascenso que no llega. En su empresa todos saben que está casado y que está muy pendiente y enamorado de su mujer, quien se encuentra muy enferma. Martin vive en una inmensa casa y cuyos pies se encuentra un moderno edificio en el que vive Lina, camarera en un bar de alterne, junto a su metomentodo hija Cati. La niña siempre está sola y en una de sus escapadas descubre el secreto de Martín: su mujer realmente es una muñeca tamaño natural. Cuando Lina descubra esto, lo verá como la salida a una vida llena de miseria y errores tan grandes como su relación de amor/odio con el bala perdida de Mauro. Una vez Lina traspase la puerta de la casa de Martin, la vida de todos cambiará y no precisamente para bien

 


Título original: No es bueno que el hombre esté solo
Año: 1973 (España)
Director: Pedro Olea
Productores: Luis Méndez
Guionistas: José Luis Garci, José Luis Martínez Molla, basándose en una historia de José Truchado
Fotografía: Antonio L. Ballesteros
Música: Alfonso Santisteban
Intérpretes: José Luis Lopez Vázquez (Martín), Carmen Sevilla (Lina), Máximo Valverde (Mauro), Eduardo Fajardo (Don Alfonso), José Franco (Darío), Helga Liné (Mónica), Lola Merino (Cati), Raquel Rodrigo (mujer de club), Betsabé Ruiz (chica de club), Enrique Ferpi (cliente del club), José Riesgo (agente), Ángel Menéndez (ingeniero)…

1972 fue un año prolífico en la carrera de Pedro Olea. Por un lado dirigió La casa sin fronteras, una película repleta de interés con una atmosfera kafkiana que el director rechaza por haber intentado rodar una película de Saura sin ser Saura. Y, por otro, el mediometraje para RTVE Tan lejos tan cerca en el que se revisaba el cancionero de Víctor Manuel relacionándolo con la emigración asturiana. Un formato que coincidía en cadena y tiempo con los psicodélicos especiales 360º en torno a…. de Valerio Lazarov, pero que, al contrario de las locuras del mago de zoom, su emisión fue desterrada a la madrugada debido a que los censores entendían que tanta emigración no dejaba en buen lugar al dictador Franco. 1972, un año con claroscuros para Pedro Olea, y entonces llegó No es bueno que el hombre este solo.

En el documental de Pablo Malo para la ETB sobre la carrera de Pedro Olea, Olea… ¡Más alto! (2020) nadie tiene claro cómo le llega el guion. José Luis Garci cree que fue a través de Eloy de la Iglesia. La cuestión es que Olea toma las riendas del proyecto basado en las dos páginas de un relato corto de José Truchado, y coescrito entre el curtido guionista José Luis Martínez Molla y un José Luis Garci en plena efervescencia que venía de guionizar el terrorífico telefilm La cabina (Antonio Mercero,1972). Aunque no está documentado qué añadió Olea a la historia, ya que aparece como su creador, lo cierto es que está presente el gusto del director vasco por el proletariado – que el relaciona con su infancia y adolescencia en Bilbao como “niño pijo”-, confesado por el autor en varias entrevistas y analizado en profundidad tanto en Pim, pam, pum, ¡fuego! (1975) como en La corea (1976). En No es bueno que el hombre esté solo basta con ver como la casa del personaje de José Luis López Vázquez –una mansión inmensa, con olor a dinero y a ranciedad– se encuentra en alto y separada por un jardín respecto a la casa donde vive el de Carmen Sevilla, la proletaria, como si fueran dos mundos que jamás deben mezclarse y cuando lo hacen es con resultados catastróficos.

Independiente de cuánta sea las aportaciones de escritor, argumentista y guionistas, lo cierto es que la película se siente como un paso adelante en la carrera de Olea, presentando una fuerte relación con la filmografía de su coetáneo Eloy de la Iglesia –representado en la vida de Carmen Sevilla con la barra americana o el personaje de Mauro–, y el universo críptico y claustrofóbico de Bigas Luna debido a que los censores exigieron a Olea que cualquier pulsión sexual del protagonista debía convertirse en una anomalía psíquica, lo que añade más capas de extrañeza al personaje principal. De nuevo los censores dando en el clavo.

Gran parte del tono claustrofóbico que desprende la película no es solo por los interiores tan oscuros y repletos de muebles de esa casa familiar, sino por la realidad de Bilbao en aquellos años donde los altos hornos estaban en pleno auge y la ciudad vizcaína siempre tenía un tono grisáceo, en el que la perpetua contaminación se mezclaba con los fondos marítimos y montañosos para generar atmosferas tan ominosas como melancólicas a las que saca provecho el gran trabajo del director de fotografía Antonio L. Ballesteros.

El espectador debe estar preparado para los giros que tienen lugar a lo largo de la historia. Puede intentarse adelantarse y saldrá escaldado si cree que habrá elementos de screwball comedy con los encuentros/desencuentros entre José Luis López Vázquez y Carmen Sevilla, quien había interpretado en comedias románticas a mujeres de fuerte carácter, porque se convierte en un thriller emocional con resultados tan violentos como inesperados e incomodos cuando la mujer irrumpa como un terremoto en la vida del fetichista y ejerza sobre este una violencia psicológica que contiene cargas de profundidad sobre la relación entre el éxito social y las apariencias –esto señalado con el vertiginoso ascenso laboral de López Vázquez gracias a que Sevilla toma el control presentándose como su esposa y que tomará gran significado en el impresionante plano final-. Asimismo, aunque una niña aburrida sea la que hace avanzar la historia, no encontramos un crio al estilo de aquella exitosa La gran familia (Fernando Palacios, 1962) donde Vázquez interpretaba al Padrino, sino algo más incómodo y odiable.

Pero el trabajo de Pedro Olea no hubiera conseguido fructificar en una película tan a contracorriente sin la espectacular labor de José Luis López Vázquez, quien llevaba tiempo gozando las mieles como actor dramático y acababa de arrasar entre público y crítica gracias al mediometraje La cabina; Olea se veía incapaz de enfocar el proyecto sin López Vázquez tras colaborar juntos en El bosque del lobo (1970), y la nueva colaboración se salda con alta nota debido a que el actor es un todoterreno que tan pronto se transforma en un hombre gris como una persona enamorada o incluso un showman triste y patético. A destacar que la secuencia del acantilado está considerada por el director como uno de los planos que con más orgullo recuerda de toda su carrera.

Aunque Olea quería a Concha Velasco para interpretar a la conflictiva Lina, el productor le impuso a Carmen Sevilla, quien seguía viéndose espectacular pero cuya estrella iba decayendo. Y lo cierto es que Sevilla confiere toques de vulgaridad y decadencia a esta problemática madre soltera que trabaja en una barra americana -el director confesó aprovechar al máximo las curvas de la actriz-, algo que a Velasco le hubiera costado alcanzar en una época donde brillaba con fuerza. En el documental de Pablo Malo cuenta un par de anécdotas sobre Carmen Sevilla como que cuando llegó el momento del casting, la mujer empezó a desnudarse al estar dispuesta a todo por trabajar; asimismo, como no era capaz de memorizar su papel, durante un par de travellings tuvo a su lado a la script para ir dándole los diálogos y al terminar Carmen Sevilla dijo: “Yo no soy guapa, no sé cantar, no soy actriz, pero gracias a equipos como vosotros acabo resultando”. Aquí quedan reflejadas ambas anécdotas pero hay que recordar la imposibilidad de contrastar opiniones debido al alzheimer y posterior fallecimiento de Carmen Sevilla.

El tercer personaje en discordia, el chulo que lleva por el mal vivir a Lina, está interpretado por Máximo Valverde, quien da un salto sin red debido a que su Mauro es completamente rupturista respecto a su carrera anterior en la que siempre hacia de galán. En cambio, en No es bueno que el hombre esté solo interpreta a un personaje amoral y bisexual, un bala perdida más cercano al universo del mencionado Eloy de la Iglesia que al de Olea. Y sin embargo, siendo un actor de buena planta pero escaso talento interpretativo, cumple sobradamente.

Con el estreno de No es bueno que el hombre esté solo, Olea consiguió un éxito que se mantuvo mucho tiempo en pantalla y que le puso en contacto con Sara Montiel quien, deseosa de conseguir un papel tan ambiguo como el de Carmen Sevilla, quería ponerse en sus manos, pero el proyecto no llegó a buen puerto cuando Sara Montiel decidió no arriesgar su carrera al ofrecerle Pedro Olea el papel de La Bernarda, la cupletista que según la leyenda dio origen a la expresión del “coño de la Bernarda”. Para cerrar dos anécdotas: José Luis Berlanga fue maestro del director y confesó que la historia de este hombre triste con una muñeca le inspiró Tamaño natural (1973); y como giro inesperado del destino, el título de No es bueno que el hombre esté solo parece el de una producción típica de José Frade, quien tras ver la película mostró interés en trabajar con Olea, gracias a lo cual surgió Tormento (1974).

Javier S. Donate

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